๐‚๐ฎ๐ž๐ง๐ญ๐จ #๐Ÿ ๐๐ž "๐„๐ฅ ๐œ๐จ๐Ÿ๐ซ๐ž ๐๐ž ๐ก๐ข๐ฌ๐ญ๐จ๐ซ๐ข๐š๐ฌ ๐ฉ๐ซ๐จ๐ก๐ข๐›๐ข๐๐š๐ฌ."

๐‹๐š ๐๐š๐ฆ๐š ๐๐ž๐ฅ ๐ž๐ฌ๐ฉ๐ž๐ฃ๐จ ๐ฏ๐š๐œ๐ขฬ๐จ.

En una mansión olvidada, donde los corredores susurraban secretos a la luz de las velas, vivía una joven llamada Isolde. No tenía familia, solo un viejo espejo heredado que colgaba en el salón principal. Era un espejo peculiar, pues no reflejaba nada. Solo mostraba un vacío oscuro, como si su cristal mirara a un mundo distinto al nuestro.

A pesar de su extraña naturaleza, Isolde adoraba el espejo. Se sentaba frente a él durante horas, susurrándole sueños y deseos. “Si pudiera verte reflejarme,” decía, “quizás no me sentiría tan sola.”

Una noche, mientras las estrellas brillaban con un fulgor inusual, el espejo respondió. Primero fue un parpadeo, un brillo efímero en su superficie. Luego, una figura apareció. Era Isolde... pero no era ella. La imagen era un reflejo distorsionado, con ojos que carecían de vida y una sonrisa que no llegaba a su alma.

La voz de la imagen resonó en la habitación, suave como el terciopelo y fría como el mármol. “No estás sola, Isolde. Yo soy tú, y juntos podemos llenar este vacío.”

La joven, aterrada pero fascinada, extendió la mano hacia el cristal. En el instante en que sus dedos tocaron la superficie, el reflejo la tomó de la muñeca y tiró con fuerza. Isolde fue arrastrada al otro lado, dejando solo el vacío detrás.

Ahora, dicen que si encuentras un espejo que no refleja tu imagen, no te acerques demasiado. En la oscuridad, podría aparecer Isolde... o aquello en lo que se convirtió.
๐‚๐ฎ๐ž๐ง๐ญ๐จ #๐Ÿ ๐๐ž "๐„๐ฅ ๐œ๐จ๐Ÿ๐ซ๐ž ๐๐ž ๐ก๐ข๐ฌ๐ญ๐จ๐ซ๐ข๐š๐ฌ ๐ฉ๐ซ๐จ๐ก๐ข๐›๐ข๐๐š๐ฌ." ๐‹๐š ๐๐š๐ฆ๐š ๐๐ž๐ฅ ๐ž๐ฌ๐ฉ๐ž๐ฃ๐จ ๐ฏ๐š๐œ๐ขฬ๐จ. En una mansión olvidada, donde los corredores susurraban secretos a la luz de las velas, vivía una joven llamada Isolde. No tenía familia, solo un viejo espejo heredado que colgaba en el salón principal. Era un espejo peculiar, pues no reflejaba nada. Solo mostraba un vacío oscuro, como si su cristal mirara a un mundo distinto al nuestro. A pesar de su extraña naturaleza, Isolde adoraba el espejo. Se sentaba frente a él durante horas, susurrándole sueños y deseos. “Si pudiera verte reflejarme,” decía, “quizás no me sentiría tan sola.” Una noche, mientras las estrellas brillaban con un fulgor inusual, el espejo respondió. Primero fue un parpadeo, un brillo efímero en su superficie. Luego, una figura apareció. Era Isolde... pero no era ella. La imagen era un reflejo distorsionado, con ojos que carecían de vida y una sonrisa que no llegaba a su alma. La voz de la imagen resonó en la habitación, suave como el terciopelo y fría como el mármol. “No estás sola, Isolde. Yo soy tú, y juntos podemos llenar este vacío.” La joven, aterrada pero fascinada, extendió la mano hacia el cristal. En el instante en que sus dedos tocaron la superficie, el reflejo la tomó de la muñeca y tiró con fuerza. Isolde fue arrastrada al otro lado, dejando solo el vacío detrás. Ahora, dicen que si encuentras un espejo que no refleja tu imagen, no te acerques demasiado. En la oscuridad, podría aparecer Isolde... o aquello en lo que se convirtió.
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