La habitación de Robin estaba bañada por la luz tenue de las estrellas que se filtraba por la ventana. Era un lugar sencillo, pero cómodo, un refugio en medio de su vida nómada entre viajes espaciales y escenarios llenos de multitudes. Sin embargo, aquella noche, la tranquilidad de su entorno no lograba calmar el remolino de pensamientos que la mantenía despierta.
Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas, y dejó escapar un largo suspiro. En el silencio, su mente volvió a aquel día, el caos que lo cambió todo. El recuerdo seguía fresco: gritos, el eco de explosiones, y la sensación de que el aire se hacía cada vez más pesado. Entonces, en medio de la desesperación, apareció él.
Songster.
Había llegado como un espectro entre las sombras, eliminando amenazas con una precisión aterradora. Lo último que Robin recordó antes de desmayarse fue sentir cómo unos brazos fuertes la sujetaban y la sacaban de aquel infierno. Desde entonces, él había estado a su lado, protegiéndola sin descanso.
Robin apartó la mirada de la ventana y la dirigió hacia la puerta cerrada. Sabía que Songster estaba ahí, del otro lado, tan vigilante como siempre. No llevaban mucho tiempo juntos, pero su presencia ya se había convertido en una constante, algo que inconscientemente buscaba en los momentos de calma y peligro por igual.
Había algo en él que la desconcertaba. Su carácter reservado y distante era tan distinto al de ella, siempre efusiva y sociable. Pero, a pesar de las diferencias, Robin había comenzado a notar lo mucho que dependía de esa figura silenciosa. Y no era solo por la seguridad que él le proporcionaba; había algo más. Algo que crecía con cada gesto contenido, con cada mirada que él le dirigía cuando creía que ella no se daba cuenta.
Robin se dejó caer hacia atrás, hundiendo la cabeza en las almohadas. Cerró los ojos y habló en un susurro, casi para sí misma:
—Gracias por estar aquí… siempre.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Al contrario, era una respuesta que, de algún modo, ella esperaba. Sin embargo, el leve sonido de un movimiento al otro lado de la puerta llegó a sus oídos. Apenas perceptible, pero suficiente para que Robin supiera que él la había escuchado.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras abrazaba la manta con más fuerza. No necesitaba palabras. En el mutismo de Songster había algo reconfortante, algo que hablaba más fuerte que cualquier respuesta.
Aquella noche, Robin se permitió sentirse verdaderamente a salvo.
Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas, y dejó escapar un largo suspiro. En el silencio, su mente volvió a aquel día, el caos que lo cambió todo. El recuerdo seguía fresco: gritos, el eco de explosiones, y la sensación de que el aire se hacía cada vez más pesado. Entonces, en medio de la desesperación, apareció él.
Songster.
Había llegado como un espectro entre las sombras, eliminando amenazas con una precisión aterradora. Lo último que Robin recordó antes de desmayarse fue sentir cómo unos brazos fuertes la sujetaban y la sacaban de aquel infierno. Desde entonces, él había estado a su lado, protegiéndola sin descanso.
Robin apartó la mirada de la ventana y la dirigió hacia la puerta cerrada. Sabía que Songster estaba ahí, del otro lado, tan vigilante como siempre. No llevaban mucho tiempo juntos, pero su presencia ya se había convertido en una constante, algo que inconscientemente buscaba en los momentos de calma y peligro por igual.
Había algo en él que la desconcertaba. Su carácter reservado y distante era tan distinto al de ella, siempre efusiva y sociable. Pero, a pesar de las diferencias, Robin había comenzado a notar lo mucho que dependía de esa figura silenciosa. Y no era solo por la seguridad que él le proporcionaba; había algo más. Algo que crecía con cada gesto contenido, con cada mirada que él le dirigía cuando creía que ella no se daba cuenta.
Robin se dejó caer hacia atrás, hundiendo la cabeza en las almohadas. Cerró los ojos y habló en un susurro, casi para sí misma:
—Gracias por estar aquí… siempre.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Al contrario, era una respuesta que, de algún modo, ella esperaba. Sin embargo, el leve sonido de un movimiento al otro lado de la puerta llegó a sus oídos. Apenas perceptible, pero suficiente para que Robin supiera que él la había escuchado.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras abrazaba la manta con más fuerza. No necesitaba palabras. En el mutismo de Songster había algo reconfortante, algo que hablaba más fuerte que cualquier respuesta.
Aquella noche, Robin se permitió sentirse verdaderamente a salvo.
La habitación de Robin estaba bañada por la luz tenue de las estrellas que se filtraba por la ventana. Era un lugar sencillo, pero cómodo, un refugio en medio de su vida nómada entre viajes espaciales y escenarios llenos de multitudes. Sin embargo, aquella noche, la tranquilidad de su entorno no lograba calmar el remolino de pensamientos que la mantenía despierta.
Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas, y dejó escapar un largo suspiro. En el silencio, su mente volvió a aquel día, el caos que lo cambió todo. El recuerdo seguía fresco: gritos, el eco de explosiones, y la sensación de que el aire se hacía cada vez más pesado. Entonces, en medio de la desesperación, apareció él.
Songster.
Había llegado como un espectro entre las sombras, eliminando amenazas con una precisión aterradora. Lo último que Robin recordó antes de desmayarse fue sentir cómo unos brazos fuertes la sujetaban y la sacaban de aquel infierno. Desde entonces, él había estado a su lado, protegiéndola sin descanso.
Robin apartó la mirada de la ventana y la dirigió hacia la puerta cerrada. Sabía que Songster estaba ahí, del otro lado, tan vigilante como siempre. No llevaban mucho tiempo juntos, pero su presencia ya se había convertido en una constante, algo que inconscientemente buscaba en los momentos de calma y peligro por igual.
Había algo en él que la desconcertaba. Su carácter reservado y distante era tan distinto al de ella, siempre efusiva y sociable. Pero, a pesar de las diferencias, Robin había comenzado a notar lo mucho que dependía de esa figura silenciosa. Y no era solo por la seguridad que él le proporcionaba; había algo más. Algo que crecía con cada gesto contenido, con cada mirada que él le dirigía cuando creía que ella no se daba cuenta.
Robin se dejó caer hacia atrás, hundiendo la cabeza en las almohadas. Cerró los ojos y habló en un susurro, casi para sí misma:
—Gracias por estar aquí… siempre.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Al contrario, era una respuesta que, de algún modo, ella esperaba. Sin embargo, el leve sonido de un movimiento al otro lado de la puerta llegó a sus oídos. Apenas perceptible, pero suficiente para que Robin supiera que él la había escuchado.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras abrazaba la manta con más fuerza. No necesitaba palabras. En el mutismo de Songster había algo reconfortante, algo que hablaba más fuerte que cualquier respuesta.
Aquella noche, Robin se permitió sentirse verdaderamente a salvo.