Había ido a estudiar a la biblioteca, pero no se encontraba en el edificio. Bueno, técnicamente sí, en la azotea de la biblioteca, sentada en un rincón con los pies colgando en el vacío. Sentía en su interior una rabia infantil por no haber podido pintar algunos edificios de verde, haciendo explotar sus bombas caseras —si es que llegaban a serlo, porque ambas terminaron fallando y explotando en momentos indebidos— porque Mallory se lo había negado.

No tenía ganas de estar en la habitación con ella. Sabía de sobra que era una rabieta de niña pequeña, sabía ya identificarlas, por lo que prefirió poner un poquito de distancia para aclarar sus pensamientos, que corrían como la espuma en un barril de cerveza.

Tenía un prototipo en las manos. Era burdo y daba casi la sensación de ser un juguete. Arrancó la bolsa de pintura que tenía en su interior y se levantó del suelo, y en un minúsculo ataque de ira se levantó y lo lanzó al vacío, como quien lanzaba piedras a un río.

—¡¡Jodeeeeeeeeer!! —gritó, como si eso le fuera a dar más fuerza a su lanzamiento.

La bolsa impactó de lleno contra un grupo de estudiantes que caminaban junto a un chaval vestido de tuno. Uno que hacía años que debería haber acabado la carrera, o tal vez seguía allí por amor al arte, pues su capa estaba prácticamente llena de bordados, sin apenas dejar un espacio negro libre.

Irene rápidamente se echó a tierra, como una lagartija en busca de cobijo. A duras penas podía ver el desaguisado que había hecho, pero de sobra podían oírse los gritos de desesperación de aquel grupo de estudiantes. Sin poder evitarlo, Irene se echó a reír a pleno pulmón, sacando la niña gamberra que, de vez en cuando, aún vivía en ella.
Había ido a estudiar a la biblioteca, pero no se encontraba en el edificio. Bueno, técnicamente sí, en la azotea de la biblioteca, sentada en un rincón con los pies colgando en el vacío. Sentía en su interior una rabia infantil por no haber podido pintar algunos edificios de verde, haciendo explotar sus bombas caseras —si es que llegaban a serlo, porque ambas terminaron fallando y explotando en momentos indebidos— porque Mallory se lo había negado. No tenía ganas de estar en la habitación con ella. Sabía de sobra que era una rabieta de niña pequeña, sabía ya identificarlas, por lo que prefirió poner un poquito de distancia para aclarar sus pensamientos, que corrían como la espuma en un barril de cerveza. Tenía un prototipo en las manos. Era burdo y daba casi la sensación de ser un juguete. Arrancó la bolsa de pintura que tenía en su interior y se levantó del suelo, y en un minúsculo ataque de ira se levantó y lo lanzó al vacío, como quien lanzaba piedras a un río. —¡¡Jodeeeeeeeeer!! —gritó, como si eso le fuera a dar más fuerza a su lanzamiento. La bolsa impactó de lleno contra un grupo de estudiantes que caminaban junto a un chaval vestido de tuno. Uno que hacía años que debería haber acabado la carrera, o tal vez seguía allí por amor al arte, pues su capa estaba prácticamente llena de bordados, sin apenas dejar un espacio negro libre. Irene rápidamente se echó a tierra, como una lagartija en busca de cobijo. A duras penas podía ver el desaguisado que había hecho, pero de sobra podían oírse los gritos de desesperación de aquel grupo de estudiantes. Sin poder evitarlo, Irene se echó a reír a pleno pulmón, sacando la niña gamberra que, de vez en cuando, aún vivía en ella.
Me endiabla
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