El aire era denso, casi pesado, pero tenía un aroma dulce, como el de flores que florecen bajo la luz de la luna. Elyana avanzaba entre las sombras del bosque, rodeada de un fulgor etéreo que parecía abrazarla y, al mismo tiempo, vigilarla. Cada paso que daba resonaba más fuerte en su mente que en el suelo.

Todo era tan silencioso, y sin embargo, el bosque no estaba muerto. Podía sentirlo. Los árboles parecían susurrar entre sí, las raíces temblaban bajo sus pies. Había una energía aquí, una que reconocía aunque intentara negarlo. Era como mirarse en un espejo roto: conocía los fragmentos, pero no podía recordar cómo encajaban.

Esto no es redención. No, esto era algo más profundo, algo que el cristal roto le recordaba con cada latido de su corazón. Aquí, la luz no era consuelo, y la oscuridad no era una amenaza. Aquí, ambas existían como ella misma: incompletas, fragmentadas, en un estado de constante conflicto.
El aire era denso, casi pesado, pero tenía un aroma dulce, como el de flores que florecen bajo la luz de la luna. Elyana avanzaba entre las sombras del bosque, rodeada de un fulgor etéreo que parecía abrazarla y, al mismo tiempo, vigilarla. Cada paso que daba resonaba más fuerte en su mente que en el suelo. Todo era tan silencioso, y sin embargo, el bosque no estaba muerto. Podía sentirlo. Los árboles parecían susurrar entre sí, las raíces temblaban bajo sus pies. Había una energía aquí, una que reconocía aunque intentara negarlo. Era como mirarse en un espejo roto: conocía los fragmentos, pero no podía recordar cómo encajaban. Esto no es redención. No, esto era algo más profundo, algo que el cristal roto le recordaba con cada latido de su corazón. Aquí, la luz no era consuelo, y la oscuridad no era una amenaza. Aquí, ambas existían como ella misma: incompletas, fragmentadas, en un estado de constante conflicto.
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