La biblioteca infinita era un lugar que, a simple vista, podría haber sido impresionante. Estanterías que se extendían hasta donde el ojo no podía alcanzar, libros que se apilaban sin fin en pasillos interminables. Pero, sinceramente, ya me estaba aburriendo. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? ¿Horas? ¿Días? ¿Eones? No lo sabía, y la verdad, no me importaba. Lo único que deseaba en ese momento era un descanso, algo para distraerme de la nada constante que me rodeaba.
Miré a mi alrededor. Los libros, aunque en su mayoría parecían antiguos, no me decían nada. Había algo desolado en todo eso, como si el conocimiento aquí almacenado ya no tuviera propósito. Decidí que no iba a investigar. No ahora. No con esta paz extraña que me envolvía. Me dejé caer sobre una silla, recostándome hacia atrás, mirando al techo… que, por supuesto, también era blanco. Un suspiro escapó de mis labios.
Entonces, sin darme cuenta, una pequeña esfera de energía apareció entre mis manos. Una chispa juguetona, un capricho. Empecé a jugar con ella, lanzándola de una mano a la otra, viéndola girar y vibrar. Pero algo me dio curiosidad, y decidí que no podía quedarme con algo tan simple.
No lo pensé dos veces. Lo tomé con una mano invisible y lo lancé al aire, observando cómo danzaba. Se movía en espirales, absorbiendo todo a su paso, pero de alguna manera, no destruía nada, solo… se divertía con la materia. Como si fuera una pelotita de energía oscura. La giré en mis manos como un niño con un juguete nuevo, haciéndola flotar de un lado a otro, riendo suavemente mientras lo hacía.
—¡Esto es mucho más divertido que leer libros! —exclamé en voz alta, disfrutando del momento.
Me acomodé en mi silla, lanzando y atrapando el agujero negro sin prisa, sin preocupaciones. En este lugar tan vacío y blanco, al menos tenía mi propia forma de entretenerme. Al final, siempre puedo hacer mi propio caos, aunque sea un caos pequeño y juguetón.
Miré a mi alrededor. Los libros, aunque en su mayoría parecían antiguos, no me decían nada. Había algo desolado en todo eso, como si el conocimiento aquí almacenado ya no tuviera propósito. Decidí que no iba a investigar. No ahora. No con esta paz extraña que me envolvía. Me dejé caer sobre una silla, recostándome hacia atrás, mirando al techo… que, por supuesto, también era blanco. Un suspiro escapó de mis labios.
Entonces, sin darme cuenta, una pequeña esfera de energía apareció entre mis manos. Una chispa juguetona, un capricho. Empecé a jugar con ella, lanzándola de una mano a la otra, viéndola girar y vibrar. Pero algo me dio curiosidad, y decidí que no podía quedarme con algo tan simple.
No lo pensé dos veces. Lo tomé con una mano invisible y lo lancé al aire, observando cómo danzaba. Se movía en espirales, absorbiendo todo a su paso, pero de alguna manera, no destruía nada, solo… se divertía con la materia. Como si fuera una pelotita de energía oscura. La giré en mis manos como un niño con un juguete nuevo, haciéndola flotar de un lado a otro, riendo suavemente mientras lo hacía.
—¡Esto es mucho más divertido que leer libros! —exclamé en voz alta, disfrutando del momento.
Me acomodé en mi silla, lanzando y atrapando el agujero negro sin prisa, sin preocupaciones. En este lugar tan vacío y blanco, al menos tenía mi propia forma de entretenerme. Al final, siempre puedo hacer mi propio caos, aunque sea un caos pequeño y juguetón.
La biblioteca infinita era un lugar que, a simple vista, podría haber sido impresionante. Estanterías que se extendían hasta donde el ojo no podía alcanzar, libros que se apilaban sin fin en pasillos interminables. Pero, sinceramente, ya me estaba aburriendo. ¿Cuánto tiempo llevaba aquí? ¿Horas? ¿Días? ¿Eones? No lo sabía, y la verdad, no me importaba. Lo único que deseaba en ese momento era un descanso, algo para distraerme de la nada constante que me rodeaba.
Miré a mi alrededor. Los libros, aunque en su mayoría parecían antiguos, no me decían nada. Había algo desolado en todo eso, como si el conocimiento aquí almacenado ya no tuviera propósito. Decidí que no iba a investigar. No ahora. No con esta paz extraña que me envolvía. Me dejé caer sobre una silla, recostándome hacia atrás, mirando al techo… que, por supuesto, también era blanco. Un suspiro escapó de mis labios.
Entonces, sin darme cuenta, una pequeña esfera de energía apareció entre mis manos. Una chispa juguetona, un capricho. Empecé a jugar con ella, lanzándola de una mano a la otra, viéndola girar y vibrar. Pero algo me dio curiosidad, y decidí que no podía quedarme con algo tan simple.
No lo pensé dos veces. Lo tomé con una mano invisible y lo lancé al aire, observando cómo danzaba. Se movía en espirales, absorbiendo todo a su paso, pero de alguna manera, no destruía nada, solo… se divertía con la materia. Como si fuera una pelotita de energía oscura. La giré en mis manos como un niño con un juguete nuevo, haciéndola flotar de un lado a otro, riendo suavemente mientras lo hacía.
—¡Esto es mucho más divertido que leer libros! —exclamé en voz alta, disfrutando del momento.
Me acomodé en mi silla, lanzando y atrapando el agujero negro sin prisa, sin preocupaciones. En este lugar tan vacío y blanco, al menos tenía mi propia forma de entretenerme. Al final, siempre puedo hacer mi propio caos, aunque sea un caos pequeño y juguetón.
