El bosque era espeso y fresco, con el murmullo de las hojas danzando en la brisa. "X" avanzaba por el sendero sin prisa, dejando que el sonido de la naturaleza lo envolviera. Era un día tranquilo, de esos en los que el mundo parecía respirar en calma.

Pero, entonces, algo alteró la armonía.

Un golpe seco retumbó entre los árboles. Luego otro. Y otro más.

"X" se detuvo, agudizando el oído. No eran pasos, ni el crujir de una rama al romperse. Eran impactos, repetitivos y fuertes, como si algo estuviera castigando la madera con violencia.

Con curiosidad, desvió su camino, moviéndose con sigilo entre los arbustos. Se asomó entre las sombras y lo vio.

Un joven, no mayor de veinte años, con guantes de boxeo y la ropa empapada de sudor, lanzaba golpes contra un grueso tronco seco. Su postura era firme, su mirada concentrada. No notaba nada más, solo el desafío que tenía frente a él.

Cada golpe hacía vibrar la madera. La corteza se astillaba con cada impacto, pero el joven no se detenía. Su respiración era pesada, rítmica, casi como un ritual.

Entonces, "X" vio el instante en que todo cambió.

El muchacho inhaló profundo, tensó los músculos y lanzó un último golpe con toda su fuerza.

El sonido fue como un trueno. La madera crujió, se partió de inmediato, y el tronco entero cayó al suelo con un estruendo seco. Al mismo tiempo, el guante en su mano derecha se rasgó, incapaz de soportar la fuerza descomunal que había liberado.

"X" contuvo la respiración, observando al joven que ahora miraba su guante roto con indiferencia. No parecía sorprendido. No parecía satisfecho. Solo suspiró, comenzando a quitárselo con calma.

Aún no sabía que estaba siendo observado.
El bosque era espeso y fresco, con el murmullo de las hojas danzando en la brisa. "X" avanzaba por el sendero sin prisa, dejando que el sonido de la naturaleza lo envolviera. Era un día tranquilo, de esos en los que el mundo parecía respirar en calma. Pero, entonces, algo alteró la armonía. Un golpe seco retumbó entre los árboles. Luego otro. Y otro más. "X" se detuvo, agudizando el oído. No eran pasos, ni el crujir de una rama al romperse. Eran impactos, repetitivos y fuertes, como si algo estuviera castigando la madera con violencia. Con curiosidad, desvió su camino, moviéndose con sigilo entre los arbustos. Se asomó entre las sombras y lo vio. Un joven, no mayor de veinte años, con guantes de boxeo y la ropa empapada de sudor, lanzaba golpes contra un grueso tronco seco. Su postura era firme, su mirada concentrada. No notaba nada más, solo el desafío que tenía frente a él. Cada golpe hacía vibrar la madera. La corteza se astillaba con cada impacto, pero el joven no se detenía. Su respiración era pesada, rítmica, casi como un ritual. Entonces, "X" vio el instante en que todo cambió. El muchacho inhaló profundo, tensó los músculos y lanzó un último golpe con toda su fuerza. El sonido fue como un trueno. La madera crujió, se partió de inmediato, y el tronco entero cayó al suelo con un estruendo seco. Al mismo tiempo, el guante en su mano derecha se rasgó, incapaz de soportar la fuerza descomunal que había liberado. "X" contuvo la respiración, observando al joven que ahora miraba su guante roto con indiferencia. No parecía sorprendido. No parecía satisfecho. Solo suspiró, comenzando a quitárselo con calma. Aún no sabía que estaba siendo observado.
Me gusta
1
0 turnos 0 maullidos 360 vistas
Patrocinados
Patrocinados