¿A qué sabe la muerte?
¿A hierro oxidado bajo la lengua, a humo maldito, a la última nota de un réquiem jamás terminado?
¿Y la destrucción?
No ruge, no grita.
No es un cataclismo glorioso, ni una danza de fuego. Es un susurro, una ausencia. El eco de algo que ya no está.
¿Y el final?
No hay frío.
No hay oscuridad.
No hay infierno ni gloria, ni redención.
Solo un par de ojos vacíos, enfocados en la nada. Un cuerpo sin dueño, abandonado a la crueldad del rigor mortis. Cada músculo tenso en su último gesto, petrificado en la pose de quien no esperaba la muerte, pero la conocía de memoria.
El legado es exiguo.
Unos huesos delgados, quebradizos, extraviados entre los rincones olvidados de las Backrooms.
Algunos recuerdos dispersos en la mente de los que aún respiran.
Portales agrietados, llorando un glitch que nadie más sabrá leer.
Y una maraña de espíritus torturados, liberados de su prisión, libres para vagar o...
La muerte, en su crudeza final, es definitiva. No admite promesas, ni esperanza, ni retorno.
Pero incluso en la ruina, en los restos, en la negrura donde ni las sombras se atreven a morar, el camino se alarga.
Porque el final de una historia…
Siempre es el inicio de otra.
Y hay cosas que, aunque las consuman, no se pierden.
Su legado prevalece.
¿A hierro oxidado bajo la lengua, a humo maldito, a la última nota de un réquiem jamás terminado?
¿Y la destrucción?
No ruge, no grita.
No es un cataclismo glorioso, ni una danza de fuego. Es un susurro, una ausencia. El eco de algo que ya no está.
¿Y el final?
No hay frío.
No hay oscuridad.
No hay infierno ni gloria, ni redención.
Solo un par de ojos vacíos, enfocados en la nada. Un cuerpo sin dueño, abandonado a la crueldad del rigor mortis. Cada músculo tenso en su último gesto, petrificado en la pose de quien no esperaba la muerte, pero la conocía de memoria.
El legado es exiguo.
Unos huesos delgados, quebradizos, extraviados entre los rincones olvidados de las Backrooms.
Algunos recuerdos dispersos en la mente de los que aún respiran.
Portales agrietados, llorando un glitch que nadie más sabrá leer.
Y una maraña de espíritus torturados, liberados de su prisión, libres para vagar o...
La muerte, en su crudeza final, es definitiva. No admite promesas, ni esperanza, ni retorno.
Pero incluso en la ruina, en los restos, en la negrura donde ni las sombras se atreven a morar, el camino se alarga.
Porque el final de una historia…
Siempre es el inicio de otra.
Y hay cosas que, aunque las consuman, no se pierden.
Su legado prevalece.
¿A qué sabe la muerte?
¿A hierro oxidado bajo la lengua, a humo maldito, a la última nota de un réquiem jamás terminado?
¿Y la destrucción?
No ruge, no grita.
No es un cataclismo glorioso, ni una danza de fuego. Es un susurro, una ausencia. El eco de algo que ya no está.
¿Y el final?
No hay frío.
No hay oscuridad.
No hay infierno ni gloria, ni redención.
Solo un par de ojos vacíos, enfocados en la nada. Un cuerpo sin dueño, abandonado a la crueldad del rigor mortis. Cada músculo tenso en su último gesto, petrificado en la pose de quien no esperaba la muerte, pero la conocía de memoria.
El legado es exiguo.
Unos huesos delgados, quebradizos, extraviados entre los rincones olvidados de las Backrooms.
Algunos recuerdos dispersos en la mente de los que aún respiran.
Portales agrietados, llorando un glitch que nadie más sabrá leer.
Y una maraña de espíritus torturados, liberados de su prisión, libres para vagar o...
La muerte, en su crudeza final, es definitiva. No admite promesas, ni esperanza, ni retorno.
Pero incluso en la ruina, en los restos, en la negrura donde ni las sombras se atreven a morar, el camino se alarga.
Porque el final de una historia…
Siempre es el inicio de otra.
Y hay cosas que, aunque las consuman, no se pierden.
Su legado prevalece.



