—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —
Lillet no tuvo que responder, su mirada indicaba que el sombrero era perfecto. Cada detalle inmaculado, no una copia fea y barata de las que se encontraban en tiendas de disfraces.
El único sombrerero del puebo se había extrañado por la curiosa petición, pero no iba a decirle que no a un cliente. En especial cuando el ser devorado por la obsolencia lucía trágicamente inevitable para su oficio.
—¡Sí, me encanta! ¡Muchas gracias! —Lillet estaba feliz, pero no se atrevía a ponérselo. Lo aproximaba a su rubia cabecita, al final se arrepentía y mejor seguía mirándolo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no te lo pones? —Preguntó el hombre.
—Oh, perdón. Estoy un poco nerviosa, es todo —ella respiró hondo, cerró los ojos, y puso el sombrero sobre su cabeza. —Bien... ¿Cómo me veo? —
—Como... una bruja—.
Para sorpresa del hombre, los ojos de Lillet se iluminaron, una sonrisa enorme apareció en su rostro al oír esas palabras.
—¡Gracias! ¡Es justo lo que quería! —
Lillet no tuvo que responder, su mirada indicaba que el sombrero era perfecto. Cada detalle inmaculado, no una copia fea y barata de las que se encontraban en tiendas de disfraces.
El único sombrerero del puebo se había extrañado por la curiosa petición, pero no iba a decirle que no a un cliente. En especial cuando el ser devorado por la obsolencia lucía trágicamente inevitable para su oficio.
—¡Sí, me encanta! ¡Muchas gracias! —Lillet estaba feliz, pero no se atrevía a ponérselo. Lo aproximaba a su rubia cabecita, al final se arrepentía y mejor seguía mirándolo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no te lo pones? —Preguntó el hombre.
—Oh, perdón. Estoy un poco nerviosa, es todo —ella respiró hondo, cerró los ojos, y puso el sombrero sobre su cabeza. —Bien... ¿Cómo me veo? —
—Como... una bruja—.
Para sorpresa del hombre, los ojos de Lillet se iluminaron, una sonrisa enorme apareció en su rostro al oír esas palabras.
—¡Gracias! ¡Es justo lo que quería! —
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —
Lillet no tuvo que responder, su mirada indicaba que el sombrero era perfecto. Cada detalle inmaculado, no una copia fea y barata de las que se encontraban en tiendas de disfraces.
El único sombrerero del puebo se había extrañado por la curiosa petición, pero no iba a decirle que no a un cliente. En especial cuando el ser devorado por la obsolencia lucía trágicamente inevitable para su oficio.
—¡Sí, me encanta! ¡Muchas gracias! —Lillet estaba feliz, pero no se atrevía a ponérselo. Lo aproximaba a su rubia cabecita, al final se arrepentía y mejor seguía mirándolo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no te lo pones? —Preguntó el hombre.
—Oh, perdón. Estoy un poco nerviosa, es todo —ella respiró hondo, cerró los ojos, y puso el sombrero sobre su cabeza. —Bien... ¿Cómo me veo? —
—Como... una bruja—.
Para sorpresa del hombre, los ojos de Lillet se iluminaron, una sonrisa enorme apareció en su rostro al oír esas palabras.
—¡Gracias! ¡Es justo lo que quería! —