De la cena de Navidad, ya sólo quedaban platos por lavar, envoltorios por barrer. El silencio de la madrugada hacía más intensa la música de las luces navideñas.

—¿Y vas a ver... hmph... delfines? —la rubia se esforzaba por luchar contra la somnolencia para seguir hablando.

—¿Delfines? ¿De dónde salió eso? —Hilde sacudió la cabecita rubia, involuntariamente, por la risilla que le había causado esa pregunta.

—No sé... Los delfines son bonitos, creo ¿Te gustan los delfines, Hilde? —

—Okay... te estás muriendo de sueño. Ya, ve a la cama, Lillet—.

—No quiero. Te vas pronto. ¿Qué tal si esta es la última vez que hablo contigo, y nunca más puedo preguntar qué piensas de los delfines? ¿Que tal si... es la última Navidad que pasamos juntas? —

—¿De nuevo con eso? Por favor, no hagas esto más difícil de lo que debe ser—.

—Perdón... Es sólo que... ah, no importa, olvídalo —la rubia suspiró. Se aferró a su hermana, aspiró su aroma con mucha fuerza.

Hilde la miró. Normalmente, hubiera tenido para ella palabras para tranquilizarla, hacerle entender que era un viaje de rutina.

Pero esta noche, a menos de dos días de su vuelo... dudó. Por primera vez en toda su vida, Hilde sintió incertidumbre. Por primera vez, el futuro logró asustarla.

—¿...Hilde? —la vocecita de Lillet se hizo presente cuando su hermana tardó más de la cuenta en responder.

—Lillet... ¿por qué quieres ser una bruja? —

Lillet abrió los ojos. La pregunta pareció desconcertarla. —¿Por qué quiero ser bruja? —

—Sí, ¿por qué? ¿No sería más fácil una vida normal? Tener un trabajo como cualquier otro, conocer a alguien, casarte, tener hijos... olvidarte de esto. De todo esto—.

—Porque quiero ayudar a la gente. Y porque quiero estar contigo —aunque la pregunta pareció confundirla, Lillet respondió con total naturalidad.

—¿Lo haces por mí?—

—Siempre lo he hecho por ti—.

—¿Qué? —algo dentro de Hilde, una de esas piezas de ese rompecabezas que era ella, pareció moverse de su sitio.

—Si yo hubiera podido hacer magia, antes... Habría podido ir contigo. Con... el Rey, ¿recuerdas? —

—...—

—Habría podido acompañarte. No tendrías que haber ido sola. ¿Te sentías sola, Hilde? Siempre me pregunté qué hacías ahí, tan lejos, por tanto tiempo, o si sabías lo mucho que Mamá, Papá y yo te extrañábamos—.

Opacos. Los ojos de Hilde habían perdido el brillo, y no lograban siquiera reflejar el color de las luces navideñas.

—Si yo fuera una mejor bruja, podría ayudarte. No tendrías tanto qué hacer, pasaríamos más tiempo juntas —Lillet bostezó cuando terminó de explicar.

Silencio.

El temporizador apagó las luces. Lo único que ahí se escuchaba era el suave siseo de la respiración de Lillet. Se había quedado dormida en los brazos de su hermana.

Hilde no pudo dormir. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la que le siguió a esa.

De la cena de Navidad, ya sólo quedaban platos por lavar, envoltorios por barrer. El silencio de la madrugada hacía más intensa la música de las luces navideñas. —¿Y vas a ver... hmph... delfines? —la rubia se esforzaba por luchar contra la somnolencia para seguir hablando. —¿Delfines? ¿De dónde salió eso? —Hilde sacudió la cabecita rubia, involuntariamente, por la risilla que le había causado esa pregunta. —No sé... Los delfines son bonitos, creo ¿Te gustan los delfines, Hilde? — —Okay... te estás muriendo de sueño. Ya, ve a la cama, Lillet—. —No quiero. Te vas pronto. ¿Qué tal si esta es la última vez que hablo contigo, y nunca más puedo preguntar qué piensas de los delfines? ¿Que tal si... es la última Navidad que pasamos juntas? — —¿De nuevo con eso? Por favor, no hagas esto más difícil de lo que debe ser—. —Perdón... Es sólo que... ah, no importa, olvídalo —la rubia suspiró. Se aferró a su hermana, aspiró su aroma con mucha fuerza. Hilde la miró. Normalmente, hubiera tenido para ella palabras para tranquilizarla, hacerle entender que era un viaje de rutina. Pero esta noche, a menos de dos días de su vuelo... dudó. Por primera vez en toda su vida, Hilde sintió incertidumbre. Por primera vez, el futuro logró asustarla. —¿...Hilde? —la vocecita de Lillet se hizo presente cuando su hermana tardó más de la cuenta en responder. —Lillet... ¿por qué quieres ser una bruja? — Lillet abrió los ojos. La pregunta pareció desconcertarla. —¿Por qué quiero ser bruja? — —Sí, ¿por qué? ¿No sería más fácil una vida normal? Tener un trabajo como cualquier otro, conocer a alguien, casarte, tener hijos... olvidarte de esto. De todo esto—. —Porque quiero ayudar a la gente. Y porque quiero estar contigo —aunque la pregunta pareció confundirla, Lillet respondió con total naturalidad. —¿Lo haces por mí?— —Siempre lo he hecho por ti—. —¿Qué? —algo dentro de Hilde, una de esas piezas de ese rompecabezas que era ella, pareció moverse de su sitio. —Si yo hubiera podido hacer magia, antes... Habría podido ir contigo. Con... el Rey, ¿recuerdas? — —...— —Habría podido acompañarte. No tendrías que haber ido sola. ¿Te sentías sola, Hilde? Siempre me pregunté qué hacías ahí, tan lejos, por tanto tiempo, o si sabías lo mucho que Mamá, Papá y yo te extrañábamos—. Opacos. Los ojos de Hilde habían perdido el brillo, y no lograban siquiera reflejar el color de las luces navideñas. —Si yo fuera una mejor bruja, podría ayudarte. No tendrías tanto qué hacer, pasaríamos más tiempo juntas —Lillet bostezó cuando terminó de explicar. Silencio. El temporizador apagó las luces. Lo único que ahí se escuchaba era el suave siseo de la respiración de Lillet. Se había quedado dormida en los brazos de su hermana. Hilde no pudo dormir. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la que le siguió a esa.
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