La luna ascendía lenta sobre el dosel de los árboles, filtrando su luz plateada entre las hojas. El bosque, que para otros sería un lugar de misterio o temor, para ella era hogar. Artemisa caminó descalza sobre la hierba húmeda, su capa arrastrándose suavemente tras de sí.

Se detuvo frente a un viejo roble, cuyas raíces parecían haber nacido antes del tiempo. Se sentó con naturalidad, recostando la espalda contra su tronco, cerrando los ojos por un instante. El viento susurraba nombres que solo ella comprendía.

Uno a uno, los habitantes del bosque fueron acercándose. Un zorro se enroscó junto a su costado, un búho se posó sobre una rama cercana, y un ciervo joven se acomodó a sus pies. Incluso los más tímidos —liebres, ardillas, hasta un pequeño lobo solitario— se acercaron en silencio, buscando su calor, su calma.

Ella no dijo palabra. Solo respiró hondo, con los párpados cerrados y una leve sonrisa en los labios. Dormir bajo el cielo abierto, con la noche como cobija y el bosque como guardián… no había lugar más sagrado para la diosa de la Luna.
La luna ascendía lenta sobre el dosel de los árboles, filtrando su luz plateada entre las hojas. El bosque, que para otros sería un lugar de misterio o temor, para ella era hogar. Artemisa caminó descalza sobre la hierba húmeda, su capa arrastrándose suavemente tras de sí. Se detuvo frente a un viejo roble, cuyas raíces parecían haber nacido antes del tiempo. Se sentó con naturalidad, recostando la espalda contra su tronco, cerrando los ojos por un instante. El viento susurraba nombres que solo ella comprendía. Uno a uno, los habitantes del bosque fueron acercándose. Un zorro se enroscó junto a su costado, un búho se posó sobre una rama cercana, y un ciervo joven se acomodó a sus pies. Incluso los más tímidos —liebres, ardillas, hasta un pequeño lobo solitario— se acercaron en silencio, buscando su calor, su calma. Ella no dijo palabra. Solo respiró hondo, con los párpados cerrados y una leve sonrisa en los labios. Dormir bajo el cielo abierto, con la noche como cobija y el bosque como guardián… no había lugar más sagrado para la diosa de la Luna.
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