El Señor Tenebroso no descansa
En la penumbra de una mansión abandonada, donde el polvo y las telarañas se arremolinaban en los rincones, Tom Riddle, conocido ahora por todos como Lord Voldemort, se encontraba en su estudio. Sus cuarenta años no habían marcado su rostro de la manera que lo hace el tiempo con los mortales comunes; más bien, su apariencia se mantenía intemporal, una máscara de palidez y poder.
Sus ojos observaban la noche a través de una ventana rota, como si pudiera ver más allá del mundo físico, en busca de su siguiente víctima o de un nuevo secreto oscuro para desentrañar. Su varita, siempre a su lado, parecía vibrar con un deseo de caos y destrucción, un reflejo de su propio corazón.
El silencio del lugar era roto únicamente por el sonido de su respiración, profunda y controlada, mientras su mente daba vueltas a planes de conquista y control del Mundo Mágico.
Un susurro, apenas audible, escapaba de sus labios, una promesa de dominio sobre todos los magos y brujas, sobre el mundo mágico y, quizás, más allá.
Con una sonrisa que no tocaba sus ojos, Lord Voldemort se levantó. Había mucho por hacer; el poder no se conquista con la paciencia, sino con la acción. Y él, a sus cuarenta años, estaba más dispuesto que nunca a reclamar lo que consideraba suyo por derecho.
Sus ojos observaban la noche a través de una ventana rota, como si pudiera ver más allá del mundo físico, en busca de su siguiente víctima o de un nuevo secreto oscuro para desentrañar. Su varita, siempre a su lado, parecía vibrar con un deseo de caos y destrucción, un reflejo de su propio corazón.
El silencio del lugar era roto únicamente por el sonido de su respiración, profunda y controlada, mientras su mente daba vueltas a planes de conquista y control del Mundo Mágico.
Un susurro, apenas audible, escapaba de sus labios, una promesa de dominio sobre todos los magos y brujas, sobre el mundo mágico y, quizás, más allá.
Con una sonrisa que no tocaba sus ojos, Lord Voldemort se levantó. Había mucho por hacer; el poder no se conquista con la paciencia, sino con la acción. Y él, a sus cuarenta años, estaba más dispuesto que nunca a reclamar lo que consideraba suyo por derecho.
En la penumbra de una mansión abandonada, donde el polvo y las telarañas se arremolinaban en los rincones, Tom Riddle, conocido ahora por todos como Lord Voldemort, se encontraba en su estudio. Sus cuarenta años no habían marcado su rostro de la manera que lo hace el tiempo con los mortales comunes; más bien, su apariencia se mantenía intemporal, una máscara de palidez y poder.
Sus ojos observaban la noche a través de una ventana rota, como si pudiera ver más allá del mundo físico, en busca de su siguiente víctima o de un nuevo secreto oscuro para desentrañar. Su varita, siempre a su lado, parecía vibrar con un deseo de caos y destrucción, un reflejo de su propio corazón.
El silencio del lugar era roto únicamente por el sonido de su respiración, profunda y controlada, mientras su mente daba vueltas a planes de conquista y control del Mundo Mágico.
Un susurro, apenas audible, escapaba de sus labios, una promesa de dominio sobre todos los magos y brujas, sobre el mundo mágico y, quizás, más allá.
Con una sonrisa que no tocaba sus ojos, Lord Voldemort se levantó. Había mucho por hacer; el poder no se conquista con la paciencia, sino con la acción. Y él, a sus cuarenta años, estaba más dispuesto que nunca a reclamar lo que consideraba suyo por derecho.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
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