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Un amplio balcón de mármol negro, iluminado por la luz de la luna, se abre al frío viento nocturno que acaricia las capas de ambos hombres. Archibald Ragnaki, con su postura imponente, fija la mirada en el horizonte, mientras Genius, apoyado en la baranda con una copa de vino en la mano, lo observa de reojo, con una mezcla de envidia y cautela.
πΊππππ’π
-Con una sonrisa burlona.-
—Qué noche tan hermosa, majestad. Aunque supongo que para ti, incluso la luna debe parecerte insuficiente.
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-Sin voltear, con voz fría.-
—Y para ti, Genius, cualquier cosa que no brille como oro debe parecerte irrelevante.
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-Se encoge de hombros, bebiendo un sorbo.-
—Tienes razón, por supuesto. Pero no puedo evitar preguntarme, majestad, ¿es realmente necesario montar ese espectáculo en Lagos? Podrías simplemente enviar a alguien más... o mejor aún, dejar que el viejo rey se pudra en su trono.
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-Girándose lentamente hacia él, con una sonrisa helada.-
—¿Dejarlo pudrirse? No. Lo que planeo es mucho más entretenido. Iré personalmente, Genius. Mi dragón dorado será lo último que ese anciano verá antes de que lo destrone.
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-Se ríe con incredulidad, pero sus ojos traicionan un toque de miedo.-
—¿Destronarlo? ¿Y coronarte rey de Lagos? Qué ambicioso, incluso para ti.
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-Da un paso hacia Genius, su mirada fija como un cuchillo.-
—Ambición, Genius, es lo que separa a los hombres como yo de los parásitos como tú.
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-Le lanza una mirada mordaz, pero su tono se mantiene falso y adulador.-
—Majestad, no es mi intención cuestionarte, pero esto suena más como un riesgo innecesario que como una estrategia brillante.
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-Suelta una carcajada fría.-
—Genius, si entendieras la estrategia, no estarías aquí gastando mi aire. Lo único innecesario en este reino eres tú.
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-Frunce el ceño, apretando la copa con fuerza.-
—Cuidado con tus palabras, Archibald. Soy tu consejero, no tu sirviente.
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-Ríe aún más fuerte, acercándose hasta estar a un paso de él.-
—¿Consejero? Genius, lo único que me has aconsejado es cómo gastar dinero en tus caprichos inútiles. Pero te lo concedo: eres entretenido.
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-Se inclina ligeramente, con un tono venenoso.-
—Entonces espero seguir entreteniéndote, majestad. Porque si fallas en Lagos, puede que yo termine siendo más útil que tú.
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-Su expresión se endurece, pero su sonrisa persiste.-
—Si fallara, Genius, cosa que no sucederá, tú serías el primero en caer. Porque mientras yo tengo un dragón dorado, tú solo tienes esa lengua venenosa.
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-Con una sonrisa tensa, levanta su copa en un falso brindis.-
—Por supuesto, majestad. Que la luna te guíe en tu conquista... y que no te queme tu propia ambición.
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-Sin inmutarse, con tono frío.-
—Genius, antes de que olvides tu único propósito aquí, dime: ¿mi ejército ya comenzó su marcha hacia las Ciudades Blancas?
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-Se endereza, algo nervioso por el cambio de tema.-
—Por supuesto, majestad. Salieron hace una semana, como ordenaste. Aunque, sinceramente, no entiendo por qué te preocupas tanto.
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-Sonríe con desdén.-
—¿Por qué me preocupo? Porque las Ciudades Blancas no son solo un simple reino, Genius. Son la clave para dominar la otra mitad del continente. Conquistar Lagos es un paso, pero las Ciudades Blancas... esas son la joya. Un lugar lleno de individuos con poderes únicos en magia blanca, una fuerza que incluso tú deberías temer.
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-Se ríe nerviosamente.-
—¿Temerles? Por favor, majestad, esos fanáticos no son rivales para ti.
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-Su tono se vuelve más cortante.-
—No son rivales, pero son necesarios. Con su magia y su territorio bajo mi control, nadie en este continente tendrá el poder de desafiarme.
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-Con cautela, probando el terreno.-
—Nadie... excepto el Reach, ¿no es así?
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-Se queda en silencio por un momento, su mirada fija en el horizonte.-
—El Reach es un problema. Su ejército es más grande, su poder, más vasto. Pero incluso ellos tienen sus debilidades.
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-Con una sonrisa venenosa.-
—¿Y qué harás con ellos, majestad? ¿Un dragón dorado será suficiente para derribar al reino más poderoso del continente?
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-Ríe suavemente, pero su tono es gélido.-
—Genius, controlar el continente no es mi objetivo principal. El Reach es solo una pieza más en este juego. Cuando llegue el momento, sabrás cuál es mi verdadero propósito... si sigues siendo útil para entonces.
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-Sorprendido, intenta ocultar su intriga.-
—Siempre tan misterioso, majestad. Aunque me pregunto si ese gran propósito tuyo no terminará consumiéndote.
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-Se gira hacia él, con una sonrisa que hiela la sangre.-
—Genius, preocúpate por ti mismo. Nadie en este juego está a salvo, y tú eres el más prescindible de todos.
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-Con un tono burlón para ocultar su inquietud.-
—Qué alentador. ¿Entonces cuándo comienza tu glorioso espectáculo en Lagos?
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-Se da la vuelta hacia el horizonte, su capa ondeando con el viento.-
—En dos días. Mi dragón y yo partiremos al amanecer. Es hora de que Lagos se arrodille... y que el continente sienta mi presencia.
La conversación termina en un silencio cargado. Archibald vuelve a mirar el horizonte con determinación, mientras Genius bebe apresuradamente, cada vez más inquieto por el hombre que tiene frente a él y el verdadero alcance de sus planes.
Un amplio balcón de mármol negro, iluminado por la luz de la luna, se abre al frío viento nocturno que acaricia las capas de ambos hombres. Archibald Ragnaki, con su postura imponente, fija la mirada en el horizonte, mientras Genius, apoyado en la baranda con una copa de vino en la mano, lo observa de reojo, con una mezcla de envidia y cautela.
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-Con una sonrisa burlona.-
—Qué noche tan hermosa, majestad. Aunque supongo que para ti, incluso la luna debe parecerte insuficiente.
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-Sin voltear, con voz fría.-
—Y para ti, Genius, cualquier cosa que no brille como oro debe parecerte irrelevante.
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-Se encoge de hombros, bebiendo un sorbo.-
—Tienes razón, por supuesto. Pero no puedo evitar preguntarme, majestad, ¿es realmente necesario montar ese espectáculo en Lagos? Podrías simplemente enviar a alguien más... o mejor aún, dejar que el viejo rey se pudra en su trono.
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-Girándose lentamente hacia él, con una sonrisa helada.-
—¿Dejarlo pudrirse? No. Lo que planeo es mucho más entretenido. Iré personalmente, Genius. Mi dragón dorado será lo último que ese anciano verá antes de que lo destrone.
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-Se ríe con incredulidad, pero sus ojos traicionan un toque de miedo.-
—¿Destronarlo? ¿Y coronarte rey de Lagos? Qué ambicioso, incluso para ti.
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-Da un paso hacia Genius, su mirada fija como un cuchillo.-
—Ambición, Genius, es lo que separa a los hombres como yo de los parásitos como tú.
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-Le lanza una mirada mordaz, pero su tono se mantiene falso y adulador.-
—Majestad, no es mi intención cuestionarte, pero esto suena más como un riesgo innecesario que como una estrategia brillante.
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-Suelta una carcajada fría.-
—Genius, si entendieras la estrategia, no estarías aquí gastando mi aire. Lo único innecesario en este reino eres tú.
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-Frunce el ceño, apretando la copa con fuerza.-
—Cuidado con tus palabras, Archibald. Soy tu consejero, no tu sirviente.
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-Ríe aún más fuerte, acercándose hasta estar a un paso de él.-
—¿Consejero? Genius, lo único que me has aconsejado es cómo gastar dinero en tus caprichos inútiles. Pero te lo concedo: eres entretenido.
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-Se inclina ligeramente, con un tono venenoso.-
—Entonces espero seguir entreteniéndote, majestad. Porque si fallas en Lagos, puede que yo termine siendo más útil que tú.
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-Su expresión se endurece, pero su sonrisa persiste.-
—Si fallara, Genius, cosa que no sucederá, tú serías el primero en caer. Porque mientras yo tengo un dragón dorado, tú solo tienes esa lengua venenosa.
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-Con una sonrisa tensa, levanta su copa en un falso brindis.-
—Por supuesto, majestad. Que la luna te guíe en tu conquista... y que no te queme tu propia ambición.
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-Sin inmutarse, con tono frío.-
—Genius, antes de que olvides tu único propósito aquí, dime: ¿mi ejército ya comenzó su marcha hacia las Ciudades Blancas?
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-Se endereza, algo nervioso por el cambio de tema.-
—Por supuesto, majestad. Salieron hace una semana, como ordenaste. Aunque, sinceramente, no entiendo por qué te preocupas tanto.
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-Sonríe con desdén.-
—¿Por qué me preocupo? Porque las Ciudades Blancas no son solo un simple reino, Genius. Son la clave para dominar la otra mitad del continente. Conquistar Lagos es un paso, pero las Ciudades Blancas... esas son la joya. Un lugar lleno de individuos con poderes únicos en magia blanca, una fuerza que incluso tú deberías temer.
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-Se ríe nerviosamente.-
—¿Temerles? Por favor, majestad, esos fanáticos no son rivales para ti.
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—No son rivales, pero son necesarios. Con su magia y su territorio bajo mi control, nadie en este continente tendrá el poder de desafiarme.
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-Con cautela, probando el terreno.-
—Nadie... excepto el Reach, ¿no es así?
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-Se queda en silencio por un momento, su mirada fija en el horizonte.-
—El Reach es un problema. Su ejército es más grande, su poder, más vasto. Pero incluso ellos tienen sus debilidades.
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-Con una sonrisa venenosa.-
—¿Y qué harás con ellos, majestad? ¿Un dragón dorado será suficiente para derribar al reino más poderoso del continente?
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-Ríe suavemente, pero su tono es gélido.-
—Genius, controlar el continente no es mi objetivo principal. El Reach es solo una pieza más en este juego. Cuando llegue el momento, sabrás cuál es mi verdadero propósito... si sigues siendo útil para entonces.
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-Sorprendido, intenta ocultar su intriga.-
—Siempre tan misterioso, majestad. Aunque me pregunto si ese gran propósito tuyo no terminará consumiéndote.
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-Se gira hacia él, con una sonrisa que hiela la sangre.-
—Genius, preocúpate por ti mismo. Nadie en este juego está a salvo, y tú eres el más prescindible de todos.
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-Con un tono burlón para ocultar su inquietud.-
—Qué alentador. ¿Entonces cuándo comienza tu glorioso espectáculo en Lagos?
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-Se da la vuelta hacia el horizonte, su capa ondeando con el viento.-
—En dos días. Mi dragón y yo partiremos al amanecer. Es hora de que Lagos se arrodille... y que el continente sienta mi presencia.
La conversación termina en un silencio cargado. Archibald vuelve a mirar el horizonte con determinación, mientras Genius bebe apresuradamente, cada vez más inquieto por el hombre que tiene frente a él y el verdadero alcance de sus planes.
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Un amplio balcón de mármol negro, iluminado por la luz de la luna, se abre al frío viento nocturno que acaricia las capas de ambos hombres. Archibald Ragnaki, con su postura imponente, fija la mirada en el horizonte, mientras Genius, apoyado en la baranda con una copa de vino en la mano, lo observa de reojo, con una mezcla de envidia y cautela.
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-Con una sonrisa burlona.-
—Qué noche tan hermosa, majestad. Aunque supongo que para ti, incluso la luna debe parecerte insuficiente.
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-Sin voltear, con voz fría.-
—Y para ti, Genius, cualquier cosa que no brille como oro debe parecerte irrelevante.
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-Se encoge de hombros, bebiendo un sorbo.-
—Tienes razón, por supuesto. Pero no puedo evitar preguntarme, majestad, ¿es realmente necesario montar ese espectáculo en Lagos? Podrías simplemente enviar a alguien más... o mejor aún, dejar que el viejo rey se pudra en su trono.
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-Girándose lentamente hacia él, con una sonrisa helada.-
—¿Dejarlo pudrirse? No. Lo que planeo es mucho más entretenido. Iré personalmente, Genius. Mi dragón dorado será lo último que ese anciano verá antes de que lo destrone.
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-Se ríe con incredulidad, pero sus ojos traicionan un toque de miedo.-
—¿Destronarlo? ¿Y coronarte rey de Lagos? Qué ambicioso, incluso para ti.
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—Ambición, Genius, es lo que separa a los hombres como yo de los parásitos como tú.
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—Majestad, no es mi intención cuestionarte, pero esto suena más como un riesgo innecesario que como una estrategia brillante.
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-Suelta una carcajada fría.-
—Genius, si entendieras la estrategia, no estarías aquí gastando mi aire. Lo único innecesario en este reino eres tú.
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-Frunce el ceño, apretando la copa con fuerza.-
—Cuidado con tus palabras, Archibald. Soy tu consejero, no tu sirviente.
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-Ríe aún más fuerte, acercándose hasta estar a un paso de él.-
—¿Consejero? Genius, lo único que me has aconsejado es cómo gastar dinero en tus caprichos inútiles. Pero te lo concedo: eres entretenido.
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-Se inclina ligeramente, con un tono venenoso.-
—Entonces espero seguir entreteniéndote, majestad. Porque si fallas en Lagos, puede que yo termine siendo más útil que tú.
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-Su expresión se endurece, pero su sonrisa persiste.-
—Si fallara, Genius, cosa que no sucederá, tú serías el primero en caer. Porque mientras yo tengo un dragón dorado, tú solo tienes esa lengua venenosa.
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-Con una sonrisa tensa, levanta su copa en un falso brindis.-
—Por supuesto, majestad. Que la luna te guíe en tu conquista... y que no te queme tu propia ambición.
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—Genius, antes de que olvides tu único propósito aquí, dime: ¿mi ejército ya comenzó su marcha hacia las Ciudades Blancas?
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-Se endereza, algo nervioso por el cambio de tema.-
—Por supuesto, majestad. Salieron hace una semana, como ordenaste. Aunque, sinceramente, no entiendo por qué te preocupas tanto.
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-Sonríe con desdén.-
—¿Por qué me preocupo? Porque las Ciudades Blancas no son solo un simple reino, Genius. Son la clave para dominar la otra mitad del continente. Conquistar Lagos es un paso, pero las Ciudades Blancas... esas son la joya. Un lugar lleno de individuos con poderes únicos en magia blanca, una fuerza que incluso tú deberías temer.
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—¿Temerles? Por favor, majestad, esos fanáticos no son rivales para ti.
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—No son rivales, pero son necesarios. Con su magia y su territorio bajo mi control, nadie en este continente tendrá el poder de desafiarme.
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—Nadie... excepto el Reach, ¿no es así?
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-Se queda en silencio por un momento, su mirada fija en el horizonte.-
—El Reach es un problema. Su ejército es más grande, su poder, más vasto. Pero incluso ellos tienen sus debilidades.
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-Con una sonrisa venenosa.-
—¿Y qué harás con ellos, majestad? ¿Un dragón dorado será suficiente para derribar al reino más poderoso del continente?
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-Ríe suavemente, pero su tono es gélido.-
—Genius, controlar el continente no es mi objetivo principal. El Reach es solo una pieza más en este juego. Cuando llegue el momento, sabrás cuál es mi verdadero propósito... si sigues siendo útil para entonces.
πΊππππ’π
-Sorprendido, intenta ocultar su intriga.-
—Siempre tan misterioso, majestad. Aunque me pregunto si ese gran propósito tuyo no terminará consumiéndote.
π¨ππππππππ
-Se gira hacia él, con una sonrisa que hiela la sangre.-
—Genius, preocúpate por ti mismo. Nadie en este juego está a salvo, y tú eres el más prescindible de todos.
πΊππππ’π
-Con un tono burlón para ocultar su inquietud.-
—Qué alentador. ¿Entonces cuándo comienza tu glorioso espectáculo en Lagos?
π¨ππππππππ
-Se da la vuelta hacia el horizonte, su capa ondeando con el viento.-
—En dos días. Mi dragón y yo partiremos al amanecer. Es hora de que Lagos se arrodille... y que el continente sienta mi presencia.
La conversación termina en un silencio cargado. Archibald vuelve a mirar el horizonte con determinación, mientras Genius bebe apresuradamente, cada vez más inquieto por el hombre que tiene frente a él y el verdadero alcance de sus planes.