[ TW: Contenido quizá duro de leer.~ ]
——————————————〉 𝙏𝙝𝙚 𝙚𝙢𝙗𝙧𝙖𝙘𝙚〈——————————————
La sangre es cálida sobre su piel, pero fría dentro de su mente. Se queda quieto, como una marioneta que espera órdenes de un titiritero invisible. Y las voces… Oh, las voces no lo hacen esperar. Ellas nunca callan. Ahora son un coro, un murmullo ensordecedor que lo envuelve como una marea.
«¿Ves lo que hiciste? Míralo bien. No apartes la vista. Esto es lo que eres.»
Su sonrisa, esa mueca torcida y vacía, permanece intacta mientras sus manos, temblorosas pero obedientes, se alzan a la altura de sus ojos. La sangre resbala entre sus dedos, formando caminos irregulares en su piel, y las voces ríen al unísono.
«¿Por qué finges que te importa? Todo lo que tocas termina así. Rojo. Destruido. ¿No te das cuenta de que siempre serás el monstruo?»
Sus pies se mueven por inercia, arrastrándolo hacia adelante, como si las sombras del lugar lo estuvieran empujando. Su mente es un laberinto, y en el centro está la jaula que una vez contuvo su cordura. Pero ahora está vacía, las cadenas rotas. Las voces son las nuevas dueñas.
—No... —Murmura con un tono casi infantil, como un niño que niega una verdad que ya conoce. Pero las voces se burlan.
«¿No? ¡No seas ridículo! No hay vuelta atrás, Keenan. Scraps. Nunca la hubo.»
La sonrisa se rompe por un momento, sus labios temblando con una vulnerabilidad que no debería existir en alguien como él. Pero las voces la aplastan, como un puño invisible cerrándose alrededor de su garganta.
«¿Te duele? Bien. Es lo único real que te queda.»
Su risa corta el aire, un sonido áspero y roto que no pertenece a alguien cuerdo. Es una carcajada que se arrastra desde lo profundo de su pecho, hasta desgarrarle la garganta. Las voces ríen con él, un eco que llena la estancia.
—Si esto es lo que soy… —Susurra mientras su mirada se pierde en el rojo que lo cubre todo.— Entonces... ¿Qué importa? Si me rindo… ¿Me dejaréis en paz?
Pero las voces no responden. Solo lo observan desde el fondo de su mente, como depredadores que han atrapado a su presa. Una pausa. Luego, el susurro regresa, más suave, más íntimo.
«No queremos dejarte. Nunca lo haremos. Somos tú. Y tú eres nosotros. Ahora… Sigue adelante.»
Sus pies vuelven a moverse, sus manos bajan, y esa sonrisa rota regresa a su rostro. No hay redención en sus ojos, solo resignación. Las voces han ganado esta noche. Y él camina con ellas, llevando el peso de su locura como una segunda piel, mientras el rojo lo envuelve todo a su alrededor.
——————————————〉 𝙏𝙝𝙚 𝙚𝙢𝙗𝙧𝙖𝙘𝙚〈——————————————
La sangre es cálida sobre su piel, pero fría dentro de su mente. Se queda quieto, como una marioneta que espera órdenes de un titiritero invisible. Y las voces… Oh, las voces no lo hacen esperar. Ellas nunca callan. Ahora son un coro, un murmullo ensordecedor que lo envuelve como una marea.
«¿Ves lo que hiciste? Míralo bien. No apartes la vista. Esto es lo que eres.»
Su sonrisa, esa mueca torcida y vacía, permanece intacta mientras sus manos, temblorosas pero obedientes, se alzan a la altura de sus ojos. La sangre resbala entre sus dedos, formando caminos irregulares en su piel, y las voces ríen al unísono.
«¿Por qué finges que te importa? Todo lo que tocas termina así. Rojo. Destruido. ¿No te das cuenta de que siempre serás el monstruo?»
Sus pies se mueven por inercia, arrastrándolo hacia adelante, como si las sombras del lugar lo estuvieran empujando. Su mente es un laberinto, y en el centro está la jaula que una vez contuvo su cordura. Pero ahora está vacía, las cadenas rotas. Las voces son las nuevas dueñas.
—No... —Murmura con un tono casi infantil, como un niño que niega una verdad que ya conoce. Pero las voces se burlan.
«¿No? ¡No seas ridículo! No hay vuelta atrás, Keenan. Scraps. Nunca la hubo.»
La sonrisa se rompe por un momento, sus labios temblando con una vulnerabilidad que no debería existir en alguien como él. Pero las voces la aplastan, como un puño invisible cerrándose alrededor de su garganta.
«¿Te duele? Bien. Es lo único real que te queda.»
Su risa corta el aire, un sonido áspero y roto que no pertenece a alguien cuerdo. Es una carcajada que se arrastra desde lo profundo de su pecho, hasta desgarrarle la garganta. Las voces ríen con él, un eco que llena la estancia.
—Si esto es lo que soy… —Susurra mientras su mirada se pierde en el rojo que lo cubre todo.— Entonces... ¿Qué importa? Si me rindo… ¿Me dejaréis en paz?
Pero las voces no responden. Solo lo observan desde el fondo de su mente, como depredadores que han atrapado a su presa. Una pausa. Luego, el susurro regresa, más suave, más íntimo.
«No queremos dejarte. Nunca lo haremos. Somos tú. Y tú eres nosotros. Ahora… Sigue adelante.»
Sus pies vuelven a moverse, sus manos bajan, y esa sonrisa rota regresa a su rostro. No hay redención en sus ojos, solo resignación. Las voces han ganado esta noche. Y él camina con ellas, llevando el peso de su locura como una segunda piel, mientras el rojo lo envuelve todo a su alrededor.
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La sangre es cálida sobre su piel, pero fría dentro de su mente. Se queda quieto, como una marioneta que espera órdenes de un titiritero invisible. Y las voces… Oh, las voces no lo hacen esperar. Ellas nunca callan. Ahora son un coro, un murmullo ensordecedor que lo envuelve como una marea.
«¿Ves lo que hiciste? Míralo bien. No apartes la vista. Esto es lo que eres.»
Su sonrisa, esa mueca torcida y vacía, permanece intacta mientras sus manos, temblorosas pero obedientes, se alzan a la altura de sus ojos. La sangre resbala entre sus dedos, formando caminos irregulares en su piel, y las voces ríen al unísono.
«¿Por qué finges que te importa? Todo lo que tocas termina así. Rojo. Destruido. ¿No te das cuenta de que siempre serás el monstruo?»
Sus pies se mueven por inercia, arrastrándolo hacia adelante, como si las sombras del lugar lo estuvieran empujando. Su mente es un laberinto, y en el centro está la jaula que una vez contuvo su cordura. Pero ahora está vacía, las cadenas rotas. Las voces son las nuevas dueñas.
—No... —Murmura con un tono casi infantil, como un niño que niega una verdad que ya conoce. Pero las voces se burlan.
«¿No? ¡No seas ridículo! No hay vuelta atrás, Keenan. Scraps. Nunca la hubo.»
La sonrisa se rompe por un momento, sus labios temblando con una vulnerabilidad que no debería existir en alguien como él. Pero las voces la aplastan, como un puño invisible cerrándose alrededor de su garganta.
«¿Te duele? Bien. Es lo único real que te queda.»
Su risa corta el aire, un sonido áspero y roto que no pertenece a alguien cuerdo. Es una carcajada que se arrastra desde lo profundo de su pecho, hasta desgarrarle la garganta. Las voces ríen con él, un eco que llena la estancia.
—Si esto es lo que soy… —Susurra mientras su mirada se pierde en el rojo que lo cubre todo.— Entonces... ¿Qué importa? Si me rindo… ¿Me dejaréis en paz?
Pero las voces no responden. Solo lo observan desde el fondo de su mente, como depredadores que han atrapado a su presa. Una pausa. Luego, el susurro regresa, más suave, más íntimo.
«No queremos dejarte. Nunca lo haremos. Somos tú. Y tú eres nosotros. Ahora… Sigue adelante.»
Sus pies vuelven a moverse, sus manos bajan, y esa sonrisa rota regresa a su rostro. No hay redención en sus ojos, solo resignación. Las voces han ganado esta noche. Y él camina con ellas, llevando el peso de su locura como una segunda piel, mientras el rojo lo envuelve todo a su alrededor.