En un escenario teñido de rojo, donde las sombras bailaban al compás, Cedric abrazaba lo que quedaba de su pasado: un esqueleto frágil, una memoria que se resistía a desvanecerse. Su mirada era dura, pero en el fondo de sus ojos descansaba una tristeza antigua, el peso de una promesa incumplida y la responsabilidad de un poder severamente peligroso.

El esqueleto, aunque inerte, parecía corresponder al gesto, sus huesos temblorosos aferrados al Cedric como un amante que no quiere dejar ir. La silueta de una figura oscura se proyectaba tras ellos, testigo de una historia perdida entre la muerte y el amor, entre la lealtad y el arrepentimiento.

Era un último vals en el borde de la eternidad, un recordatorio de que incluso los muertos jamas pueden ser olvidados, y que la soledad más profunda no reside en la ausencia, sino en la memoria que se niega a olvidar.

En un escenario teñido de rojo, donde las sombras bailaban al compás, Cedric abrazaba lo que quedaba de su pasado: un esqueleto frágil, una memoria que se resistía a desvanecerse. Su mirada era dura, pero en el fondo de sus ojos descansaba una tristeza antigua, el peso de una promesa incumplida y la responsabilidad de un poder severamente peligroso. El esqueleto, aunque inerte, parecía corresponder al gesto, sus huesos temblorosos aferrados al Cedric como un amante que no quiere dejar ir. La silueta de una figura oscura se proyectaba tras ellos, testigo de una historia perdida entre la muerte y el amor, entre la lealtad y el arrepentimiento. Era un último vals en el borde de la eternidad, un recordatorio de que incluso los muertos jamas pueden ser olvidados, y que la soledad más profunda no reside en la ausencia, sino en la memoria que se niega a olvidar.
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