El imponente demonio Sha’kor permanece de pie en su lujoso salón, su mirada fija en un punto distante. La penumbra de la habitación resalta las cicatrices que adornan su piel rojiza y la majestuosidad de sus cuernos retorcidos. Su voz grave y resonante llena el silencio, como si hablara no solo consigo mismo, sino con las almas que un día intentaron desafiarlo.

────El poder no es una dádiva... Es un peso. Un fardo que solo los dignos pueden cargar. No vine a este mundo para ser admirado, ni para ser amado. Vine a conquistarlo, a imponer mi voluntad sobre los débiles que tiemblan al escuchar mi nombre.
El imponente demonio Sha’kor permanece de pie en su lujoso salón, su mirada fija en un punto distante. La penumbra de la habitación resalta las cicatrices que adornan su piel rojiza y la majestuosidad de sus cuernos retorcidos. Su voz grave y resonante llena el silencio, como si hablara no solo consigo mismo, sino con las almas que un día intentaron desafiarlo. ────El poder no es una dádiva... Es un peso. Un fardo que solo los dignos pueden cargar. No vine a este mundo para ser admirado, ni para ser amado. Vine a conquistarlo, a imponer mi voluntad sobre los débiles que tiemblan al escuchar mi nombre.
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