En el pequeño estudio que Sei Muramasa alquilaba en Shibuya, los lienzos se apilaban en un rincón como testigos mudos de su tormento.
[ https://youtu.be/Yg4HWaLHUls?si=hgAqxWv2YTopqe6O ]
Cada uno era un grito de ira, una explosión de sangre y dolor plasmada con pinceladas violentas. Aunque su técnica era admirable, Sei no podía evitar sentir un vacío opresivo cada vez que daba un paso atrás para observar su trabajo. Todo lo que pintaba parecía una extensión de sus propios traumas, una repetición infinita de los horrores que había vivido.
El bloqueo artístico había comenzado meses atrás, cuando intentó pintar algo diferente: un campo de flores que había visto en un libro viejo de botánica. Sin embargo, a medida que las flores tomaban forma, su mente traicionera le mostraba imágenes de su infancia, de Hiro arrancándole pétalos a una rosa mientras le susurraba amenazas.
Antes de darse cuenta, había destrozado el lienzo con una espátula, convirtiéndolo en un caos de rojos y negros. Desde entonces, cada intento de crear algo bello terminaba de la misma manera. Incluso cuando intentaba pintar algo tan simple como un amanecer, sus manos, como poseídas, transformaban los tonos cálidos en escenarios de destrucción. Sangre goteando de un cielo carmesí, cuerpos deformados emergiendo de las sombras.
─"¿Por qué no puedo escapar de esto?" ─
pensaba, frustrado, golpeando su mesa de trabajo, o peor aún, volviendo a su necesidad de herirse hasta ver sangre pada calmar su nerviosismo.
Esa noche, Sei decidió intentar algo diferente. Encendió un cigarro de cierta planta prohibida en Japón con un toque de aceite de cierto uso tambien prohibido, una recomendación que había obtenido de un viejo amigo que tambien padecia de demonios incontrolables.
Con una taza de café negro y el ruido de la lluvia golpeando la ventana, se obligó a relajar su mente. Frente a un lienzo nuevo, blanco como una página en blanco, tomó el pincel con determinación.
[ https://youtube.com/watch?v=_KMUKz4LKX0&si=22bw2sV1aKu43-sa ]
── Solo colores claros.─ Empezó con amarillo, un tono suave que le recordaba la calma del amanecer. Añadió un blanco marfil, representando las sabanas blancas de su cama que su mamá le ponia todos los dias.
Pero cuando su mano intentó añadir rojo, un calor abrasador recorrió su cuerpo. La imagen de Hiro, con su sonrisa cruel, apareció en su mente como una cicatriz imborrable.
Su respiración se agitó. Los trazos se volvieron erráticos. Sin darse cuenta, el color se oscureció hasta volverse un negro opresivo, todo se manchó con manchas rojas como heridas abiertas, y el amarillo casi desapareció por completo. El lienzo frente a él se transformó en algo que podia ver aun con los ojos cerrados luchando por escapar de un abismo. Sei se sentó frente a su obra exhausto.
Mientras observaba la pintura, algo dentro de él cambió. Tal vez no podía escapar de su oscuridad, pero podía usarla. Transformarla. No para glorificarla, sino para entenderla. Sei decidió dejar ese cuadro intacto, sin destruirlo como los anteriores. Era el espejo de su alma. Y aunque odiaba lo que veía, sabía que enfrentarlo era su única forma de sobrevivir.
[ https://youtu.be/Yg4HWaLHUls?si=hgAqxWv2YTopqe6O ]
Cada uno era un grito de ira, una explosión de sangre y dolor plasmada con pinceladas violentas. Aunque su técnica era admirable, Sei no podía evitar sentir un vacío opresivo cada vez que daba un paso atrás para observar su trabajo. Todo lo que pintaba parecía una extensión de sus propios traumas, una repetición infinita de los horrores que había vivido.
El bloqueo artístico había comenzado meses atrás, cuando intentó pintar algo diferente: un campo de flores que había visto en un libro viejo de botánica. Sin embargo, a medida que las flores tomaban forma, su mente traicionera le mostraba imágenes de su infancia, de Hiro arrancándole pétalos a una rosa mientras le susurraba amenazas.
Antes de darse cuenta, había destrozado el lienzo con una espátula, convirtiéndolo en un caos de rojos y negros. Desde entonces, cada intento de crear algo bello terminaba de la misma manera. Incluso cuando intentaba pintar algo tan simple como un amanecer, sus manos, como poseídas, transformaban los tonos cálidos en escenarios de destrucción. Sangre goteando de un cielo carmesí, cuerpos deformados emergiendo de las sombras.
─"¿Por qué no puedo escapar de esto?" ─
pensaba, frustrado, golpeando su mesa de trabajo, o peor aún, volviendo a su necesidad de herirse hasta ver sangre pada calmar su nerviosismo.
Esa noche, Sei decidió intentar algo diferente. Encendió un cigarro de cierta planta prohibida en Japón con un toque de aceite de cierto uso tambien prohibido, una recomendación que había obtenido de un viejo amigo que tambien padecia de demonios incontrolables.
Con una taza de café negro y el ruido de la lluvia golpeando la ventana, se obligó a relajar su mente. Frente a un lienzo nuevo, blanco como una página en blanco, tomó el pincel con determinación.
[ https://youtube.com/watch?v=_KMUKz4LKX0&si=22bw2sV1aKu43-sa ]
── Solo colores claros.─ Empezó con amarillo, un tono suave que le recordaba la calma del amanecer. Añadió un blanco marfil, representando las sabanas blancas de su cama que su mamá le ponia todos los dias.
Pero cuando su mano intentó añadir rojo, un calor abrasador recorrió su cuerpo. La imagen de Hiro, con su sonrisa cruel, apareció en su mente como una cicatriz imborrable.
Su respiración se agitó. Los trazos se volvieron erráticos. Sin darse cuenta, el color se oscureció hasta volverse un negro opresivo, todo se manchó con manchas rojas como heridas abiertas, y el amarillo casi desapareció por completo. El lienzo frente a él se transformó en algo que podia ver aun con los ojos cerrados luchando por escapar de un abismo. Sei se sentó frente a su obra exhausto.
Mientras observaba la pintura, algo dentro de él cambió. Tal vez no podía escapar de su oscuridad, pero podía usarla. Transformarla. No para glorificarla, sino para entenderla. Sei decidió dejar ese cuadro intacto, sin destruirlo como los anteriores. Era el espejo de su alma. Y aunque odiaba lo que veía, sabía que enfrentarlo era su única forma de sobrevivir.
En el pequeño estudio que Sei Muramasa alquilaba en Shibuya, los lienzos se apilaban en un rincón como testigos mudos de su tormento.
[ https://youtu.be/Yg4HWaLHUls?si=hgAqxWv2YTopqe6O ]
Cada uno era un grito de ira, una explosión de sangre y dolor plasmada con pinceladas violentas. Aunque su técnica era admirable, Sei no podía evitar sentir un vacío opresivo cada vez que daba un paso atrás para observar su trabajo. Todo lo que pintaba parecía una extensión de sus propios traumas, una repetición infinita de los horrores que había vivido.
El bloqueo artístico había comenzado meses atrás, cuando intentó pintar algo diferente: un campo de flores que había visto en un libro viejo de botánica. Sin embargo, a medida que las flores tomaban forma, su mente traicionera le mostraba imágenes de su infancia, de Hiro arrancándole pétalos a una rosa mientras le susurraba amenazas.
Antes de darse cuenta, había destrozado el lienzo con una espátula, convirtiéndolo en un caos de rojos y negros. Desde entonces, cada intento de crear algo bello terminaba de la misma manera. Incluso cuando intentaba pintar algo tan simple como un amanecer, sus manos, como poseídas, transformaban los tonos cálidos en escenarios de destrucción. Sangre goteando de un cielo carmesí, cuerpos deformados emergiendo de las sombras.
─"¿Por qué no puedo escapar de esto?" ─
pensaba, frustrado, golpeando su mesa de trabajo, o peor aún, volviendo a su necesidad de herirse hasta ver sangre pada calmar su nerviosismo.
Esa noche, Sei decidió intentar algo diferente. Encendió un cigarro de cierta planta prohibida en Japón con un toque de aceite de cierto uso tambien prohibido, una recomendación que había obtenido de un viejo amigo que tambien padecia de demonios incontrolables.
Con una taza de café negro y el ruido de la lluvia golpeando la ventana, se obligó a relajar su mente. Frente a un lienzo nuevo, blanco como una página en blanco, tomó el pincel con determinación.
[ https://youtube.com/watch?v=_KMUKz4LKX0&si=22bw2sV1aKu43-sa ]
── Solo colores claros.─ Empezó con amarillo, un tono suave que le recordaba la calma del amanecer. Añadió un blanco marfil, representando las sabanas blancas de su cama que su mamá le ponia todos los dias.
Pero cuando su mano intentó añadir rojo, un calor abrasador recorrió su cuerpo. La imagen de Hiro, con su sonrisa cruel, apareció en su mente como una cicatriz imborrable.
Su respiración se agitó. Los trazos se volvieron erráticos. Sin darse cuenta, el color se oscureció hasta volverse un negro opresivo, todo se manchó con manchas rojas como heridas abiertas, y el amarillo casi desapareció por completo. El lienzo frente a él se transformó en algo que podia ver aun con los ojos cerrados luchando por escapar de un abismo. Sei se sentó frente a su obra exhausto.
Mientras observaba la pintura, algo dentro de él cambió. Tal vez no podía escapar de su oscuridad, pero podía usarla. Transformarla. No para glorificarla, sino para entenderla. Sei decidió dejar ese cuadro intacto, sin destruirlo como los anteriores. Era el espejo de su alma. Y aunque odiaba lo que veía, sabía que enfrentarlo era su única forma de sobrevivir.
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