No sangre. No dolor. Sueños. Pequeños hilos de niebla que se deslizan por los poros de su piel, evaporándose en cuanto tocaban el aire de la ciudad. Soñaba incluso despierto: fragmentos de otros mundos se filtraban en su visión, superponiéndose a las calles grises y la lluvia fría que empapaba su abrigo gastado.

Había bajado demasiado.

Permanecido demasiado.

Su cuerpo, esa cárcel prestada de carne y hueso, empezaba a pudrirse por dentro.

—Estás muriendo —dijo una voz tras él.
Su cuerpo físico no se giró. Reconocía esa presencia. 

—Ya lo sé —respondió, y su voz crujió como hojas secas

—El tiempo se me acaba. El velo se rompe. Yo... ya no pertenezco aquí.—

No sangre. No dolor. Sueños. Pequeños hilos de niebla que se deslizan por los poros de su piel, evaporándose en cuanto tocaban el aire de la ciudad. Soñaba incluso despierto: fragmentos de otros mundos se filtraban en su visión, superponiéndose a las calles grises y la lluvia fría que empapaba su abrigo gastado. Había bajado demasiado. Permanecido demasiado. Su cuerpo, esa cárcel prestada de carne y hueso, empezaba a pudrirse por dentro. —Estás muriendo —dijo una voz tras él. Su cuerpo físico no se giró. Reconocía esa presencia.  —Ya lo sé —respondió, y su voz crujió como hojas secas —El tiempo se me acaba. El velo se rompe. Yo... ya no pertenezco aquí.—
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