Lᴀ Rᴇsᴘɪʀᴀᴄɪᴏ́ɴ ᴅᴇʟ Dɪᴏs
𝓕𝓻𝓪𝓰𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓡𝓮𝓰𝓲𝓼𝓽𝓻𝓸𝓼 𝓟𝓷𝓲𝔁𝓲𝓪𝓷𝓸𝓼, 𝓬𝓾𝓼𝓽𝓸𝓭𝓲𝓪𝓭𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓵𝓪 𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓸𝓽𝓮𝓬𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓗𝓪𝓭𝓮𝓼

Dicen que cuando el límite entre la vida y la muerte se vuelve bruma, él aparece.

Con ojos como cian helado y la voz amortiguada tras una máscara sagrada, Asclepius extiende sus manos enguantadas en un gesto de sellado antiguo. Los sabios de Eleusis creyeron por siglos que era un símbolo de compasión; los muertos que regresaron lo saben mejor: es una barrera.

La mascarilla que porta no es ornamento. Se dice que fue forjada con el aliento de Hygea y las cenizas de Epidauro, para contener su hálito divino, aquel que puede reanimar corazones que ya no laten o devolver a la carne aquello que el alma ya ha abandonado.

Su aparición no anuncia salvación inmediata, sino un juicio silencioso.
Sus manos cruzadas resplandecen con un fulgor imposible, que baila entre códigos de vida y muerte. No hay palabras, solo un veredicto que se siente como un temblor bajo la piel:

—“No es tu tiempo aún… pero no olvides a qué precio vives.”

Y se marcha, con el murmullo del Inframundo aún aferrado a su sombra, dejando atrás cuerpos restaurados y almas inquietas.

Quienes lo han visto aseguran que su rostro tras la máscara no muestra ira ni compasión, sino una insondable melancolía, como quien ha sanado mil veces… pero jamás ha sido sanado.

Lᴀ Rᴇsᴘɪʀᴀᴄɪᴏ́ɴ ᴅᴇʟ Dɪᴏs 𝓕𝓻𝓪𝓰𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓡𝓮𝓰𝓲𝓼𝓽𝓻𝓸𝓼 𝓟𝓷𝓲𝔁𝓲𝓪𝓷𝓸𝓼, 𝓬𝓾𝓼𝓽𝓸𝓭𝓲𝓪𝓭𝓸𝓼 𝓮𝓷 𝓵𝓪 𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓸𝓽𝓮𝓬𝓪 𝓭𝓮𝓵 𝓗𝓪𝓭𝓮𝓼 Dicen que cuando el límite entre la vida y la muerte se vuelve bruma, él aparece. Con ojos como cian helado y la voz amortiguada tras una máscara sagrada, Asclepius extiende sus manos enguantadas en un gesto de sellado antiguo. Los sabios de Eleusis creyeron por siglos que era un símbolo de compasión; los muertos que regresaron lo saben mejor: es una barrera. La mascarilla que porta no es ornamento. Se dice que fue forjada con el aliento de Hygea y las cenizas de Epidauro, para contener su hálito divino, aquel que puede reanimar corazones que ya no laten o devolver a la carne aquello que el alma ya ha abandonado. Su aparición no anuncia salvación inmediata, sino un juicio silencioso. Sus manos cruzadas resplandecen con un fulgor imposible, que baila entre códigos de vida y muerte. No hay palabras, solo un veredicto que se siente como un temblor bajo la piel: —“No es tu tiempo aún… pero no olvides a qué precio vives.” Y se marcha, con el murmullo del Inframundo aún aferrado a su sombra, dejando atrás cuerpos restaurados y almas inquietas. Quienes lo han visto aseguran que su rostro tras la máscara no muestra ira ni compasión, sino una insondable melancolía, como quien ha sanado mil veces… pero jamás ha sido sanado.
Me gusta
2
0 turnos 0 maullidos
Patrocinados
Patrocinados