El ambiente en el vestíbulo del hotel estaba tenso. Un grupo de peleadores se había juntado, algunos intercambiando palabras agresivas, otros ya empujándose. Las chispas estaban a punto de volar.

Takeru, apoyado contra una columna con los brazos cruzados, suspiró. **¿En serio?** Apenas había pasado un día y ya estaban buscando problemas.

Con calma, caminó hacia el centro del grupo y habló con su tono tranquilo, pero firme.

—Muy bien, niños. Corten la mierda.

Algunos se giraron a verlo, otros lo ignoraron, demasiado concentrados en su orgullo.

—Les recordaré algo —continuó, con las manos en los bolsillos—. Si empiezan una pelea aquí, los van a descalificar. Y no hay nada más patético que un peleador que pierde sin siquiera subir al ring.

Hubo un murmullo entre los presentes. Algunos bajaron la cabeza, sabiendo que tenía razón, pero siempre había un imbécil en cada grupo.

—¿Y tú qué, inválido? —espetó uno de los luchadores, un tipo alto y de complexión pesada—. No puedes ni pelear. No tienes derecho a decirnos qué hacer.

El grupo quedó en silencio.

Takeru sonrió de lado. Sin decir nada, se arremangó lentamente la manga de su camiseta negra, revelando su antebrazo. **Fuerte, sólido, con venas marcadas y músculos definidos.**

—¿Inválido, eh?

Levantó el brazo y flexionó el puño con calma, haciendo crujir los nudillos.

—Dime, grandote… ¿quieres comprobar cuán “inválido” estoy?

El tipo tragó saliva. Podía notar que, aunque Takeru no podía competir como antes, ese brazo aún tenía más fuerza y precisión de la que él podría manejar.

El silencio duró unos segundos. Finalmente, el tipo apartó la mirada y se cruzó de brazos, sin decir nada más.

Takeru sonrió.

—Eso pensé.

Se bajó la manga y miró a los demás.

—No peleen fuera de la arena. Si quieren demostrar algo, háganlo donde importa.

Dicho eso, se dio media vuelta y se alejó con la misma calma con la que llegó.
El ambiente en el vestíbulo del hotel estaba tenso. Un grupo de peleadores se había juntado, algunos intercambiando palabras agresivas, otros ya empujándose. Las chispas estaban a punto de volar. Takeru, apoyado contra una columna con los brazos cruzados, suspiró. **¿En serio?** Apenas había pasado un día y ya estaban buscando problemas. Con calma, caminó hacia el centro del grupo y habló con su tono tranquilo, pero firme. —Muy bien, niños. Corten la mierda. Algunos se giraron a verlo, otros lo ignoraron, demasiado concentrados en su orgullo. —Les recordaré algo —continuó, con las manos en los bolsillos—. Si empiezan una pelea aquí, los van a descalificar. Y no hay nada más patético que un peleador que pierde sin siquiera subir al ring. Hubo un murmullo entre los presentes. Algunos bajaron la cabeza, sabiendo que tenía razón, pero siempre había un imbécil en cada grupo. —¿Y tú qué, inválido? —espetó uno de los luchadores, un tipo alto y de complexión pesada—. No puedes ni pelear. No tienes derecho a decirnos qué hacer. El grupo quedó en silencio. Takeru sonrió de lado. Sin decir nada, se arremangó lentamente la manga de su camiseta negra, revelando su antebrazo. **Fuerte, sólido, con venas marcadas y músculos definidos.** —¿Inválido, eh? Levantó el brazo y flexionó el puño con calma, haciendo crujir los nudillos. —Dime, grandote… ¿quieres comprobar cuán “inválido” estoy? El tipo tragó saliva. Podía notar que, aunque Takeru no podía competir como antes, ese brazo aún tenía más fuerza y precisión de la que él podría manejar. El silencio duró unos segundos. Finalmente, el tipo apartó la mirada y se cruzó de brazos, sin decir nada más. Takeru sonrió. —Eso pensé. Se bajó la manga y miró a los demás. —No peleen fuera de la arena. Si quieren demostrar algo, háganlo donde importa. Dicho eso, se dio media vuelta y se alejó con la misma calma con la que llegó.
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