No solía interferir en las celebraciones mortales, pero esa mañana, al sentir el murmullo de miles de niños soñando con huevos de colores, conejos mágicos y risas en jardines soleados, decidió intervenir. Se envolvió en su manto de niebla y descendió suavemente al mundo de los vivos, no como una sombra, sino como una brisa cálida que acaricia los párpados.
No solía interferir en las celebraciones mortales, pero esa mañana, al sentir el murmullo de miles de niños soñando con huevos de colores, conejos mágicos y risas en jardines soleados, decidió intervenir. Se envolvió en su manto de niebla y descendió suavemente al mundo de los vivos, no como una sombra, sino como una brisa cálida que acaricia los párpados.

