Miller había pasado horas intentando rastrear el número desde el que Eun-Woo le había llamado, pero cada intento terminaba en un callejón sin salida. Era frustrante. Si Eun estaba en problemas, ¿por qué no le dejaba encontrarlo? ¿Por qué no confiaba en él como antes? Golpeó el escritorio con el puño cerrado, exhalando con fuerza mientras su mente no paraba de dar vueltas. Seguramente Eun-Woo estaba en algún lío, o de lo contrario, no estaría evitando que lo localizara de esa forma. Pensar en todas las posibilidades le carcomía por dentro. ¿Estaba herido? ¿Solo? ¿Huyendo? No podía evitar sentirse inquieto, preocupado hasta el punto de que su estómago se sentía revuelto con la incertidumbre.

Pero la preocupación no era lo único que sentía. A veces, cuando la noche se volvía demasiado silenciosa y su departamento parecía más vacío que nunca, Miller sentía la rabia mezclarse con la tristeza. Se odiaba por seguir esperando, por seguir preguntándose si Eun-Woo volvería a aparecer en su vida, aunque fuera solo por un segundo. Había días en los que deseaba olvidar, hacer de cuenta que su ex pareja jamás había estado a su lado. Pero entonces recordaba la risa de Eun, su voz llamándolo con suavidad, los pequeños momentos de tranquilidad que compartieron, y todo se desmoronaba. Era su duelo. Lo estaba viviendo a su manera, en una mezcla de enojo, tristeza y resignación.

Había empezado a alejarse del alcohol, aunque el impulso de beber aún lo acechaba en las noches difíciles. Sabía que si no se detenía, su cuerpo terminaría por pasarle factura. A veces, al mirar su reflejo en el espejo, podía notar el cansancio en su rostro, la sombra de lo que antes era. No quería hundirse más. No cuando aún tenía a Eli, cuando aún tenía una razón para mantenerse firme. Pero maldita sea, cuánto dolía. Cuánto dolía extrañar a alguien que parecía haberse desvanecido de su vida, solo para volver a aparecer en una llamada que le había revuelto el corazón.
Miller había pasado horas intentando rastrear el número desde el que Eun-Woo le había llamado, pero cada intento terminaba en un callejón sin salida. Era frustrante. Si Eun estaba en problemas, ¿por qué no le dejaba encontrarlo? ¿Por qué no confiaba en él como antes? Golpeó el escritorio con el puño cerrado, exhalando con fuerza mientras su mente no paraba de dar vueltas. Seguramente Eun-Woo estaba en algún lío, o de lo contrario, no estaría evitando que lo localizara de esa forma. Pensar en todas las posibilidades le carcomía por dentro. ¿Estaba herido? ¿Solo? ¿Huyendo? No podía evitar sentirse inquieto, preocupado hasta el punto de que su estómago se sentía revuelto con la incertidumbre. Pero la preocupación no era lo único que sentía. A veces, cuando la noche se volvía demasiado silenciosa y su departamento parecía más vacío que nunca, Miller sentía la rabia mezclarse con la tristeza. Se odiaba por seguir esperando, por seguir preguntándose si Eun-Woo volvería a aparecer en su vida, aunque fuera solo por un segundo. Había días en los que deseaba olvidar, hacer de cuenta que su ex pareja jamás había estado a su lado. Pero entonces recordaba la risa de Eun, su voz llamándolo con suavidad, los pequeños momentos de tranquilidad que compartieron, y todo se desmoronaba. Era su duelo. Lo estaba viviendo a su manera, en una mezcla de enojo, tristeza y resignación. Había empezado a alejarse del alcohol, aunque el impulso de beber aún lo acechaba en las noches difíciles. Sabía que si no se detenía, su cuerpo terminaría por pasarle factura. A veces, al mirar su reflejo en el espejo, podía notar el cansancio en su rostro, la sombra de lo que antes era. No quería hundirse más. No cuando aún tenía a Eli, cuando aún tenía una razón para mantenerse firme. Pero maldita sea, cuánto dolía. Cuánto dolía extrañar a alguien que parecía haberse desvanecido de su vida, solo para volver a aparecer en una llamada que le había revuelto el corazón.
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