-La brisa era suave, pero fría, acariciando las mejillas de un joven Coke mientras permanecía inmóvil en el patio polvoriento del pequeño poblado donde había crecido. En sus manos sostenía con firmeza una espada demasiado pesada para su tamaño, un arma que había heredado de su padre y que aún llevaba las marcas de innumerables batallas. Sus dedos, cubiertos de polvo y pequeñas heridas, se aferraban al mango con una determinación que desmentía su corta edad.-

No te detengas ahora, Coke

-dijo una voz severa detrás de él. Era la de su maestro, un viejo soldado que, a pesar de su retiro, aún conservaba la rigidez y la exigencia de su tiempo en el campo de batalla. Sus ojos seguían cada movimiento del chico con precisión, evaluando cada paso, cada intento de blandir la espada.-

Si quieres sobrevivir en este mundo, tendrás que aprender a luchar. No habrá lugar para la debilidad.

-Coke apretó los labios, ignorando el ardor en sus brazos y el sudor que le resbalaba por la frente. Cada palabra de su maestro era como una daga, clavándose en su joven corazón. Desde que tenía memoria, había estado solo. Sus padres habían muerto cuando aún era un niño demasiado pequeño para comprender el peso de la pérdida. Había crecido bajo la protección de aquel viejo soldado, quien le enseñó que la vida era dura, que los débiles no sobrevivían, y que la única manera de avanzar era volviéndose más fuerte que los demás.-

¿Por qué tengo que hacer esto?

-preguntó una vez, con la voz rota por el cansancio y la frustración. Pero su maestro no le respondió. En lugar de eso, le entregó la espada nuevamente y señaló al horizonte. Allí, donde el cielo se encontraba con la tierra, se alzaban montañas oscuras que parecían tocar el infinito.-

Allí fuera

-le dijo el anciano-

no habrá nadie para protegerte. Si quieres algo, tendrás que tomarlo. Si alguien te lo arrebata, tendrás que recuperarlo. Y si quieres vivir, tendrás que luchar.

-Coke no dijo nada. Pero esa noche, mientras el cielo se llenaba de estrellas, se quedó despierto, mirando la espada junto a su lecho improvisado. Había algo en esas palabras que le pesaba más que cualquier golpe. En el fondo de su corazón, deseaba algo más. Deseaba una vida donde no tuviera que pelear, donde no tuviera que ser fuerte todo el tiempo. Deseaba alguien que pudiera sostenerlo, aunque fuera por un momento, y decirle que estaba bien ser débil.-
-La brisa era suave, pero fría, acariciando las mejillas de un joven Coke mientras permanecía inmóvil en el patio polvoriento del pequeño poblado donde había crecido. En sus manos sostenía con firmeza una espada demasiado pesada para su tamaño, un arma que había heredado de su padre y que aún llevaba las marcas de innumerables batallas. Sus dedos, cubiertos de polvo y pequeñas heridas, se aferraban al mango con una determinación que desmentía su corta edad.- No te detengas ahora, Coke -dijo una voz severa detrás de él. Era la de su maestro, un viejo soldado que, a pesar de su retiro, aún conservaba la rigidez y la exigencia de su tiempo en el campo de batalla. Sus ojos seguían cada movimiento del chico con precisión, evaluando cada paso, cada intento de blandir la espada.- Si quieres sobrevivir en este mundo, tendrás que aprender a luchar. No habrá lugar para la debilidad. -Coke apretó los labios, ignorando el ardor en sus brazos y el sudor que le resbalaba por la frente. Cada palabra de su maestro era como una daga, clavándose en su joven corazón. Desde que tenía memoria, había estado solo. Sus padres habían muerto cuando aún era un niño demasiado pequeño para comprender el peso de la pérdida. Había crecido bajo la protección de aquel viejo soldado, quien le enseñó que la vida era dura, que los débiles no sobrevivían, y que la única manera de avanzar era volviéndose más fuerte que los demás.- ¿Por qué tengo que hacer esto? -preguntó una vez, con la voz rota por el cansancio y la frustración. Pero su maestro no le respondió. En lugar de eso, le entregó la espada nuevamente y señaló al horizonte. Allí, donde el cielo se encontraba con la tierra, se alzaban montañas oscuras que parecían tocar el infinito.- Allí fuera -le dijo el anciano- no habrá nadie para protegerte. Si quieres algo, tendrás que tomarlo. Si alguien te lo arrebata, tendrás que recuperarlo. Y si quieres vivir, tendrás que luchar. -Coke no dijo nada. Pero esa noche, mientras el cielo se llenaba de estrellas, se quedó despierto, mirando la espada junto a su lecho improvisado. Había algo en esas palabras que le pesaba más que cualquier golpe. En el fondo de su corazón, deseaba algo más. Deseaba una vida donde no tuviera que pelear, donde no tuviera que ser fuerte todo el tiempo. Deseaba alguien que pudiera sostenerlo, aunque fuera por un momento, y decirle que estaba bien ser débil.-
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