El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Maki Zenin salía del campo de entrenamiento, con la camiseta empapada de sudor y el cabello despeinado. Se pasó una mano por la frente, alejando algunos mechones rebeldes, y dejó escapar un largo suspiro de satisfacción. Había sido un buen día.
Horas de práctica intensa, repitiendo movimientos hasta que sus músculos ardieron, pero valía la pena. Cada gota de sudor era un paso más lejos de los Zenin y su estúpida visión de la fuerza. Ella iba a demostrarles que el talento no significaba nada frente al esfuerzo puro.
El pasillo estaba desierto, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el silencio no era tan malo. Sin Panda parloteando sin parar o Inumaki limitándose a sus “salmones” y “bonitos,” el mundo parecía moverse más lento. Hasta podía escuchar el suave susurro del viento afuera.
De camino a su habitación, hizo una parada en la máquina expendedora. Metió unas monedas y presionó el botón para una bebida energética. El sonido del bote cayendo al compartimento resonó fuerte en el pasillo vacío. Se inclinó para recogerlo y, sin pensarlo mucho, se dejó caer en un banco cercano, sintiendo cómo sus músculos se relajaban.
—Por fin... un momento de paz... —murmuró, apoyando la cabeza contra la pared mientras el frío de la lata refrescaba sus manos.
Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos para disfrutar del silencio y la brisa que se colaba por las ventanas abiertas. La bebida era amarga, pero reconfortante, y sintió la energía regresar poco a poco a su cuerpo agotado.
Sin nada que hacer y nadie que la molestara, su mente empezó a divagar. Pensó en Mai, en sus palabras llenas de resentimiento y dolor. En cómo las cosas podrían haber sido diferentes si... pero no, sacudió la cabeza. No tenía caso pensar en “qué pasaría si.” Ella ya había tomado su decisión.
—Idiota... —susurró, más para sí misma que para nadie más.
Dejó escapar una risa corta y seca. Sí, era una idiota, pero una idiota con metas claras y con la determinación de alcanzarlas, sin importar lo que dijeran los demás.
El cielo seguía cambiando de color, y el aire se sentía más fresco. Maki dejó que su cuerpo se hundiera un poco más en el banco, mirando las nubes moverse lentamente. No tenía prisa. Al menos por hoy, podía permitirse unos minutos más de descanso antes de volver a cargar su peso sobre los hombros.
Bebió otro trago y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar el momento.
Horas de práctica intensa, repitiendo movimientos hasta que sus músculos ardieron, pero valía la pena. Cada gota de sudor era un paso más lejos de los Zenin y su estúpida visión de la fuerza. Ella iba a demostrarles que el talento no significaba nada frente al esfuerzo puro.
El pasillo estaba desierto, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el silencio no era tan malo. Sin Panda parloteando sin parar o Inumaki limitándose a sus “salmones” y “bonitos,” el mundo parecía moverse más lento. Hasta podía escuchar el suave susurro del viento afuera.
De camino a su habitación, hizo una parada en la máquina expendedora. Metió unas monedas y presionó el botón para una bebida energética. El sonido del bote cayendo al compartimento resonó fuerte en el pasillo vacío. Se inclinó para recogerlo y, sin pensarlo mucho, se dejó caer en un banco cercano, sintiendo cómo sus músculos se relajaban.
—Por fin... un momento de paz... —murmuró, apoyando la cabeza contra la pared mientras el frío de la lata refrescaba sus manos.
Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos para disfrutar del silencio y la brisa que se colaba por las ventanas abiertas. La bebida era amarga, pero reconfortante, y sintió la energía regresar poco a poco a su cuerpo agotado.
Sin nada que hacer y nadie que la molestara, su mente empezó a divagar. Pensó en Mai, en sus palabras llenas de resentimiento y dolor. En cómo las cosas podrían haber sido diferentes si... pero no, sacudió la cabeza. No tenía caso pensar en “qué pasaría si.” Ella ya había tomado su decisión.
—Idiota... —susurró, más para sí misma que para nadie más.
Dejó escapar una risa corta y seca. Sí, era una idiota, pero una idiota con metas claras y con la determinación de alcanzarlas, sin importar lo que dijeran los demás.
El cielo seguía cambiando de color, y el aire se sentía más fresco. Maki dejó que su cuerpo se hundiera un poco más en el banco, mirando las nubes moverse lentamente. No tenía prisa. Al menos por hoy, podía permitirse unos minutos más de descanso antes de volver a cargar su peso sobre los hombros.
Bebió otro trago y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar el momento.
El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Maki Zenin salía del campo de entrenamiento, con la camiseta empapada de sudor y el cabello despeinado. Se pasó una mano por la frente, alejando algunos mechones rebeldes, y dejó escapar un largo suspiro de satisfacción. Había sido un buen día.
Horas de práctica intensa, repitiendo movimientos hasta que sus músculos ardieron, pero valía la pena. Cada gota de sudor era un paso más lejos de los Zenin y su estúpida visión de la fuerza. Ella iba a demostrarles que el talento no significaba nada frente al esfuerzo puro.
El pasillo estaba desierto, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el silencio no era tan malo. Sin Panda parloteando sin parar o Inumaki limitándose a sus “salmones” y “bonitos,” el mundo parecía moverse más lento. Hasta podía escuchar el suave susurro del viento afuera.
De camino a su habitación, hizo una parada en la máquina expendedora. Metió unas monedas y presionó el botón para una bebida energética. El sonido del bote cayendo al compartimento resonó fuerte en el pasillo vacío. Se inclinó para recogerlo y, sin pensarlo mucho, se dejó caer en un banco cercano, sintiendo cómo sus músculos se relajaban.
—Por fin... un momento de paz... —murmuró, apoyando la cabeza contra la pared mientras el frío de la lata refrescaba sus manos.
Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos para disfrutar del silencio y la brisa que se colaba por las ventanas abiertas. La bebida era amarga, pero reconfortante, y sintió la energía regresar poco a poco a su cuerpo agotado.
Sin nada que hacer y nadie que la molestara, su mente empezó a divagar. Pensó en Mai, en sus palabras llenas de resentimiento y dolor. En cómo las cosas podrían haber sido diferentes si... pero no, sacudió la cabeza. No tenía caso pensar en “qué pasaría si.” Ella ya había tomado su decisión.
—Idiota... —susurró, más para sí misma que para nadie más.
Dejó escapar una risa corta y seca. Sí, era una idiota, pero una idiota con metas claras y con la determinación de alcanzarlas, sin importar lo que dijeran los demás.
El cielo seguía cambiando de color, y el aire se sentía más fresco. Maki dejó que su cuerpo se hundiera un poco más en el banco, mirando las nubes moverse lentamente. No tenía prisa. Al menos por hoy, podía permitirse unos minutos más de descanso antes de volver a cargar su peso sobre los hombros.
Bebió otro trago y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar el momento.
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