Desde los bordes del sueño, dónde la realidad se deshilacha como tela desgastada, la otra mitad fracturada de Ina –la Sacerdotisa– observa.

«Duerme, mi otra mitad»

Murmura, aunque nadie la escucha.

«Duerme entre dulces mentiras, y yo cuidaré lo que tú no puedes tocar...»

Soltó una risa amarga, una que Ina no fue capaz de escuchar.

«Descansa, inocente. Cuando despiertes... yo estaré ahí»

En el sueño dentro del sueño, Ina se estremece, sin saber por qué.

Y mientras permanece suspendida en su prisión, su otra yo se escapa por las grietas de la realidad: se desliza por los bordes del abismo, se desprende como tinta derramada, viaja en los espacios entre pensamientos, colándose en mentes ajenas como un verso olvidado; filtrándose en conciencias a través de los resquicios que dejan los miedos no confesados y las dudas de medianoche.
Desde los bordes del sueño, dónde la realidad se deshilacha como tela desgastada, la otra mitad fracturada de Ina –la Sacerdotisa– observa. «Duerme, mi otra mitad» Murmura, aunque nadie la escucha. «Duerme entre dulces mentiras, y yo cuidaré lo que tú no puedes tocar...» Soltó una risa amarga, una que Ina no fue capaz de escuchar. «Descansa, inocente. Cuando despiertes... yo estaré ahí» En el sueño dentro del sueño, Ina se estremece, sin saber por qué. Y mientras permanece suspendida en su prisión, su otra yo se escapa por las grietas de la realidad: se desliza por los bordes del abismo, se desprende como tinta derramada, viaja en los espacios entre pensamientos, colándose en mentes ajenas como un verso olvidado; filtrándose en conciencias a través de los resquicios que dejan los miedos no confesados y las dudas de medianoche.
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