Las sombras abrazaron su cuerpo como si fueran parte de ella. Se mantuvo encogida, su postura tan frágil como la piedra que la rodeaba. Pero no era frágil. No después de todo lo que había visto, de todo lo que había sido.
Sus serpientes dormían en quietud, aunque de vez en cuando un par de ellas despertaban, moviéndose con lentitud, rozando su piel en un intento de consolarla. Ellas entendían lo que los hombres no podían: el peso del tiempo, del exilio, de la soledad. Eran su único refugio, sus únicas compañeras.
—No pueden comprenderme. —Pensó, mientras la penumbra se volvía aún más densa a su alrededor.
Inclinó su cabeza, escondiendo su rostro entre los brazos, y por un momento, permitió que el cansancio escapara a través de un suspiro apenas audible.
—Las historias siempre tergiversan... —Murmuró para sí misma, sus labios rojos curvándose en una mueca irónica.— Solo ven el monstruo, nunca el alma...
Las serpientes parecieron responder a sus pensamientos, siseando suavemente en el aire, como si quisieran recordar a su dueña que seguía viva. Que seguía ahí, incluso si el mundo prefería olvidar.
Sus serpientes dormían en quietud, aunque de vez en cuando un par de ellas despertaban, moviéndose con lentitud, rozando su piel en un intento de consolarla. Ellas entendían lo que los hombres no podían: el peso del tiempo, del exilio, de la soledad. Eran su único refugio, sus únicas compañeras.
—No pueden comprenderme. —Pensó, mientras la penumbra se volvía aún más densa a su alrededor.
Inclinó su cabeza, escondiendo su rostro entre los brazos, y por un momento, permitió que el cansancio escapara a través de un suspiro apenas audible.
—Las historias siempre tergiversan... —Murmuró para sí misma, sus labios rojos curvándose en una mueca irónica.— Solo ven el monstruo, nunca el alma...
Las serpientes parecieron responder a sus pensamientos, siseando suavemente en el aire, como si quisieran recordar a su dueña que seguía viva. Que seguía ahí, incluso si el mundo prefería olvidar.
Las sombras abrazaron su cuerpo como si fueran parte de ella. Se mantuvo encogida, su postura tan frágil como la piedra que la rodeaba. Pero no era frágil. No después de todo lo que había visto, de todo lo que había sido.
Sus serpientes dormían en quietud, aunque de vez en cuando un par de ellas despertaban, moviéndose con lentitud, rozando su piel en un intento de consolarla. Ellas entendían lo que los hombres no podían: el peso del tiempo, del exilio, de la soledad. Eran su único refugio, sus únicas compañeras.
—No pueden comprenderme. —Pensó, mientras la penumbra se volvía aún más densa a su alrededor.
Inclinó su cabeza, escondiendo su rostro entre los brazos, y por un momento, permitió que el cansancio escapara a través de un suspiro apenas audible.
—Las historias siempre tergiversan... —Murmuró para sí misma, sus labios rojos curvándose en una mueca irónica.— Solo ven el monstruo, nunca el alma...
Las serpientes parecieron responder a sus pensamientos, siseando suavemente en el aire, como si quisieran recordar a su dueña que seguía viva. Que seguía ahí, incluso si el mundo prefería olvidar.