En ocasiones los dioses se ensañan con los seres que crean y doy fe de que este es uno de esos casos. Estuve allí cuando su madre y padre le concebían entre sudor y el sopor del placer; cuando su madre la parió con dolor de antaño y cuando esta fue asesinada por un lavaperros amurado por la necesidad de drogarse. Vi desde el refugio que me da la onírica oscuridad como creció, se volvió fuerte y dentro de sí el cáncer de la venganza hacía metástasis en su alma.
Decir que no intercedí a lo largo de su vida sería mentir, y al no ser humano y menos algo que encaje en el canon mental de las razas terrícolas, me hace ser visceralmente franco por gusto e incapacidad. Sí, moví alguno que otro hilo y moví una que otra bala para que no le reventara la cabeza, ganándose el apodo de La Señora Suerte. Sí, yo fui el que implantó y mantenía viva la llama púrpura de vendetta que la quemaba por dentro y le daba ese peculiar aroma dulce que manaba de su piel color chocolate.
Estuve allí cuando cortó una a una las cabezas de la hidra bañando su cuerpo con su sangre cuya tibieza y textura despertaba en ella el fetiche mórbido que hacía humedecer su sexo virgen; y estuve allí cuando por fin encontró al asesino de su madre, el lavaperros que alguna vez llamó papá, que corrompido por la codicia de lo material que solo los mortales comprenden, le mató.
Estaba deseosa al tenerlo acorralado, pero la suerte tarde o temprano tiende a agotarse y su cuerpo de muerte fue herido y ya no tenía fuerzas para levantar el arma para poder culminar con su novela de venganza, pero para eso yo estaba allí, sé que por primera vez me sintió físicamente al abrazarla por la espalda, apoyar mi mejilla en la de ella y tomar su mano diestra para elevar la pistola que sostiene lánguidamente. Sé que ya no veía y aduras penas respiraba, pero al final ella fue la que apretó el gatillo con el último vestigio de Noxius que le quedaba y murió antes de ver como la pared se adornaba con el vitae y materia cefálica del hombre que se esparció como pieza de arte abstracto sobre lienzo blanco.
Si me preguntan por qué lo hice, no tendría una respuesta concreta, fue una sumatoria de aburrimiento producido por la eternidad inmutable en la que existo y la posibilidad de hacerlo, porque sí, podía hacerlo y lo hice, sin trasfondo poético y profundo. Simplemente jugué a ser dios y me gustó.
Decir que no intercedí a lo largo de su vida sería mentir, y al no ser humano y menos algo que encaje en el canon mental de las razas terrícolas, me hace ser visceralmente franco por gusto e incapacidad. Sí, moví alguno que otro hilo y moví una que otra bala para que no le reventara la cabeza, ganándose el apodo de La Señora Suerte. Sí, yo fui el que implantó y mantenía viva la llama púrpura de vendetta que la quemaba por dentro y le daba ese peculiar aroma dulce que manaba de su piel color chocolate.
Estuve allí cuando cortó una a una las cabezas de la hidra bañando su cuerpo con su sangre cuya tibieza y textura despertaba en ella el fetiche mórbido que hacía humedecer su sexo virgen; y estuve allí cuando por fin encontró al asesino de su madre, el lavaperros que alguna vez llamó papá, que corrompido por la codicia de lo material que solo los mortales comprenden, le mató.
Estaba deseosa al tenerlo acorralado, pero la suerte tarde o temprano tiende a agotarse y su cuerpo de muerte fue herido y ya no tenía fuerzas para levantar el arma para poder culminar con su novela de venganza, pero para eso yo estaba allí, sé que por primera vez me sintió físicamente al abrazarla por la espalda, apoyar mi mejilla en la de ella y tomar su mano diestra para elevar la pistola que sostiene lánguidamente. Sé que ya no veía y aduras penas respiraba, pero al final ella fue la que apretó el gatillo con el último vestigio de Noxius que le quedaba y murió antes de ver como la pared se adornaba con el vitae y materia cefálica del hombre que se esparció como pieza de arte abstracto sobre lienzo blanco.
Si me preguntan por qué lo hice, no tendría una respuesta concreta, fue una sumatoria de aburrimiento producido por la eternidad inmutable en la que existo y la posibilidad de hacerlo, porque sí, podía hacerlo y lo hice, sin trasfondo poético y profundo. Simplemente jugué a ser dios y me gustó.
En ocasiones los dioses se ensañan con los seres que crean y doy fe de que este es uno de esos casos. Estuve allí cuando su madre y padre le concebían entre sudor y el sopor del placer; cuando su madre la parió con dolor de antaño y cuando esta fue asesinada por un lavaperros amurado por la necesidad de drogarse. Vi desde el refugio que me da la onírica oscuridad como creció, se volvió fuerte y dentro de sí el cáncer de la venganza hacía metástasis en su alma.
Decir que no intercedí a lo largo de su vida sería mentir, y al no ser humano y menos algo que encaje en el canon mental de las razas terrícolas, me hace ser visceralmente franco por gusto e incapacidad. Sí, moví alguno que otro hilo y moví una que otra bala para que no le reventara la cabeza, ganándose el apodo de La Señora Suerte. Sí, yo fui el que implantó y mantenía viva la llama púrpura de vendetta que la quemaba por dentro y le daba ese peculiar aroma dulce que manaba de su piel color chocolate.
Estuve allí cuando cortó una a una las cabezas de la hidra bañando su cuerpo con su sangre cuya tibieza y textura despertaba en ella el fetiche mórbido que hacía humedecer su sexo virgen; y estuve allí cuando por fin encontró al asesino de su madre, el lavaperros que alguna vez llamó papá, que corrompido por la codicia de lo material que solo los mortales comprenden, le mató.
Estaba deseosa al tenerlo acorralado, pero la suerte tarde o temprano tiende a agotarse y su cuerpo de muerte fue herido y ya no tenía fuerzas para levantar el arma para poder culminar con su novela de venganza, pero para eso yo estaba allí, sé que por primera vez me sintió físicamente al abrazarla por la espalda, apoyar mi mejilla en la de ella y tomar su mano diestra para elevar la pistola que sostiene lánguidamente. Sé que ya no veía y aduras penas respiraba, pero al final ella fue la que apretó el gatillo con el último vestigio de Noxius que le quedaba y murió antes de ver como la pared se adornaba con el vitae y materia cefálica del hombre que se esparció como pieza de arte abstracto sobre lienzo blanco.
Si me preguntan por qué lo hice, no tendría una respuesta concreta, fue una sumatoria de aburrimiento producido por la eternidad inmutable en la que existo y la posibilidad de hacerlo, porque sí, podía hacerlo y lo hice, sin trasfondo poético y profundo. Simplemente jugué a ser dios y me gustó.