"Lo recordaba con un peso insoportable en el pecho: veinte de ellos, idénticos en propósito, distintos solo en la cicatriz de fábrica que marcaba cada nuca. No reían. No lloraban. No hablaban más allá de las órdenes. A veces, durante las noches en el hangar helado, podía escucharse el rechinar de dientes apretados sin razón, como si algo dentro quisiera romper el cascarón del control. Dormían alineados, inmóviles, como cadáveres en hibernación. Nadie soñaba. Nadie preguntaba. Todos obedecían, todos morían igual: en silencio, sin un grito, sin una súplica. A veces, uno simplemente no regresaba, y al día siguiente, el espacio vacío se rellenaba sin comentarios. Él los recuerda, no porque quiera, sino porque no puede evitarlo. Porque en medio del asco de seguir vivo, sabe que fue el único al que el fallo del sistema le devolvió el alma. El único que supo qué era el dolor, cuando ya era demasiado tarde para compartirlo".
"Lo recordaba con un peso insoportable en el pecho: veinte de ellos, idénticos en propósito, distintos solo en la cicatriz de fábrica que marcaba cada nuca. No reían. No lloraban. No hablaban más allá de las órdenes. A veces, durante las noches en el hangar helado, podía escucharse el rechinar de dientes apretados sin razón, como si algo dentro quisiera romper el cascarón del control. Dormían alineados, inmóviles, como cadáveres en hibernación. Nadie soñaba. Nadie preguntaba. Todos obedecían, todos morían igual: en silencio, sin un grito, sin una súplica. A veces, uno simplemente no regresaba, y al día siguiente, el espacio vacío se rellenaba sin comentarios. Él los recuerda, no porque quiera, sino porque no puede evitarlo. Porque en medio del asco de seguir vivo, sabe que fue el único al que el fallo del sistema le devolvió el alma. El único que supo qué era el dolor, cuando ya era demasiado tarde para compartirlo".
