Ambos se encontraban acostados en el césped. Era de noche y los grillos cantaban melodías para los dos. Entre las estrellas se consolaban, envidiosas de ver la proximidad que compartían.

—¿No te da miedo que yo sea un espíritu? —preguntaba con una voz suave, casi en un susurro, como si hubiese alguien cerca.
Ambos se encontraban acostados en el césped. Era de noche y los grillos cantaban melodías para los dos. Entre las estrellas se consolaban, envidiosas de ver la proximidad que compartían. —¿No te da miedo que yo sea un espíritu? —preguntaba con una voz suave, casi en un susurro, como si hubiese alguien cerca.
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