—Hay buenas noticias, la familia ha decidido no presentar cargos —dijo un hombre de traje y corbata. Abogado, seguramente. No era el traje, era la cara. Esa cara de hijo de puta que te vendería por unas monedas. —Pero quieren que el profesor Sawajiri se disculpe personalmente—.

—Lo hará —la directora y ambos prefectos dijeron al unísono.

—No voy a hacer una mierda —habló por fin el profesor de literatura que estaba apretando una bolsa de hielo en contra de su hinchado pómulo.

—¡Cállate! —la directora vociferó, ambas palmas estrelló contra el escritorio, con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo. —¿Es que acaso no entiendes aún? ¡Esto no es otra de tus idioteces de siempre, Sawajiri! ¡Golpeaste a un padre de familia! —

—Suena más gracioso cuando usted lo dice —el peliblanco escupió una mezcla de espesa saliva y algo de sangre.

—Escúchame, pedazo de mierda —el más alto de los prefectos perdió la compostura. Había caminado hasta el vapuleado profesor, lo levantó por la camisa e hizo impactar su espalda contra la pared. —El distrito ya está considerando reducirnos el presupuesto. Si esta estupidez tuya se sabe, nos vas a hundir, y si eso pasa, yo personalmente juro que te mato, hijo de puta. ¿Me entendiste? —

—¿Es todo lo que te importa? —la tentación de escupirle sangre en la cara era intensa, pero el agresor de padres supo resistirla.

—¿Qué? —

—¿Cómo se llama? Quiero que me digas su nombre—.

—¿De qué carajo hablas ahora, Sawajiri? —

—Dímelo—.

—No tengo que decirte nada—.

—No lo sabes, ¿verdad? Ni te importa saberlo. ¿Y por qué te importaría? Los pendejitos que corren por los pasillos no pagan las facturas—.

—¿A qué quieres llegar, Sawajiri? —La directora había intercedido.

—Usted sabe a lo que quiero llegar. ¿Qué esperaba, directora? ¿Que me quedara callado, como ustedes? —

—Las problemáticas familiares de los alumnos no nos conciernen. ¿Qué te crees ahora, un policía? ¿Un héroe? Si querías hacer algo por el alumno, había cientos de maneras antes de... —

—Shuto—.

—¿...Disculpa?—

—No es "el alumno", su nombre es Shuto. Le gustan los tigres, el baseball y los aviones, quiere ser piloto. Tiene problemas pronunciando algunas letras y su padre lo castiga por eso. Usted sabe exactamente cómo—.

—Ese no es el punto, Sawajiri, el alumno...—

—Shuto. Llámelo por su nombre—.

—¡Basta! ¡Vas a disculparte, esta es una orden directa! ¡No voy a escuchar una palabra más! —

Sí, iba a disculparse. La familia entró a la oficina. Toda la atención se centró en el profesor que había iniciado la agresión esa tarde. Le tomó un buen rato hablar.

—Debo pedir una disculpa—

La directora suspiró de alivio al escucharlo, pero no había terminado.

—Perdóname, Shuto. Debí haberme dado cuenta antes—.
—Hay buenas noticias, la familia ha decidido no presentar cargos —dijo un hombre de traje y corbata. Abogado, seguramente. No era el traje, era la cara. Esa cara de hijo de puta que te vendería por unas monedas. —Pero quieren que el profesor Sawajiri se disculpe personalmente—. —Lo hará —la directora y ambos prefectos dijeron al unísono. —No voy a hacer una mierda —habló por fin el profesor de literatura que estaba apretando una bolsa de hielo en contra de su hinchado pómulo. —¡Cállate! —la directora vociferó, ambas palmas estrelló contra el escritorio, con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo. —¿Es que acaso no entiendes aún? ¡Esto no es otra de tus idioteces de siempre, Sawajiri! ¡Golpeaste a un padre de familia! — —Suena más gracioso cuando usted lo dice —el peliblanco escupió una mezcla de espesa saliva y algo de sangre. —Escúchame, pedazo de mierda —el más alto de los prefectos perdió la compostura. Había caminado hasta el vapuleado profesor, lo levantó por la camisa e hizo impactar su espalda contra la pared. —El distrito ya está considerando reducirnos el presupuesto. Si esta estupidez tuya se sabe, nos vas a hundir, y si eso pasa, yo personalmente juro que te mato, hijo de puta. ¿Me entendiste? — —¿Es todo lo que te importa? —la tentación de escupirle sangre en la cara era intensa, pero el agresor de padres supo resistirla. —¿Qué? — —¿Cómo se llama? Quiero que me digas su nombre—. —¿De qué carajo hablas ahora, Sawajiri? — —Dímelo—. —No tengo que decirte nada—. —No lo sabes, ¿verdad? Ni te importa saberlo. ¿Y por qué te importaría? Los pendejitos que corren por los pasillos no pagan las facturas—. —¿A qué quieres llegar, Sawajiri? —La directora había intercedido. —Usted sabe a lo que quiero llegar. ¿Qué esperaba, directora? ¿Que me quedara callado, como ustedes? — —Las problemáticas familiares de los alumnos no nos conciernen. ¿Qué te crees ahora, un policía? ¿Un héroe? Si querías hacer algo por el alumno, había cientos de maneras antes de... — —Shuto—. —¿...Disculpa?— —No es "el alumno", su nombre es Shuto. Le gustan los tigres, el baseball y los aviones, quiere ser piloto. Tiene problemas pronunciando algunas letras y su padre lo castiga por eso. Usted sabe exactamente cómo—. —Ese no es el punto, Sawajiri, el alumno...— —Shuto. Llámelo por su nombre—. —¡Basta! ¡Vas a disculparte, esta es una orden directa! ¡No voy a escuchar una palabra más! — Sí, iba a disculparse. La familia entró a la oficina. Toda la atención se centró en el profesor que había iniciado la agresión esa tarde. Le tomó un buen rato hablar. —Debo pedir una disculpa— La directora suspiró de alivio al escucharlo, pero no había terminado. —Perdóname, Shuto. Debí haberme dado cuenta antes—.
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