Jimoto aterrizó sobre la farola de un poste, observando la escena desde arriba. En la esquina de la avenida, un grupo de maleantes armados había rodeado a varios transeúntes, exigiéndoles sus pertenencias con amenazas. Uno de ellos agitaba un arma en el aire, gritando órdenes mientras los demás revisaban bolsillos y bolsos.
Jimoto chasqueó la lengua. Ya había visto suficiente.
—No es su día de suerte, chicos —dijo, dejándose caer del poste con un giro acrobático.
Los maleantes se sobresaltaron cuando su figura impactó el suelo con un leve crujido del pavimento. Uno de ellos, el del arma, reaccionó de inmediato y apuntó directo a su cabeza.
—¡¿Quién demonios eres tú?!
Jimoto inclinó la cabeza, con las manos en la cintura.
—¿De verdad? ¿Aún no me reconocen? Qué decepción…
El criminal no dudó. Jaló el gatillo.
*¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!*
Las balas salieron disparadas, pero Jimoto apenas se inmutó. Con un movimiento veloz, levantó la mano y atrapó los proyectiles en el aire, uno tras otro. Los casquillos calientes se deslizaron por su palma antes de caer al suelo con un tintineo metálico.
El silencio fue absoluto.
Los maleantes quedaron boquiabiertos. Uno de ellos, el más joven, murmuró con la voz temblorosa:
—N-no puede ser…
Jimoto abrió la mano, dejando que los proyectiles cayesen al asfalto. Luego, levantó la mirada y sonrió con confianza.
—¿Qué decían de suerte?
El que había disparado se puso pálido. Maldijo entre dientes y trató de disparar de nuevo, pero Jimoto ya estaba en movimiento. En un parpadeo, se deslizó por el suelo y golpeó su muñeca, haciendo que el arma volara por los aires. Antes de que los demás pudieran reaccionar, lanzó una patada giratoria que derribó a dos de ellos de un solo golpe.
Los otros intentaron correr, pero Jimoto los interceptó con movimientos fluidos, esquivando ataques torpes y dejándolos inconscientes en cuestión de segundos.
Cuando el último cayó, se sacudió las manos y suspiró.
Los civiles, aún en shock, lo observaban sin saber qué decir.
Jimoto sonrió y les hizo un gesto despreocupado.
—Todo bajo control. Ahora, llamen a la policía.
Y con eso, se impulsó hacia una azotea cercana y desapareció entre los edificios, dejando atrás el sonido de sirenas que ya comenzaban a acercarse.
Jimoto chasqueó la lengua. Ya había visto suficiente.
—No es su día de suerte, chicos —dijo, dejándose caer del poste con un giro acrobático.
Los maleantes se sobresaltaron cuando su figura impactó el suelo con un leve crujido del pavimento. Uno de ellos, el del arma, reaccionó de inmediato y apuntó directo a su cabeza.
—¡¿Quién demonios eres tú?!
Jimoto inclinó la cabeza, con las manos en la cintura.
—¿De verdad? ¿Aún no me reconocen? Qué decepción…
El criminal no dudó. Jaló el gatillo.
*¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!*
Las balas salieron disparadas, pero Jimoto apenas se inmutó. Con un movimiento veloz, levantó la mano y atrapó los proyectiles en el aire, uno tras otro. Los casquillos calientes se deslizaron por su palma antes de caer al suelo con un tintineo metálico.
El silencio fue absoluto.
Los maleantes quedaron boquiabiertos. Uno de ellos, el más joven, murmuró con la voz temblorosa:
—N-no puede ser…
Jimoto abrió la mano, dejando que los proyectiles cayesen al asfalto. Luego, levantó la mirada y sonrió con confianza.
—¿Qué decían de suerte?
El que había disparado se puso pálido. Maldijo entre dientes y trató de disparar de nuevo, pero Jimoto ya estaba en movimiento. En un parpadeo, se deslizó por el suelo y golpeó su muñeca, haciendo que el arma volara por los aires. Antes de que los demás pudieran reaccionar, lanzó una patada giratoria que derribó a dos de ellos de un solo golpe.
Los otros intentaron correr, pero Jimoto los interceptó con movimientos fluidos, esquivando ataques torpes y dejándolos inconscientes en cuestión de segundos.
Cuando el último cayó, se sacudió las manos y suspiró.
Los civiles, aún en shock, lo observaban sin saber qué decir.
Jimoto sonrió y les hizo un gesto despreocupado.
—Todo bajo control. Ahora, llamen a la policía.
Y con eso, se impulsó hacia una azotea cercana y desapareció entre los edificios, dejando atrás el sonido de sirenas que ya comenzaban a acercarse.
Jimoto aterrizó sobre la farola de un poste, observando la escena desde arriba. En la esquina de la avenida, un grupo de maleantes armados había rodeado a varios transeúntes, exigiéndoles sus pertenencias con amenazas. Uno de ellos agitaba un arma en el aire, gritando órdenes mientras los demás revisaban bolsillos y bolsos.
Jimoto chasqueó la lengua. Ya había visto suficiente.
—No es su día de suerte, chicos —dijo, dejándose caer del poste con un giro acrobático.
Los maleantes se sobresaltaron cuando su figura impactó el suelo con un leve crujido del pavimento. Uno de ellos, el del arma, reaccionó de inmediato y apuntó directo a su cabeza.
—¡¿Quién demonios eres tú?!
Jimoto inclinó la cabeza, con las manos en la cintura.
—¿De verdad? ¿Aún no me reconocen? Qué decepción…
El criminal no dudó. Jaló el gatillo.
*¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!*
Las balas salieron disparadas, pero Jimoto apenas se inmutó. Con un movimiento veloz, levantó la mano y atrapó los proyectiles en el aire, uno tras otro. Los casquillos calientes se deslizaron por su palma antes de caer al suelo con un tintineo metálico.
El silencio fue absoluto.
Los maleantes quedaron boquiabiertos. Uno de ellos, el más joven, murmuró con la voz temblorosa:
—N-no puede ser…
Jimoto abrió la mano, dejando que los proyectiles cayesen al asfalto. Luego, levantó la mirada y sonrió con confianza.
—¿Qué decían de suerte?
El que había disparado se puso pálido. Maldijo entre dientes y trató de disparar de nuevo, pero Jimoto ya estaba en movimiento. En un parpadeo, se deslizó por el suelo y golpeó su muñeca, haciendo que el arma volara por los aires. Antes de que los demás pudieran reaccionar, lanzó una patada giratoria que derribó a dos de ellos de un solo golpe.
Los otros intentaron correr, pero Jimoto los interceptó con movimientos fluidos, esquivando ataques torpes y dejándolos inconscientes en cuestión de segundos.
Cuando el último cayó, se sacudió las manos y suspiró.
Los civiles, aún en shock, lo observaban sin saber qué decir.
Jimoto sonrió y les hizo un gesto despreocupado.
—Todo bajo control. Ahora, llamen a la policía.
Y con eso, se impulsó hacia una azotea cercana y desapareció entre los edificios, dejando atrás el sonido de sirenas que ya comenzaban a acercarse.
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