«Agosto, 1971. Un grupo de estudiantes de la Universidad de Stanford participó en un experimento de dos semanas.
La mitad de ellos, vestidos de prisioneros. La otra mitad, tomarían el papel de guardias. La institución preparó un área con celdas y pasillos que lucían justo como los de una penitenciaría real.
Se instó a los participantes, en especial a los "guardias", a que actuaran sin restricciones, tal como lo harían si esas fueran sus nuevas vidas, sus nuevas realidades. ¿El propósito? Observar qué tan rápido corrompía el poder.
Tomó menos de un día. Abusos verbales, después físicos, eran infligidos a los prisioneros por quienes tenían poder e impunidad. ¿Por qué no, si nadie iba a castigarlos? Parecían haber olvidado que meros días antes, todo el grupo eran simples estudiantes. Algunos tomaban cursos juntos, incluso.
Un éxito, ¿cierto? Quedó comprobada, lejos de toda sombra de la duda, la maldad inherente en el ser humano. Si alguien tiene la capacidad y la oportunidad de herir impunemente, la aprovechará. ¿Y por qué no lo haría?
Esa fue la narrativa del experimento... hasta hace poco.
Más de tres décadas después de que los resultados se publicaran, surgieron nuevos detalles a la luz. Detalles lúgubres y escandalizantes.
Inevitabilidad. La inevitabilidad de la maldad humana cuando se combina con la oportunidad de lo impune. Eso quería probar el experimento, a como diera lugar. Pero... no salió como planeaban.
Los nuevos documentos filtraron que los organizadores instaban, y a veces exigían a los "guardias" a abusar de su poder. Impedían los actos de bondad entre participantes, sembraban discordia entre ellos, y amenazaban con penalizar a quienes tendían una mano.
¿Por qué? ¿Acaso no era inevitable el egoísmo? ¿La crueldad? ¿No es inevitable que lo más oscuro que se esconde dentro de la humanidad brote cuando hay una oportunidad teñida de impunidad? Parecía lógico, parecía racional. Parecía lo correcto.
Pero el espíritu humano, su irracionalidad, no se los permitió.
Bondad. Solidaridad. Compasión.
Aparecieron sin miedo, en medio de un terreno fértil para que lo más podrido del ser humano surgiese, como si desafiaran a lo establecido».
La mitad de ellos, vestidos de prisioneros. La otra mitad, tomarían el papel de guardias. La institución preparó un área con celdas y pasillos que lucían justo como los de una penitenciaría real.
Se instó a los participantes, en especial a los "guardias", a que actuaran sin restricciones, tal como lo harían si esas fueran sus nuevas vidas, sus nuevas realidades. ¿El propósito? Observar qué tan rápido corrompía el poder.
Tomó menos de un día. Abusos verbales, después físicos, eran infligidos a los prisioneros por quienes tenían poder e impunidad. ¿Por qué no, si nadie iba a castigarlos? Parecían haber olvidado que meros días antes, todo el grupo eran simples estudiantes. Algunos tomaban cursos juntos, incluso.
Un éxito, ¿cierto? Quedó comprobada, lejos de toda sombra de la duda, la maldad inherente en el ser humano. Si alguien tiene la capacidad y la oportunidad de herir impunemente, la aprovechará. ¿Y por qué no lo haría?
Esa fue la narrativa del experimento... hasta hace poco.
Más de tres décadas después de que los resultados se publicaran, surgieron nuevos detalles a la luz. Detalles lúgubres y escandalizantes.
Inevitabilidad. La inevitabilidad de la maldad humana cuando se combina con la oportunidad de lo impune. Eso quería probar el experimento, a como diera lugar. Pero... no salió como planeaban.
Los nuevos documentos filtraron que los organizadores instaban, y a veces exigían a los "guardias" a abusar de su poder. Impedían los actos de bondad entre participantes, sembraban discordia entre ellos, y amenazaban con penalizar a quienes tendían una mano.
¿Por qué? ¿Acaso no era inevitable el egoísmo? ¿La crueldad? ¿No es inevitable que lo más oscuro que se esconde dentro de la humanidad brote cuando hay una oportunidad teñida de impunidad? Parecía lógico, parecía racional. Parecía lo correcto.
Pero el espíritu humano, su irracionalidad, no se los permitió.
Bondad. Solidaridad. Compasión.
Aparecieron sin miedo, en medio de un terreno fértil para que lo más podrido del ser humano surgiese, como si desafiaran a lo establecido».
«Agosto, 1971. Un grupo de estudiantes de la Universidad de Stanford participó en un experimento de dos semanas.
La mitad de ellos, vestidos de prisioneros. La otra mitad, tomarían el papel de guardias. La institución preparó un área con celdas y pasillos que lucían justo como los de una penitenciaría real.
Se instó a los participantes, en especial a los "guardias", a que actuaran sin restricciones, tal como lo harían si esas fueran sus nuevas vidas, sus nuevas realidades. ¿El propósito? Observar qué tan rápido corrompía el poder.
Tomó menos de un día. Abusos verbales, después físicos, eran infligidos a los prisioneros por quienes tenían poder e impunidad. ¿Por qué no, si nadie iba a castigarlos? Parecían haber olvidado que meros días antes, todo el grupo eran simples estudiantes. Algunos tomaban cursos juntos, incluso.
Un éxito, ¿cierto? Quedó comprobada, lejos de toda sombra de la duda, la maldad inherente en el ser humano. Si alguien tiene la capacidad y la oportunidad de herir impunemente, la aprovechará. ¿Y por qué no lo haría?
Esa fue la narrativa del experimento... hasta hace poco.
Más de tres décadas después de que los resultados se publicaran, surgieron nuevos detalles a la luz. Detalles lúgubres y escandalizantes.
Inevitabilidad. La inevitabilidad de la maldad humana cuando se combina con la oportunidad de lo impune. Eso quería probar el experimento, a como diera lugar. Pero... no salió como planeaban.
Los nuevos documentos filtraron que los organizadores instaban, y a veces exigían a los "guardias" a abusar de su poder. Impedían los actos de bondad entre participantes, sembraban discordia entre ellos, y amenazaban con penalizar a quienes tendían una mano.
¿Por qué? ¿Acaso no era inevitable el egoísmo? ¿La crueldad? ¿No es inevitable que lo más oscuro que se esconde dentro de la humanidad brote cuando hay una oportunidad teñida de impunidad? Parecía lógico, parecía racional. Parecía lo correcto.
Pero el espíritu humano, su irracionalidad, no se los permitió.
Bondad. Solidaridad. Compasión.
Aparecieron sin miedo, en medio de un terreno fértil para que lo más podrido del ser humano surgiese, como si desafiaran a lo establecido».