El cielo aún guardaba los últimos suspiros de la noche, con estrellas temblando en un lienzo que comenzaba a teñirse de tonos cálidos. Desde la ventana de la pastelería, Elizabeth sostenía una taza de té, observando cómo el horizonte se encendía lentamente. Primero fue un suave resplandor anaranjado, luego un pincelazo rosado que se derramó sobre las nubes como si el cielo estuviera horneando su propio pastel.

El aroma de la masa recién hecha flotaba en el aire, mezclándose con la brisa matutina que arrastraba el canto de los pájaros y el crujido de las hojas al despertar. Con una sonrisa tranquila, Elizabeth murmuró:

—Un nuevo día... perfecto para algo dulce.
El cielo aún guardaba los últimos suspiros de la noche, con estrellas temblando en un lienzo que comenzaba a teñirse de tonos cálidos. Desde la ventana de la pastelería, Elizabeth sostenía una taza de té, observando cómo el horizonte se encendía lentamente. Primero fue un suave resplandor anaranjado, luego un pincelazo rosado que se derramó sobre las nubes como si el cielo estuviera horneando su propio pastel. El aroma de la masa recién hecha flotaba en el aire, mezclándose con la brisa matutina que arrastraba el canto de los pájaros y el crujido de las hojas al despertar. Con una sonrisa tranquila, Elizabeth murmuró: —Un nuevo día... perfecto para algo dulce.
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