Tenlo en cuenta al responder.
Aquella noche, cuando cerró los ojos por un instante, fue arrastrado dentro de un sueño que no había creado.
Se encontró en un campo cubierto de nieve, bajo un cielo sin sol ni luna. En medio del silencio, una figura caminaba entre los copos que no caían. Una joven de cabellos blancos como la escarcha, piel luminosa como el alba. No parecía temerle, ni siquiera notó que él era un dios.
Ella se sentó en el centro del campo y, con voz suave, le habló sin mirarlo:
—Siempre estás soñando a los demás. ¿Nunca has soñado contigo?
Morfeo no respondió. No sabía cómo hacerlo. ¿Cómo se responde a alguien que no debería existir en ese lugar?
La chica se volvió hacia él. Sus ojos eran como espejos que no reflejaban el rostro de Morfeo, sino sus vacíos, sus dudas, sus anhelos no dichos.
—Yo nací de tu deseo de no estar solo —dijo ella—Tu primer deseo verdadero.—
Y entonces él comprendió: por primera vez, había soñado con alguien por necesidad, no por deber. No era un recuerdo humano, ni un eco de otros sueños. Era suya. Una creación espontánea, nacida no del pensamiento, sino del anhelo...
Se encontró en un campo cubierto de nieve, bajo un cielo sin sol ni luna. En medio del silencio, una figura caminaba entre los copos que no caían. Una joven de cabellos blancos como la escarcha, piel luminosa como el alba. No parecía temerle, ni siquiera notó que él era un dios.
Ella se sentó en el centro del campo y, con voz suave, le habló sin mirarlo:
—Siempre estás soñando a los demás. ¿Nunca has soñado contigo?
Morfeo no respondió. No sabía cómo hacerlo. ¿Cómo se responde a alguien que no debería existir en ese lugar?
La chica se volvió hacia él. Sus ojos eran como espejos que no reflejaban el rostro de Morfeo, sino sus vacíos, sus dudas, sus anhelos no dichos.
—Yo nací de tu deseo de no estar solo —dijo ella—Tu primer deseo verdadero.—
Y entonces él comprendió: por primera vez, había soñado con alguien por necesidad, no por deber. No era un recuerdo humano, ni un eco de otros sueños. Era suya. Una creación espontánea, nacida no del pensamiento, sino del anhelo...
Aquella noche, cuando cerró los ojos por un instante, fue arrastrado dentro de un sueño que no había creado.
Se encontró en un campo cubierto de nieve, bajo un cielo sin sol ni luna. En medio del silencio, una figura caminaba entre los copos que no caían. Una joven de cabellos blancos como la escarcha, piel luminosa como el alba. No parecía temerle, ni siquiera notó que él era un dios.
Ella se sentó en el centro del campo y, con voz suave, le habló sin mirarlo:
—Siempre estás soñando a los demás. ¿Nunca has soñado contigo?
Morfeo no respondió. No sabía cómo hacerlo. ¿Cómo se responde a alguien que no debería existir en ese lugar?
La chica se volvió hacia él. Sus ojos eran como espejos que no reflejaban el rostro de Morfeo, sino sus vacíos, sus dudas, sus anhelos no dichos.
—Yo nací de tu deseo de no estar solo —dijo ella—Tu primer deseo verdadero.—
Y entonces él comprendió: por primera vez, había soñado con alguien por necesidad, no por deber. No era un recuerdo humano, ni un eco de otros sueños. Era suya. Una creación espontánea, nacida no del pensamiento, sino del anhelo...

