𝙋𝙧𝙚𝙡𝙪𝙙𝙚 𝙩𝙤 𝙖𝙨𝙝𝙚𝙨
Mijaíl Kaláshnikov, soviético de antaño, nos regaló uno de los instrumentos bélicos más reconocidos en la cultura popular: el AK-47. Seguramente has escuchado hablar sobre esta arma y la has visto en distintos medios. Tal vez conoces algunos datos sobre ella, pero hoy te contaré algunos que es probable que no conozcas: su tiempo de ciclo es de aproximadamente 5 a 7 milisegundos; su munición, al momento de ser disparada, logra alcanzar la increíble velocidad de 715 metros por segundo.
¿Y cómo fue posible tan vertiginosa velocidad? Bueno, eso se debe al ingenio de Mijaíl Kaláshnikov, al meticuloso trabajo en el mecanismo de disparo y al diseño aerodinámico de la bala. La combustión de la pólvora libera una gran cantidad de gases que impulsan el pistón y el ciclo del arma. A medida que el pistón retrocede, la bala de fusil, cuyas medidas son de 7,62 x 39 mm, sale disparada a una velocidad impresionante.
Pero, en un giro inesperado, la velocidad del AK-47 palidece en comparación con la demostración salvaje y espontánea del Wendigo. Para la multitud, fue casi un parpadeo, apenas un borrón perceptible ante sus ojos atónitos. El monstruo, cuyo pelaje permanecía en una constante ambigüedad de crisparse y deformarse en una viscosidad azabache, había tensado cada músculo hasta el punto de hacerlos temblar, mientras era retenido por una fuerza misteriosa para el ojo humano.
Boyka permaneció enfrente, a tan solo unos doce metros de distancia, con su blanca sonrisa ensanchada y sus dorados iris derramando confianza pura. Fue entonces que, para sorpresa de nadie, el Wendigo atacó. En apenas 6 milisegundos, el monstruo cargó, apuntó y se lanzó hacia Boyka. La invisible fuerza misteriosa lo soltó, y en 0,0168 segundos, el Wendigo cubrió la distancia que lo separaba de Boyka.
La gente apenas logró verlo, apenas un borrón oscuro. Mucho menos lograron ver cómo el cuerpo de Boyka salió disparado tras aquella embestida, arrastrado por la brutalidad del ataque y amenazando con arrasar con todo aquello que tuviera la osadía de cruzarse en su trayectoria. Antes de estamparse crudamente contra el local de comida, chocó y rebotó contra una de las patrullas que milagrosamente no habían sido aplastadas por el Wendigo.
15 metros recorridos en segundos. El impacto contra el vehículo fue ensordecedor, carne abollando una dura capa metálica. Sin embargo fue el lamento de los cristales lo que revolvió el estómago de la gente, el crujido de las ventanas del restaurante tras recibir y amortiguar muy ligeramente la carrera de Boyka. Le siguió el silencio, junto a las ruidosas fauces del wendigo que temblaba tras haber dado aquella poderosa embestida que disparó a Boyka como una bala.
No faltaron las manos que intentaron retener gritos, ni muchos menos las piernas con deficiencia de fuerza. La escena era casi que psicodelica, onírica situación que poco a poco robó la voz del público que por una estúpida razón creyeron que sería buena idea presenciar.
—Elt em og! —Y fue la voz de la bestia, un gruñido espectral que fue acompañado por susurros incomprensibles, la que terminó por espantar a la muchedumbre, quienes despavoridos buscaron huir del lugar.
Mijaíl Kaláshnikov, soviético de antaño, nos regaló uno de los instrumentos bélicos más reconocidos en la cultura popular: el AK-47. Seguramente has escuchado hablar sobre esta arma y la has visto en distintos medios. Tal vez conoces algunos datos sobre ella, pero hoy te contaré algunos que es probable que no conozcas: su tiempo de ciclo es de aproximadamente 5 a 7 milisegundos; su munición, al momento de ser disparada, logra alcanzar la increíble velocidad de 715 metros por segundo.
¿Y cómo fue posible tan vertiginosa velocidad? Bueno, eso se debe al ingenio de Mijaíl Kaláshnikov, al meticuloso trabajo en el mecanismo de disparo y al diseño aerodinámico de la bala. La combustión de la pólvora libera una gran cantidad de gases que impulsan el pistón y el ciclo del arma. A medida que el pistón retrocede, la bala de fusil, cuyas medidas son de 7,62 x 39 mm, sale disparada a una velocidad impresionante.
Pero, en un giro inesperado, la velocidad del AK-47 palidece en comparación con la demostración salvaje y espontánea del Wendigo. Para la multitud, fue casi un parpadeo, apenas un borrón perceptible ante sus ojos atónitos. El monstruo, cuyo pelaje permanecía en una constante ambigüedad de crisparse y deformarse en una viscosidad azabache, había tensado cada músculo hasta el punto de hacerlos temblar, mientras era retenido por una fuerza misteriosa para el ojo humano.
Boyka permaneció enfrente, a tan solo unos doce metros de distancia, con su blanca sonrisa ensanchada y sus dorados iris derramando confianza pura. Fue entonces que, para sorpresa de nadie, el Wendigo atacó. En apenas 6 milisegundos, el monstruo cargó, apuntó y se lanzó hacia Boyka. La invisible fuerza misteriosa lo soltó, y en 0,0168 segundos, el Wendigo cubrió la distancia que lo separaba de Boyka.
La gente apenas logró verlo, apenas un borrón oscuro. Mucho menos lograron ver cómo el cuerpo de Boyka salió disparado tras aquella embestida, arrastrado por la brutalidad del ataque y amenazando con arrasar con todo aquello que tuviera la osadía de cruzarse en su trayectoria. Antes de estamparse crudamente contra el local de comida, chocó y rebotó contra una de las patrullas que milagrosamente no habían sido aplastadas por el Wendigo.
15 metros recorridos en segundos. El impacto contra el vehículo fue ensordecedor, carne abollando una dura capa metálica. Sin embargo fue el lamento de los cristales lo que revolvió el estómago de la gente, el crujido de las ventanas del restaurante tras recibir y amortiguar muy ligeramente la carrera de Boyka. Le siguió el silencio, junto a las ruidosas fauces del wendigo que temblaba tras haber dado aquella poderosa embestida que disparó a Boyka como una bala.
No faltaron las manos que intentaron retener gritos, ni muchos menos las piernas con deficiencia de fuerza. La escena era casi que psicodelica, onírica situación que poco a poco robó la voz del público que por una estúpida razón creyeron que sería buena idea presenciar.
—Elt em og! —Y fue la voz de la bestia, un gruñido espectral que fue acompañado por susurros incomprensibles, la que terminó por espantar a la muchedumbre, quienes despavoridos buscaron huir del lugar.
𝙋𝙧𝙚𝙡𝙪𝙙𝙚 𝙩𝙤 𝙖𝙨𝙝𝙚𝙨
Mijaíl Kaláshnikov, soviético de antaño, nos regaló uno de los instrumentos bélicos más reconocidos en la cultura popular: el AK-47. Seguramente has escuchado hablar sobre esta arma y la has visto en distintos medios. Tal vez conoces algunos datos sobre ella, pero hoy te contaré algunos que es probable que no conozcas: su tiempo de ciclo es de aproximadamente 5 a 7 milisegundos; su munición, al momento de ser disparada, logra alcanzar la increíble velocidad de 715 metros por segundo.
¿Y cómo fue posible tan vertiginosa velocidad? Bueno, eso se debe al ingenio de Mijaíl Kaláshnikov, al meticuloso trabajo en el mecanismo de disparo y al diseño aerodinámico de la bala. La combustión de la pólvora libera una gran cantidad de gases que impulsan el pistón y el ciclo del arma. A medida que el pistón retrocede, la bala de fusil, cuyas medidas son de 7,62 x 39 mm, sale disparada a una velocidad impresionante.
Pero, en un giro inesperado, la velocidad del AK-47 palidece en comparación con la demostración salvaje y espontánea del Wendigo. Para la multitud, fue casi un parpadeo, apenas un borrón perceptible ante sus ojos atónitos. El monstruo, cuyo pelaje permanecía en una constante ambigüedad de crisparse y deformarse en una viscosidad azabache, había tensado cada músculo hasta el punto de hacerlos temblar, mientras era retenido por una fuerza misteriosa para el ojo humano.
Boyka permaneció enfrente, a tan solo unos doce metros de distancia, con su blanca sonrisa ensanchada y sus dorados iris derramando confianza pura. Fue entonces que, para sorpresa de nadie, el Wendigo atacó. En apenas 6 milisegundos, el monstruo cargó, apuntó y se lanzó hacia Boyka. La invisible fuerza misteriosa lo soltó, y en 0,0168 segundos, el Wendigo cubrió la distancia que lo separaba de Boyka.
La gente apenas logró verlo, apenas un borrón oscuro. Mucho menos lograron ver cómo el cuerpo de Boyka salió disparado tras aquella embestida, arrastrado por la brutalidad del ataque y amenazando con arrasar con todo aquello que tuviera la osadía de cruzarse en su trayectoria. Antes de estamparse crudamente contra el local de comida, chocó y rebotó contra una de las patrullas que milagrosamente no habían sido aplastadas por el Wendigo.
15 metros recorridos en segundos. El impacto contra el vehículo fue ensordecedor, carne abollando una dura capa metálica. Sin embargo fue el lamento de los cristales lo que revolvió el estómago de la gente, el crujido de las ventanas del restaurante tras recibir y amortiguar muy ligeramente la carrera de Boyka. Le siguió el silencio, junto a las ruidosas fauces del wendigo que temblaba tras haber dado aquella poderosa embestida que disparó a Boyka como una bala.
No faltaron las manos que intentaron retener gritos, ni muchos menos las piernas con deficiencia de fuerza. La escena era casi que psicodelica, onírica situación que poco a poco robó la voz del público que por una estúpida razón creyeron que sería buena idea presenciar.
—Elt em og! —Y fue la voz de la bestia, un gruñido espectral que fue acompañado por susurros incomprensibles, la que terminó por espantar a la muchedumbre, quienes despavoridos buscaron huir del lugar.