La tenue luz del baño parpadeaba por momentos, reflejándose en el espejo empañado por el vapor. Emma se sostenía el borde del lavamanos con ambas manos, la piel pálida por el cansancio y el sudor frío. Con lentitud, levantó la camiseta, revelando la cicatriz que surcaba su cuerpo desde el costado hasta el abdomen. A pesar del tiempo, aún ardía como si fuese reciente. Sus dedos rozaron la piel marcada, y el temblor en sus manos fue lo último que sintió antes de que el pasado la arrastrara sin piedad.
[FLASHBACK]
El lugar era oscuro, húmedo, con un hedor metálico que se mezclaba con el del miedo. Las manos de Emma estaban atadas por encima de su cabeza, colgando de una viga de hierro oxidado. La sangre goteaba lentamente desde su costado, y cada respiración era un suplicio.
—No es nada personal, preciosa. Solo quiero ver cuánto puede soportar una pequeña policía como tú, —dijo una voz masculina desde la oscuridad. Luego, el filo del cuchillo volvió a rozarle la piel, y esta vez, descendió en línea recta por su abdomen. El grito de Emma se ahogó entre dientes apretados. No le daría el gusto.
Durante días, tal vez semanas —había perdido la noción del tiempo—, la mantuvieron ahí. Tortura física, mental. Se burlaban de ella, le hablaban al oído cosas que no quería recordar. Pero nunca se quebró. Nunca lloró frente a ellos.
Hasta que una noche, los gritos fueron otros. Gritos de hombres, disparos. Luces cegadoras. Todo fue rápido, confuso. Unos brazos firmes la descolgaron. Voces conocidas la llamaban por su nombre.
—Tranquila, Emma. Ya estás a salvo. Te tenemos.
Era la Unidad de Análisis de Conducta. Un operativo de rescate que nadie esperó para alguien como ella, una simple policía de bajo rango. Ellos la sacaron de ese infierno. Pero nunca atraparon al responsable principal. El que dio la orden. El que la eligió.
[FIN DEL FLASHBACK]
Emma se obligó a respirar profundo mientras volvía al presente. Observó su reflejo. No con lástima. Sino con determinación. Aquella cicatriz no era solo un recuerdo. Era una promesa.
—Por eso estás en la UAC… para encontrarlo. Y terminar con él.
[FLASHBACK]
El lugar era oscuro, húmedo, con un hedor metálico que se mezclaba con el del miedo. Las manos de Emma estaban atadas por encima de su cabeza, colgando de una viga de hierro oxidado. La sangre goteaba lentamente desde su costado, y cada respiración era un suplicio.
—No es nada personal, preciosa. Solo quiero ver cuánto puede soportar una pequeña policía como tú, —dijo una voz masculina desde la oscuridad. Luego, el filo del cuchillo volvió a rozarle la piel, y esta vez, descendió en línea recta por su abdomen. El grito de Emma se ahogó entre dientes apretados. No le daría el gusto.
Durante días, tal vez semanas —había perdido la noción del tiempo—, la mantuvieron ahí. Tortura física, mental. Se burlaban de ella, le hablaban al oído cosas que no quería recordar. Pero nunca se quebró. Nunca lloró frente a ellos.
Hasta que una noche, los gritos fueron otros. Gritos de hombres, disparos. Luces cegadoras. Todo fue rápido, confuso. Unos brazos firmes la descolgaron. Voces conocidas la llamaban por su nombre.
—Tranquila, Emma. Ya estás a salvo. Te tenemos.
Era la Unidad de Análisis de Conducta. Un operativo de rescate que nadie esperó para alguien como ella, una simple policía de bajo rango. Ellos la sacaron de ese infierno. Pero nunca atraparon al responsable principal. El que dio la orden. El que la eligió.
[FIN DEL FLASHBACK]
Emma se obligó a respirar profundo mientras volvía al presente. Observó su reflejo. No con lástima. Sino con determinación. Aquella cicatriz no era solo un recuerdo. Era una promesa.
—Por eso estás en la UAC… para encontrarlo. Y terminar con él.
La tenue luz del baño parpadeaba por momentos, reflejándose en el espejo empañado por el vapor. Emma se sostenía el borde del lavamanos con ambas manos, la piel pálida por el cansancio y el sudor frío. Con lentitud, levantó la camiseta, revelando la cicatriz que surcaba su cuerpo desde el costado hasta el abdomen. A pesar del tiempo, aún ardía como si fuese reciente. Sus dedos rozaron la piel marcada, y el temblor en sus manos fue lo último que sintió antes de que el pasado la arrastrara sin piedad.
[FLASHBACK]
El lugar era oscuro, húmedo, con un hedor metálico que se mezclaba con el del miedo. Las manos de Emma estaban atadas por encima de su cabeza, colgando de una viga de hierro oxidado. La sangre goteaba lentamente desde su costado, y cada respiración era un suplicio.
—No es nada personal, preciosa. Solo quiero ver cuánto puede soportar una pequeña policía como tú, —dijo una voz masculina desde la oscuridad. Luego, el filo del cuchillo volvió a rozarle la piel, y esta vez, descendió en línea recta por su abdomen. El grito de Emma se ahogó entre dientes apretados. No le daría el gusto.
Durante días, tal vez semanas —había perdido la noción del tiempo—, la mantuvieron ahí. Tortura física, mental. Se burlaban de ella, le hablaban al oído cosas que no quería recordar. Pero nunca se quebró. Nunca lloró frente a ellos.
Hasta que una noche, los gritos fueron otros. Gritos de hombres, disparos. Luces cegadoras. Todo fue rápido, confuso. Unos brazos firmes la descolgaron. Voces conocidas la llamaban por su nombre.
—Tranquila, Emma. Ya estás a salvo. Te tenemos.
Era la Unidad de Análisis de Conducta. Un operativo de rescate que nadie esperó para alguien como ella, una simple policía de bajo rango. Ellos la sacaron de ese infierno. Pero nunca atraparon al responsable principal. El que dio la orden. El que la eligió.
[FIN DEL FLASHBACK]
Emma se obligó a respirar profundo mientras volvía al presente. Observó su reflejo. No con lástima. Sino con determinación. Aquella cicatriz no era solo un recuerdo. Era una promesa.
—Por eso estás en la UAC… para encontrarlo. Y terminar con él.


