La luz del atardecer bañaba el bosque con tonos dorados, pero para Elyana, todo era pálido. Caminaba entre las flores, dejando que sus dedos rozaran los pétalos, como si el tacto pudiera anclarla a algo real. Las alas que antes llevaban el brillo del cielo ahora parecían un recuerdo distante, pesadas, opacas, como un recordatorio constante de su caída.
Cada paso crujía bajo sus pies, resonando en el silencio del bosque, un eco que solo ella escuchaba. Los recuerdos aparecían como destellos: la luz cegadora, el coro eterno, la certeza absoluta de un propósito. Todo eso ahora era polvo. Había cambiado esa perfección por algo que ni siquiera sabía nombrar. Libertad, tal vez… ¿o condena?
Cada paso crujía bajo sus pies, resonando en el silencio del bosque, un eco que solo ella escuchaba. Los recuerdos aparecían como destellos: la luz cegadora, el coro eterno, la certeza absoluta de un propósito. Todo eso ahora era polvo. Había cambiado esa perfección por algo que ni siquiera sabía nombrar. Libertad, tal vez… ¿o condena?
La luz del atardecer bañaba el bosque con tonos dorados, pero para Elyana, todo era pálido. Caminaba entre las flores, dejando que sus dedos rozaran los pétalos, como si el tacto pudiera anclarla a algo real. Las alas que antes llevaban el brillo del cielo ahora parecían un recuerdo distante, pesadas, opacas, como un recordatorio constante de su caída.
Cada paso crujía bajo sus pies, resonando en el silencio del bosque, un eco que solo ella escuchaba. Los recuerdos aparecían como destellos: la luz cegadora, el coro eterno, la certeza absoluta de un propósito. Todo eso ahora era polvo. Había cambiado esa perfección por algo que ni siquiera sabía nombrar. Libertad, tal vez… ¿o condena?