«¿Que es más aterrador? ¿Un dios antiguo del abismo... o la niña que aprendió a domarlo como a un perro callejero?»
Entre ambos –el dios y la humana– se tiende un puente de huesos y susurros.
La Sacerdotisa no es el dios, pero le presta su garganta y habla con sus palabras, como un traductor de lo inhumano.
El dios no es Ina, pero le presta su poder, como un río presta agua a quien se atreve a beberlo.
No habla, ni piensa como humano. Pero permanece fusionado a su alma.
Y sin embargo...
Ina es la Sacerdotisa, y la Sacerdotisa es Ina, en su forma más cruda.
Una rie con los tentáculos como si fueran mascotas y reparte galletas con forma de monstruitos adorables.
La otra es la voz fría que carga con los recuerdos que Ina no puede digerir; la parte de ella cuya conexión con lo primordial es demasiado profunda.
El trauma la partió en dos...
Las agujas del Abismo cosieron los pedazos,
pero las costuras siguen sangrando.
¿Fue un accidente o un acto de supervivencia?
Dividirse como una ameba en el instante preciso en que el dolor era demasiado grande, demasiado antiguo, demasiado hambriento, para un solo corazón.
Entre ambos –el dios y la humana– se tiende un puente de huesos y susurros.
La Sacerdotisa no es el dios, pero le presta su garganta y habla con sus palabras, como un traductor de lo inhumano.
El dios no es Ina, pero le presta su poder, como un río presta agua a quien se atreve a beberlo.
No habla, ni piensa como humano. Pero permanece fusionado a su alma.
Y sin embargo...
Ina es la Sacerdotisa, y la Sacerdotisa es Ina, en su forma más cruda.
Una rie con los tentáculos como si fueran mascotas y reparte galletas con forma de monstruitos adorables.
La otra es la voz fría que carga con los recuerdos que Ina no puede digerir; la parte de ella cuya conexión con lo primordial es demasiado profunda.
El trauma la partió en dos...
Las agujas del Abismo cosieron los pedazos,
pero las costuras siguen sangrando.
¿Fue un accidente o un acto de supervivencia?
Dividirse como una ameba en el instante preciso en que el dolor era demasiado grande, demasiado antiguo, demasiado hambriento, para un solo corazón.
«¿Que es más aterrador? ¿Un dios antiguo del abismo... o la niña que aprendió a domarlo como a un perro callejero?»
Entre ambos –el dios y la humana– se tiende un puente de huesos y susurros.
La Sacerdotisa no es el dios, pero le presta su garganta y habla con sus palabras, como un traductor de lo inhumano.
El dios no es Ina, pero le presta su poder, como un río presta agua a quien se atreve a beberlo.
No habla, ni piensa como humano. Pero permanece fusionado a su alma.
Y sin embargo...
Ina es la Sacerdotisa, y la Sacerdotisa es Ina, en su forma más cruda.
Una rie con los tentáculos como si fueran mascotas y reparte galletas con forma de monstruitos adorables.
La otra es la voz fría que carga con los recuerdos que Ina no puede digerir; la parte de ella cuya conexión con lo primordial es demasiado profunda.
El trauma la partió en dos...
Las agujas del Abismo cosieron los pedazos,
pero las costuras siguen sangrando.
¿Fue un accidente o un acto de supervivencia?
Dividirse como una ameba en el instante preciso en que el dolor era demasiado grande, demasiado antiguo, demasiado hambriento, para un solo corazón.


