En un salón oscuro, iluminado solo por la tenue luz de las velas, Archibald se encuentra de pie frente a un espejo dorado. Su reflejo devuelve la imagen de un hombre imponente, con ojos llenos de ambición y un leve rastro de una sonrisa victoriosa. Habla en voz alta, como si el espejo fuese su único confidente.
—El poder... Ah, el dulce, escurridizo poder. Durante años lo perseguí, tejí mi red con paciencia, como una araña que sabe que la presa llegará tarde o temprano. Me arrodillé cuando fue necesario, juré lealtades vacías, cargué con máscaras que otros tomaron por rostros sinceros. Pero en mi mente, cada paso tenía un propósito, cada derrota era una lección, y cada traición, un peldaño más hacia la cima.
—Ahora, mírame. Ya no soy el barón que otros despreciaban, ni el consejero que susurraba palabras que nadie escuchaba. Ahora soy el rey. El rey. Y con esta corona, he reclamado lo que siempre me perteneció. No solo un trono, no solo un título. He reclamado el destino.
—¿Sabes qué es lo irónico? No fue la fuerza lo que me trajo aquí. No fueron espadas ni ejércitos. Fue el tiempo. La paciencia. La habilidad de ver más allá del horizonte, de planear movimientos que otros ni siquiera podían imaginar. Porque el poder no es para los impacientes, no es para los débiles de espíritu. El poder es para aquellos que entienden que el verdadero control no está en lo que tienes, sino en lo que haces que otros crean que tienen.
—Y ahora estoy aquí, en la cúspide. Todo lo que soñé está al alcance de mi mano. Las tierras, los ejércitos, la lealtad forzada de aquellos que antes se reían de mí. Y pronto... muy pronto, comenzaré a cosechar los frutos de mi trabajo. La historia recordará mi nombre, no como un rey más, sino como el rey que transformó este reino con su visión.
-Hace una pausa, acariciando la corona sobre su cabeza, con una mezcla de orgullo y desafío.-
—Pero dime... tú, que escuchas mis palabras, que intentas descifrar mis pensamientos... ¿Y tú qué crees que es el poder?
-Archibald sonríe levemente, y el silencio se apodera de la habitación.-
—El poder... Ah, el dulce, escurridizo poder. Durante años lo perseguí, tejí mi red con paciencia, como una araña que sabe que la presa llegará tarde o temprano. Me arrodillé cuando fue necesario, juré lealtades vacías, cargué con máscaras que otros tomaron por rostros sinceros. Pero en mi mente, cada paso tenía un propósito, cada derrota era una lección, y cada traición, un peldaño más hacia la cima.
—Ahora, mírame. Ya no soy el barón que otros despreciaban, ni el consejero que susurraba palabras que nadie escuchaba. Ahora soy el rey. El rey. Y con esta corona, he reclamado lo que siempre me perteneció. No solo un trono, no solo un título. He reclamado el destino.
—¿Sabes qué es lo irónico? No fue la fuerza lo que me trajo aquí. No fueron espadas ni ejércitos. Fue el tiempo. La paciencia. La habilidad de ver más allá del horizonte, de planear movimientos que otros ni siquiera podían imaginar. Porque el poder no es para los impacientes, no es para los débiles de espíritu. El poder es para aquellos que entienden que el verdadero control no está en lo que tienes, sino en lo que haces que otros crean que tienen.
—Y ahora estoy aquí, en la cúspide. Todo lo que soñé está al alcance de mi mano. Las tierras, los ejércitos, la lealtad forzada de aquellos que antes se reían de mí. Y pronto... muy pronto, comenzaré a cosechar los frutos de mi trabajo. La historia recordará mi nombre, no como un rey más, sino como el rey que transformó este reino con su visión.
-Hace una pausa, acariciando la corona sobre su cabeza, con una mezcla de orgullo y desafío.-
—Pero dime... tú, que escuchas mis palabras, que intentas descifrar mis pensamientos... ¿Y tú qué crees que es el poder?
-Archibald sonríe levemente, y el silencio se apodera de la habitación.-
En un salón oscuro, iluminado solo por la tenue luz de las velas, Archibald se encuentra de pie frente a un espejo dorado. Su reflejo devuelve la imagen de un hombre imponente, con ojos llenos de ambición y un leve rastro de una sonrisa victoriosa. Habla en voz alta, como si el espejo fuese su único confidente.
—El poder... Ah, el dulce, escurridizo poder. Durante años lo perseguí, tejí mi red con paciencia, como una araña que sabe que la presa llegará tarde o temprano. Me arrodillé cuando fue necesario, juré lealtades vacías, cargué con máscaras que otros tomaron por rostros sinceros. Pero en mi mente, cada paso tenía un propósito, cada derrota era una lección, y cada traición, un peldaño más hacia la cima.
—Ahora, mírame. Ya no soy el barón que otros despreciaban, ni el consejero que susurraba palabras que nadie escuchaba. Ahora soy el rey. El rey. Y con esta corona, he reclamado lo que siempre me perteneció. No solo un trono, no solo un título. He reclamado el destino.
—¿Sabes qué es lo irónico? No fue la fuerza lo que me trajo aquí. No fueron espadas ni ejércitos. Fue el tiempo. La paciencia. La habilidad de ver más allá del horizonte, de planear movimientos que otros ni siquiera podían imaginar. Porque el poder no es para los impacientes, no es para los débiles de espíritu. El poder es para aquellos que entienden que el verdadero control no está en lo que tienes, sino en lo que haces que otros crean que tienen.
—Y ahora estoy aquí, en la cúspide. Todo lo que soñé está al alcance de mi mano. Las tierras, los ejércitos, la lealtad forzada de aquellos que antes se reían de mí. Y pronto... muy pronto, comenzaré a cosechar los frutos de mi trabajo. La historia recordará mi nombre, no como un rey más, sino como el rey que transformó este reino con su visión.
-Hace una pausa, acariciando la corona sobre su cabeza, con una mezcla de orgullo y desafío.-
—Pero dime... tú, que escuchas mis palabras, que intentas descifrar mis pensamientos... ¿Y tú qué crees que es el poder?
-Archibald sonríe levemente, y el silencio se apodera de la habitación.-
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