La mañana en la ciudad era tranquila y silenciosa, rota solo por las sirenas lejanas y el eco de pasos apresurados en un callejón angosto. Cuatro ladrones corrían con bolsas llenas de billetes robados, creyéndose a salvo. Pero entonces, un viento violento los envolvió, seguido de un relámpago rojo y dorado que cegó sus ojos por un instante.
—Vaya, vaya… —la voz sonó detrás de ellos, luego a la izquierda… y de pronto, a la derecha—. ¿Van a alguna parte... Además de la cárcel?.
Los ladrones se giraron en todas direcciones, pero no había nadie… hasta que uno sintió un golpecito en su hombro. Se giró sobresaltado y ahí estaba: el velocista, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y una sonrisa burlona bajo su máscara.
—Deberían estirar antes de hacer ejercicio. No querrán calambres, ¿o sí?
Uno de los criminales sacó un arma, pero antes de que siquiera pudiera apuntar, sintió un golpe en la mano. La pistola había desaparecido… ahora flotaba en el aire frente a ellos.
—¿Buscabas esto? —preguntó el héroe, dándole vueltas a la pistola con un dedo antes de dejarla caer al suelo—. Saben, podrían simplemente rendirse. Ahorramos tiempo, yo vuelvo a casa a cenar, y ustedes evitan una vergüenza mayor.
Uno de los ladrones intentó huir. Dio dos pasos… y se estampó contra un muro de ladrillos. Pero cuando parpadeó, se dio cuenta de que no era un muro. Era el velocista, sonriéndole desde su nueva posición.
—Uy, qué mal, amigo. Intentaste irte por la salida rápida, y adivina quién es más rápido.
Los ladrones intercambiaron miradas. Uno trató de arrojar su bolsa de dinero como distracción, otro intentó correr en dirección contraria… pero cada intento era frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Uno fue desarmado antes de que su puño completara el trayecto. Otro terminó atado con su propia sudadera en un parpadeo.
En menos de cinco segundos, los cuatro estaban apilados en el suelo, con las bolsas de dinero perfectamente ordenadas a un lado.
—Bueno, ha sido divertido —dijo el héroe, sacudiéndose el polvo de las manos—. Pero me temo que la ley y yo tenemos una cita.
Antes de que alguien pudiera protestar, un vendaval lo envolvió de nuevo. Y cuando los ladrones abrieron los ojos… él ya no estaba. A lo lejos, el sonido de sirenas se acercaba.
Los ladrones solo pudieron suspirar, derrotados.
-bien oficiales, aquí está el dinero robado y...-, girando en dirección a a un ciudadano, -aqui está su pertenencia robada, que tenga lindo Día-.
—Vaya, vaya… —la voz sonó detrás de ellos, luego a la izquierda… y de pronto, a la derecha—. ¿Van a alguna parte... Además de la cárcel?.
Los ladrones se giraron en todas direcciones, pero no había nadie… hasta que uno sintió un golpecito en su hombro. Se giró sobresaltado y ahí estaba: el velocista, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y una sonrisa burlona bajo su máscara.
—Deberían estirar antes de hacer ejercicio. No querrán calambres, ¿o sí?
Uno de los criminales sacó un arma, pero antes de que siquiera pudiera apuntar, sintió un golpe en la mano. La pistola había desaparecido… ahora flotaba en el aire frente a ellos.
—¿Buscabas esto? —preguntó el héroe, dándole vueltas a la pistola con un dedo antes de dejarla caer al suelo—. Saben, podrían simplemente rendirse. Ahorramos tiempo, yo vuelvo a casa a cenar, y ustedes evitan una vergüenza mayor.
Uno de los ladrones intentó huir. Dio dos pasos… y se estampó contra un muro de ladrillos. Pero cuando parpadeó, se dio cuenta de que no era un muro. Era el velocista, sonriéndole desde su nueva posición.
—Uy, qué mal, amigo. Intentaste irte por la salida rápida, y adivina quién es más rápido.
Los ladrones intercambiaron miradas. Uno trató de arrojar su bolsa de dinero como distracción, otro intentó correr en dirección contraria… pero cada intento era frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Uno fue desarmado antes de que su puño completara el trayecto. Otro terminó atado con su propia sudadera en un parpadeo.
En menos de cinco segundos, los cuatro estaban apilados en el suelo, con las bolsas de dinero perfectamente ordenadas a un lado.
—Bueno, ha sido divertido —dijo el héroe, sacudiéndose el polvo de las manos—. Pero me temo que la ley y yo tenemos una cita.
Antes de que alguien pudiera protestar, un vendaval lo envolvió de nuevo. Y cuando los ladrones abrieron los ojos… él ya no estaba. A lo lejos, el sonido de sirenas se acercaba.
Los ladrones solo pudieron suspirar, derrotados.
-bien oficiales, aquí está el dinero robado y...-, girando en dirección a a un ciudadano, -aqui está su pertenencia robada, que tenga lindo Día-.
La mañana en la ciudad era tranquila y silenciosa, rota solo por las sirenas lejanas y el eco de pasos apresurados en un callejón angosto. Cuatro ladrones corrían con bolsas llenas de billetes robados, creyéndose a salvo. Pero entonces, un viento violento los envolvió, seguido de un relámpago rojo y dorado que cegó sus ojos por un instante.
—Vaya, vaya… —la voz sonó detrás de ellos, luego a la izquierda… y de pronto, a la derecha—. ¿Van a alguna parte... Además de la cárcel?.
Los ladrones se giraron en todas direcciones, pero no había nadie… hasta que uno sintió un golpecito en su hombro. Se giró sobresaltado y ahí estaba: el velocista, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y una sonrisa burlona bajo su máscara.
—Deberían estirar antes de hacer ejercicio. No querrán calambres, ¿o sí?
Uno de los criminales sacó un arma, pero antes de que siquiera pudiera apuntar, sintió un golpe en la mano. La pistola había desaparecido… ahora flotaba en el aire frente a ellos.
—¿Buscabas esto? —preguntó el héroe, dándole vueltas a la pistola con un dedo antes de dejarla caer al suelo—. Saben, podrían simplemente rendirse. Ahorramos tiempo, yo vuelvo a casa a cenar, y ustedes evitan una vergüenza mayor.
Uno de los ladrones intentó huir. Dio dos pasos… y se estampó contra un muro de ladrillos. Pero cuando parpadeó, se dio cuenta de que no era un muro. Era el velocista, sonriéndole desde su nueva posición.
—Uy, qué mal, amigo. Intentaste irte por la salida rápida, y adivina quién es más rápido.
Los ladrones intercambiaron miradas. Uno trató de arrojar su bolsa de dinero como distracción, otro intentó correr en dirección contraria… pero cada intento era frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Uno fue desarmado antes de que su puño completara el trayecto. Otro terminó atado con su propia sudadera en un parpadeo.
En menos de cinco segundos, los cuatro estaban apilados en el suelo, con las bolsas de dinero perfectamente ordenadas a un lado.
—Bueno, ha sido divertido —dijo el héroe, sacudiéndose el polvo de las manos—. Pero me temo que la ley y yo tenemos una cita.
Antes de que alguien pudiera protestar, un vendaval lo envolvió de nuevo. Y cuando los ladrones abrieron los ojos… él ya no estaba. A lo lejos, el sonido de sirenas se acercaba.
Los ladrones solo pudieron suspirar, derrotados.
-bien oficiales, aquí está el dinero robado y...-, girando en dirección a a un ciudadano, -aqui está su pertenencia robada, que tenga lindo Día-.
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