El estruendo de una llave inglesa golpeando el suelo resonó en el pequeño taller. ᒍᥲxoᥒ ᙃoᥒoʋᥲᥒ chasqueó la lengua y se agachó para recogerla, limpiándose el sudor de la frente con la manga de su camisa abierta. Estaba cubierto de grasa hasta los codos, con el torso tenso bajo la camiseta oscura, marcada por el trabajo duro.
El motor del coche frente a él rugía débilmente, como si se resistiera a volver a la vida.
Jaxon ajustó una pieza con precisión, girando la herramienta con la fuerza justa. Había aprendido a conocer los coches como si fueran extensiones de sí mismo. Un motor roto no era tan diferente de una vida rota: algunas cosas podían arreglarse, otras simplemente estaban condenadas.
El aire olía a aceite, metal caliente y tabaco rancio. Afuera, el sol se filtraba por la puerta abierta, iluminando el polvo en suspensión.
Llevaba horas ahí dentro y no le molestaba. En el taller, al menos, había un orden que él mismo imponía. No como fuera, donde el pasado acechaba en cada sombra.
Sacó un nuevo cigarrillo del bolsillo, se lo llevó a los labios y lo encendió. Miró su reflejo en la ventanilla del coche: ojos cansados, mandíbula tensa, cicatrices invisibles que ningún espejo podía mostrar.
El sonido de un coche aparcando lo sacó de sus pensamientos. Un cliente. O quizá alguien menos bienvenido. Quién sabía.
Jaxon soltó el cigarro, lo pisó con la bota y se preparó para lo que viniera. En su mundo, nunca se podía bajar la guardia.
El motor del coche frente a él rugía débilmente, como si se resistiera a volver a la vida.
Jaxon ajustó una pieza con precisión, girando la herramienta con la fuerza justa. Había aprendido a conocer los coches como si fueran extensiones de sí mismo. Un motor roto no era tan diferente de una vida rota: algunas cosas podían arreglarse, otras simplemente estaban condenadas.
El aire olía a aceite, metal caliente y tabaco rancio. Afuera, el sol se filtraba por la puerta abierta, iluminando el polvo en suspensión.
Llevaba horas ahí dentro y no le molestaba. En el taller, al menos, había un orden que él mismo imponía. No como fuera, donde el pasado acechaba en cada sombra.
Sacó un nuevo cigarrillo del bolsillo, se lo llevó a los labios y lo encendió. Miró su reflejo en la ventanilla del coche: ojos cansados, mandíbula tensa, cicatrices invisibles que ningún espejo podía mostrar.
El sonido de un coche aparcando lo sacó de sus pensamientos. Un cliente. O quizá alguien menos bienvenido. Quién sabía.
Jaxon soltó el cigarro, lo pisó con la bota y se preparó para lo que viniera. En su mundo, nunca se podía bajar la guardia.
🔻El estruendo de una llave inglesa golpeando el suelo resonó en el pequeño taller. [Jaxon1] chasqueó la lengua y se agachó para recogerla, limpiándose el sudor de la frente con la manga de su camisa abierta. Estaba cubierto de grasa hasta los codos, con el torso tenso bajo la camiseta oscura, marcada por el trabajo duro.
El motor del coche frente a él rugía débilmente, como si se resistiera a volver a la vida.
Jaxon ajustó una pieza con precisión, girando la herramienta con la fuerza justa. Había aprendido a conocer los coches como si fueran extensiones de sí mismo. Un motor roto no era tan diferente de una vida rota: algunas cosas podían arreglarse, otras simplemente estaban condenadas.
El aire olía a aceite, metal caliente y tabaco rancio. Afuera, el sol se filtraba por la puerta abierta, iluminando el polvo en suspensión.
Llevaba horas ahí dentro y no le molestaba. En el taller, al menos, había un orden que él mismo imponía. No como fuera, donde el pasado acechaba en cada sombra.
Sacó un nuevo cigarrillo del bolsillo, se lo llevó a los labios y lo encendió. Miró su reflejo en la ventanilla del coche: ojos cansados, mandíbula tensa, cicatrices invisibles que ningún espejo podía mostrar.
El sonido de un coche aparcando lo sacó de sus pensamientos. Un cliente. O quizá alguien menos bienvenido. Quién sabía.
Jaxon soltó el cigarro, lo pisó con la bota y se preparó para lo que viniera. En su mundo, nunca se podía bajar la guardia.🔺
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