Hombres.
Criaturas de ambición desmedida, de orgullo forjado en el filo de la espada y corazones endurecidos por la guerra. Los había visto en todas sus formas: héroes, traidores, protectores y verdugos. Pero, en el ocaso teñido de rojo, cuando la sangre manchaba la piel de los vencidos y la mirada de los vencedores brillaba con fría determinación, comprendía la verdad: el poder siempre les pertenecía.
Detestaba esa injusticia. Detestaba cómo el mundo concedía a los hombres la última palabra, cómo podían arrebatar, decidir, condenar sin que nadie les cuestionara. Pero, sobre todo, detestaba cómo la historia repetía sus ciclos, donde siempre había un hombre erguido sobre las ruinas de alguien más, mientras el sol teñía de oro la tragedia.
Criaturas de ambición desmedida, de orgullo forjado en el filo de la espada y corazones endurecidos por la guerra. Los había visto en todas sus formas: héroes, traidores, protectores y verdugos. Pero, en el ocaso teñido de rojo, cuando la sangre manchaba la piel de los vencidos y la mirada de los vencedores brillaba con fría determinación, comprendía la verdad: el poder siempre les pertenecía.
Detestaba esa injusticia. Detestaba cómo el mundo concedía a los hombres la última palabra, cómo podían arrebatar, decidir, condenar sin que nadie les cuestionara. Pero, sobre todo, detestaba cómo la historia repetía sus ciclos, donde siempre había un hombre erguido sobre las ruinas de alguien más, mientras el sol teñía de oro la tragedia.
Hombres.
Criaturas de ambición desmedida, de orgullo forjado en el filo de la espada y corazones endurecidos por la guerra. Los había visto en todas sus formas: héroes, traidores, protectores y verdugos. Pero, en el ocaso teñido de rojo, cuando la sangre manchaba la piel de los vencidos y la mirada de los vencedores brillaba con fría determinación, comprendía la verdad: el poder siempre les pertenecía.
Detestaba esa injusticia. Detestaba cómo el mundo concedía a los hombres la última palabra, cómo podían arrebatar, decidir, condenar sin que nadie les cuestionara. Pero, sobre todo, detestaba cómo la historia repetía sus ciclos, donde siempre había un hombre erguido sobre las ruinas de alguien más, mientras el sol teñía de oro la tragedia.