Había salido a dar una vuelta por el campus. Necesitaba salir a tomar un poco de aire fresco, a parte de aprovechar y sacar a pasear a Baxter, a quien no veía desde hacía bastante tiempo. A veces pensaba que su cachorro ya no se acordaría de ella, pero todo lo contrario: siempre que la veía, ladraba y corría hacia ella con una energía inusitada.

—Me echas de menos, ¿verdad, campeón? —dijo de rodillas en el suelo, dejándose acariciar por Baxter, que daba vueltas a su alrededor de pura alegría.

A su lado, Leon se acercaba lentamente, con las manos detrás de la espalda y sus inconfundibles gafas de sol negras que impedían ver sus ojos. Pudo ver un atisbo de sonrisa antes de agacharse y quedarse en silencio.

A cualquier otra persona, ese gesto hubiera terminado con una huida o una incomodidad insoportable; sin embargo, para Tahara fue como volver a su adolescencia tardía. Cerró distancias con Leon y lo abrazó, cuál fue su sorpresa cuando el profesional abrió los brazos y le correspondió en silencio. Su voz grave y monótona alcanzó sus oídos cuando se separaron, unos segundos después:

—He oído que tienes un nuevo trabajo. ¿Cómo es la chica?

Siempre tan suspicaz. Por supuesto que lo sabía. Era un profesional, después de todo.

—¿Sabes? Me recuerda a ella —un atisbo de felicidad surgió del pecho de Tahara, algo que duró apenas unos segundos—. Sólo que es de piel clara y ojos azules. Bueno, y de padre rico. Pero no sé… hay algo que me hace querer protegerla, y no precisamente el dinero de su padre.

El recuerdo de Isabelle seguía siendo fuerte, trataba de atesorar todo lo que había compartido con ella. Tenía diarios escritos para no olvidar el más mínimo detalle, y si eso ocurría, siempre podía recurrir a esas palabras escritas. Fue lo primero que recogió cuando se mudó con Chiara, y en los ratos muertos siempre tenía alguno de los diarios en la mano. A veces no entendía su letra de rápido que había escrito; otras, la tinta estaba desdibujada por las lágrimas que brotaron de sus ojos cuando lo escribió. Pero no todo fueron recuerdos malos, también había muchos pasajes de momentos felices, y eran esos los que más quería mantener.

Tal vez su voz ya fuera sólo un susurro, algo cada vez más olvidado. Pero las sensaciones, la piel teñida de recuerdos seguía erizándose cada vez que cerraba los ojos y dejaba que su mente navegase al pasado.
Había salido a dar una vuelta por el campus. Necesitaba salir a tomar un poco de aire fresco, a parte de aprovechar y sacar a pasear a Baxter, a quien no veía desde hacía bastante tiempo. A veces pensaba que su cachorro ya no se acordaría de ella, pero todo lo contrario: siempre que la veía, ladraba y corría hacia ella con una energía inusitada. —Me echas de menos, ¿verdad, campeón? —dijo de rodillas en el suelo, dejándose acariciar por Baxter, que daba vueltas a su alrededor de pura alegría. A su lado, Leon se acercaba lentamente, con las manos detrás de la espalda y sus inconfundibles gafas de sol negras que impedían ver sus ojos. Pudo ver un atisbo de sonrisa antes de agacharse y quedarse en silencio. A cualquier otra persona, ese gesto hubiera terminado con una huida o una incomodidad insoportable; sin embargo, para Tahara fue como volver a su adolescencia tardía. Cerró distancias con Leon y lo abrazó, cuál fue su sorpresa cuando el profesional abrió los brazos y le correspondió en silencio. Su voz grave y monótona alcanzó sus oídos cuando se separaron, unos segundos después: —He oído que tienes un nuevo trabajo. ¿Cómo es la chica? Siempre tan suspicaz. Por supuesto que lo sabía. Era un profesional, después de todo. —¿Sabes? Me recuerda a ella —un atisbo de felicidad surgió del pecho de Tahara, algo que duró apenas unos segundos—. Sólo que es de piel clara y ojos azules. Bueno, y de padre rico. Pero no sé… hay algo que me hace querer protegerla, y no precisamente el dinero de su padre. El recuerdo de Isabelle seguía siendo fuerte, trataba de atesorar todo lo que había compartido con ella. Tenía diarios escritos para no olvidar el más mínimo detalle, y si eso ocurría, siempre podía recurrir a esas palabras escritas. Fue lo primero que recogió cuando se mudó con Chiara, y en los ratos muertos siempre tenía alguno de los diarios en la mano. A veces no entendía su letra de rápido que había escrito; otras, la tinta estaba desdibujada por las lágrimas que brotaron de sus ojos cuando lo escribió. Pero no todo fueron recuerdos malos, también había muchos pasajes de momentos felices, y eran esos los que más quería mantener. Tal vez su voz ya fuera sólo un susurro, algo cada vez más olvidado. Pero las sensaciones, la piel teñida de recuerdos seguía erizándose cada vez que cerraba los ojos y dejaba que su mente navegase al pasado.
Me encocora
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