«POV: Kafka»
Es difícil moverse, especialmente cuando te han golpeado varias veces en varias partes del cuerpo. Además de estar rodeado por un montón de gente, del tipo de personas que esperas encontrarte en el bajo mundo, deseosas de ver la sangre de los dos tontos a los que rodean.
Yo, Kafka, me convertí en un peleador clandestino. Una vez cumplida la mayoría de edad, cuando pasé a ser un joven adulto de dieciocho años, el orfanato donde crecí me dio una única salida: la calle misma, donde debía saber valerme por mí mismo o alguien más sabría cómo sacarme provecho.
Pero encontré un lugar; conocía a alguien que estaría dispuesto a darme techo e incluso trabajo: Ivan Boyka, un viejo amigo de la infancia que también fue huérfano. Claro que jamás pensé que terminaría aquí, en un bar de mala muerte, rodeado por una multitud de ebrios y drogadictos, peleando casi a muerte con un contrincante que me dobla en estatura; un maldito moreno, delgado pero entrenado, de un metro con ochenta centímetros de altura.
Estoy en desventaja; mi inexistente experiencia en combate me vuelve un blanco fácil de golpear, mi escaso entrenamiento de un mes y medio apenas me permite atajar uno que otro golpe, y mi estatura es una desventaja que él aprovecha para mantener la distancia.
Fue un mes y medio muy movido; dejé el orfanato, me mudé con Boyka al almacén abandonado donde vive, entrené para esta pelea y ahora me están dando un monumental paliza. Mi entrenamiento fue intenso, pero no era nada del otro mundo. Creo que ni siquiera fue decente; apenas me enseñaron lo básico para dar un buen puñetazo, lo más básico en patadas y algo de reflejos.
No me sorprende que, mientras pienso en esto, que no deja de darme vueltas en la cabeza, me hayan conectado una rodillazo en las costillas. Mi contrincante parece saber Muay Thai, lo digo porque reconozco la postura de una que otra película que vi. Yo, por otra parte, creo que calzaría en el estilo libre, si es que puede usarse de excusa para no decir que solo sé lanzar golpes rectos y patadas a la altura del torso.
No sé si habrá pasado un minuto o dos, no hay un reloj a la vista y no es como que me dieran oportunidad para mirar. Pero estoy más que seguro de que para mañana voy a quedar igualito a Chucky: una ceja cortada, labio inferior partido, ojo izquierdo hinchado, moretones en el torso y por debajo de las rodillas.
—¡Policía!
Y entre la eufórica, pero nada ebria, multitud que no paraba de gritar el nombre de mi oponente, "Spike", alguien gritó algo sumamente alarmante y, seguido de eso, el sonido de las sirenas le puso una inquietante pausa a todo el bar. Yo había volteado para ver qué pasaba, cosa de la que me arrepentí al instante, y cuando volví, mi oponente me esperaba con sus nudillos en mi cara. El muy inmundo me golpeó a traición. ¡N#gro de mierda!
No quedó absolutamente nadie; huyeron como gallinas cuando ven la puerta abierta. Todos salieron despavoridos, excepto los que estaban demasiado dopados como para hacerlo. Yo, por otro lado, también pude salir pero no corrí más lejos que un par de cuadras.
No hubo ganador, aunque era obvio que yo iba a perder. Me da curiosidad saber que hará Boyka, como mi representante, y el coach de ese bastardo de Spike. Por ahora solo puedo seguir ocultandome en este callejón y esperar a no terminar en cana.
Es difícil moverse, especialmente cuando te han golpeado varias veces en varias partes del cuerpo. Además de estar rodeado por un montón de gente, del tipo de personas que esperas encontrarte en el bajo mundo, deseosas de ver la sangre de los dos tontos a los que rodean.
Yo, Kafka, me convertí en un peleador clandestino. Una vez cumplida la mayoría de edad, cuando pasé a ser un joven adulto de dieciocho años, el orfanato donde crecí me dio una única salida: la calle misma, donde debía saber valerme por mí mismo o alguien más sabría cómo sacarme provecho.
Pero encontré un lugar; conocía a alguien que estaría dispuesto a darme techo e incluso trabajo: Ivan Boyka, un viejo amigo de la infancia que también fue huérfano. Claro que jamás pensé que terminaría aquí, en un bar de mala muerte, rodeado por una multitud de ebrios y drogadictos, peleando casi a muerte con un contrincante que me dobla en estatura; un maldito moreno, delgado pero entrenado, de un metro con ochenta centímetros de altura.
Estoy en desventaja; mi inexistente experiencia en combate me vuelve un blanco fácil de golpear, mi escaso entrenamiento de un mes y medio apenas me permite atajar uno que otro golpe, y mi estatura es una desventaja que él aprovecha para mantener la distancia.
Fue un mes y medio muy movido; dejé el orfanato, me mudé con Boyka al almacén abandonado donde vive, entrené para esta pelea y ahora me están dando un monumental paliza. Mi entrenamiento fue intenso, pero no era nada del otro mundo. Creo que ni siquiera fue decente; apenas me enseñaron lo básico para dar un buen puñetazo, lo más básico en patadas y algo de reflejos.
No me sorprende que, mientras pienso en esto, que no deja de darme vueltas en la cabeza, me hayan conectado una rodillazo en las costillas. Mi contrincante parece saber Muay Thai, lo digo porque reconozco la postura de una que otra película que vi. Yo, por otra parte, creo que calzaría en el estilo libre, si es que puede usarse de excusa para no decir que solo sé lanzar golpes rectos y patadas a la altura del torso.
No sé si habrá pasado un minuto o dos, no hay un reloj a la vista y no es como que me dieran oportunidad para mirar. Pero estoy más que seguro de que para mañana voy a quedar igualito a Chucky: una ceja cortada, labio inferior partido, ojo izquierdo hinchado, moretones en el torso y por debajo de las rodillas.
—¡Policía!
Y entre la eufórica, pero nada ebria, multitud que no paraba de gritar el nombre de mi oponente, "Spike", alguien gritó algo sumamente alarmante y, seguido de eso, el sonido de las sirenas le puso una inquietante pausa a todo el bar. Yo había volteado para ver qué pasaba, cosa de la que me arrepentí al instante, y cuando volví, mi oponente me esperaba con sus nudillos en mi cara. El muy inmundo me golpeó a traición. ¡N#gro de mierda!
No quedó absolutamente nadie; huyeron como gallinas cuando ven la puerta abierta. Todos salieron despavoridos, excepto los que estaban demasiado dopados como para hacerlo. Yo, por otro lado, también pude salir pero no corrí más lejos que un par de cuadras.
No hubo ganador, aunque era obvio que yo iba a perder. Me da curiosidad saber que hará Boyka, como mi representante, y el coach de ese bastardo de Spike. Por ahora solo puedo seguir ocultandome en este callejón y esperar a no terminar en cana.
«POV: Kafka»
Es difícil moverse, especialmente cuando te han golpeado varias veces en varias partes del cuerpo. Además de estar rodeado por un montón de gente, del tipo de personas que esperas encontrarte en el bajo mundo, deseosas de ver la sangre de los dos tontos a los que rodean.
Yo, Kafka, me convertí en un peleador clandestino. Una vez cumplida la mayoría de edad, cuando pasé a ser un joven adulto de dieciocho años, el orfanato donde crecí me dio una única salida: la calle misma, donde debía saber valerme por mí mismo o alguien más sabría cómo sacarme provecho.
Pero encontré un lugar; conocía a alguien que estaría dispuesto a darme techo e incluso trabajo: Ivan Boyka, un viejo amigo de la infancia que también fue huérfano. Claro que jamás pensé que terminaría aquí, en un bar de mala muerte, rodeado por una multitud de ebrios y drogadictos, peleando casi a muerte con un contrincante que me dobla en estatura; un maldito moreno, delgado pero entrenado, de un metro con ochenta centímetros de altura.
Estoy en desventaja; mi inexistente experiencia en combate me vuelve un blanco fácil de golpear, mi escaso entrenamiento de un mes y medio apenas me permite atajar uno que otro golpe, y mi estatura es una desventaja que él aprovecha para mantener la distancia.
Fue un mes y medio muy movido; dejé el orfanato, me mudé con Boyka al almacén abandonado donde vive, entrené para esta pelea y ahora me están dando un monumental paliza. Mi entrenamiento fue intenso, pero no era nada del otro mundo. Creo que ni siquiera fue decente; apenas me enseñaron lo básico para dar un buen puñetazo, lo más básico en patadas y algo de reflejos.
No me sorprende que, mientras pienso en esto, que no deja de darme vueltas en la cabeza, me hayan conectado una rodillazo en las costillas. Mi contrincante parece saber Muay Thai, lo digo porque reconozco la postura de una que otra película que vi. Yo, por otra parte, creo que calzaría en el estilo libre, si es que puede usarse de excusa para no decir que solo sé lanzar golpes rectos y patadas a la altura del torso.
No sé si habrá pasado un minuto o dos, no hay un reloj a la vista y no es como que me dieran oportunidad para mirar. Pero estoy más que seguro de que para mañana voy a quedar igualito a Chucky: una ceja cortada, labio inferior partido, ojo izquierdo hinchado, moretones en el torso y por debajo de las rodillas.
—¡Policía!
Y entre la eufórica, pero nada ebria, multitud que no paraba de gritar el nombre de mi oponente, "Spike", alguien gritó algo sumamente alarmante y, seguido de eso, el sonido de las sirenas le puso una inquietante pausa a todo el bar. Yo había volteado para ver qué pasaba, cosa de la que me arrepentí al instante, y cuando volví, mi oponente me esperaba con sus nudillos en mi cara. El muy inmundo me golpeó a traición. ¡N#gro de mierda!
No quedó absolutamente nadie; huyeron como gallinas cuando ven la puerta abierta. Todos salieron despavoridos, excepto los que estaban demasiado dopados como para hacerlo. Yo, por otro lado, también pude salir pero no corrí más lejos que un par de cuadras.
No hubo ganador, aunque era obvio que yo iba a perder. Me da curiosidad saber que hará Boyka, como mi representante, y el coach de ese bastardo de Spike. Por ahora solo puedo seguir ocultandome en este callejón y esperar a no terminar en cana.