Tras las montañas, el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos melocotón y lavanda. Desde la ventana de la pastelería, Elizabeth observó cómo la última luz dorada acariciaba los tejados del pueblo.

Con un suspiro lento, limpió con magia los restos de azúcar del mostrador, dejando una estela brillante en el aire.
—Es hora de cerrar… —murmuró, casi para sí misma, mientras giraba el cartel de la puerta: Cerrado. Gracias por venir.

El aroma a canela y lavanda todavía flotaba en el ambiente, y las bandejas vacías eran prueba del éxito del día. Pero su espalda dolía un poco, y sus ojos —aunque aún dulces— revelaban el cansancio.
Mañana sería otro día de rutina, de hechizos entre harina y emociones horneadas.

Pero por ahora… silencio, té caliente y una ventana abierta a la noche.

Tras las montañas, el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos melocotón y lavanda. Desde la ventana de la pastelería, Elizabeth observó cómo la última luz dorada acariciaba los tejados del pueblo. Con un suspiro lento, limpió con magia los restos de azúcar del mostrador, dejando una estela brillante en el aire. —Es hora de cerrar… —murmuró, casi para sí misma, mientras giraba el cartel de la puerta: Cerrado. Gracias por venir. El aroma a canela y lavanda todavía flotaba en el ambiente, y las bandejas vacías eran prueba del éxito del día. Pero su espalda dolía un poco, y sus ojos —aunque aún dulces— revelaban el cansancio. Mañana sería otro día de rutina, de hechizos entre harina y emociones horneadas. Pero por ahora… silencio, té caliente y una ventana abierta a la noche.
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