Cena incomoda y controlada
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Era una noche tranquila en el restaurante, el ambiente cálido con luces suaves que iluminaban los pequeños detalles de la decoración. Agatha se encontraba sentada en una mesa elegante, ajustando con sutileza su colgante favorito, un regalo de su madre que, sin saberlo, albergaba una pequeña cámara instalada por Ryo, su leal guardaespaldas. Aunque Agatha nunca había hablado de estas citas, sus amigas habían insistido en organizarla, y algo en su interior le decía que había sido una mala idea no haberle mencionado nada a Ryo. "Solo será una cena", pensaba, intentando calmar su conciencia.

Un mes de planes para hacer algo distinto, algo "divertido", y sus amigas lo habían convencido. Lo que Agatha no sabía era que Ryo había decidido ser cauteloso y no dejarla ir sin estar cerca de alguna forma, aunque no se lo hubiera dicho.

De repente, el hombre llegó: Sebastian, alto, con una sonrisa arrogante y el aire de alguien que siempre se cree el centro de atención. Su paso firme resonó al acercarse, y Agatha se sintió instantáneamente incómoda.

—Agatha —dijo con un tono altanero, extendiendo la mano—. Encantado de verte por fin fuera de tus... quehaceres domésticos. Me imaginaba que ser ama de llaves no te dejaría tanto tiempo libre.

Agatha forzó una sonrisa, el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir. Había algo en su tono que la hizo sentir algo pequeña.

—Encantada, Sebastian —respondió, estrechando su mano brevemente y, a pesar de la sensación de incomodidad, haciendo todo lo posible por mantener la calma.

Se sentaron, y él comenzó a hablar sin cesar sobre sus logros y las fiestas en las que había estado, como si quisiera demostrarle que su vida era mucho más interesante que la de ella. Agatha trató de no sentirse abrumada. Ella no tenía mucho que compartir sobre grandes fiestas o viajes lujosos, solo su tranquila vida de trabajo en casa y su pequeño círculo de amigos.

Mientras el camarero servía el vino, él comenzó a hablar más sobre sí mismo, con una sonrisa burlona.

—Siempre he pensado que las mujeres que trabajan en la casa son bastante... limitadas —comentó, tomando un sorbo de su copa, mirando a Agatha con una mezcla de curiosidad y desdén—. Aunque, claro, debe ser interesante ver cómo se pueden organizar tantas cosas al mismo tiempo. ¿No te resulta aburrido? ¿Todo el tiempo con las mismas rutinas?

Agatha sintió una leve punzada de incomodidad, pero decidió mantener la calma. La pequeña mentira que se había dicho a sí misma se reafirmó: "Solo es una cena."

—Bueno, mi trabajo tiene sus retos —respondió, procurando no sonar defensiva. Miró la copa de vino antes de dar un sorbo, sintiendo la presión de mantener una conversación normal a pesar de la creciente incomodidad.

—Sí, claro —dijo él, levantando una ceja con una sonrisa presuntuosa—. Pero, en serio, ¿cómo te las arreglas para no aburrirte? Debe ser una vida monótona, ¿no? —Se recostó en la silla, observándola con esa mirada superior que parecía evaluar cada palabra que ella decía—. ¿Algún pasatiempo interesante fuera de limpiar?

El comentario le golpeó, y Agatha sintió un leve calor en sus mejillas. Sin embargo, no quería que él notara lo que realmente pensaba.

—No todo es tan... limitado, como lo ves. Los pequeños detalles tienen su valor —respondió con suavidad, pero sin perder el control.

—¿Pequeños detalles? —se rió él, negando con la cabeza de forma despectiva—. No sé, Agatha, parece que has invertido tu vida en una ocupación... algo mediocre. No puedo imaginarme perdiendo el tiempo con algo tan trivial.

El tono de Sebastian comenzó a volverse más directo, casi desafiante. Agatha, aunque algo alterada por sus palabras, trató de mantenerse serena. La incomodidad se intensificaba con cada palabra.

—¿Sabes? A veces me pregunto qué pasaría si fueras un poco más... abierta con tus... pasatiempos. Tal vez una vida menos... reservada podría ser más... satisfactoria.

La cercanía de su mirada la hizo sentir aún más incómoda. La inclinación hacia ella no era casual, y Agatha empezó a percibir que él no solo estaba hablando de su trabajo, sino también de su vida personal.

—Creo que prefiero disfrutar de las cosas sencillas —respondió con voz firme, sin saber cómo defenderse sin sonar arrogante, mientras intentaba alejar su silla un poco.

—¿Sencillas? —insistió él, acercándose un poco más, su tono volviéndose más atrevido—. Agatha, por favor, no te pongas tan... recatada. Estoy seguro de que hay mucho más en ti que un trabajo aburrido y tu vida en esta... casa. Tal vez me equivoqué contigo.

De repente, ella sintió que el ambiente se volvía pesado, como si no pudiera respirar correctamente. El tono de él, su mirada invasiva, todo eso la hacía sentir vulnerable. Agatha tenía la sensación de que algo no iba bien, pero no quería ser grosera ni levantar sospechas. Aunque en el fondo deseaba poder salir corriendo, se obligó a mantenerse en su lugar.

El peso del colgante sobre su cuello comenzó a sentirse cada vez más pesado, pero no lo pensó mucho. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que la cámara dentro de él estaba transmitiendo en vivo a Ryo, quien observaba la escena con creciente preocupación desde su posición cercana en otro lugar.

Agatha, forzando una sonrisa, trató de poner fin a la velada de la manera más educada posible.

—Creo que es mejor que dejemos esto aquí, Sebastian —dijo, poniendo su copa con delicadeza sobre la mesa. La incomodidad se notaba claramente en su rostro.

Sebastian frunció el ceño, desconcertado por su repentina frialdad.

—¿Qué? ¿Ya te vas? Pero si apenas hemos comenzado.

Agatha se levantó lentamente, evitando su mirada. Su corazón latía más rápido que nunca.

—Creo que me ha dado suficiente... compañía por esta noche —respondió, sus palabras saliendo con una firmeza que no sentía realmente. Necesitaba irse, y lo sabía.

Un silencio incómodo se apoderó de la mesa mientras ella se retiraba, deseando no haber tenido que lidiar con esta situación. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar exactamente qué. La sensación de que algo la observaba, como si estuviera siendo vigilada, la hizo sentirse aún más incómoda.

Cuando salió del restaurante, la pequeña mentira que se decía a sí misma resonaba una vez más: "Solo era una cena."

Agatha se levantó de la mesa con rapidez, su corazón latiendo más fuerte de lo que había imaginado. Sin mirarlo directamente, comenzó a caminar hacia la salida, intentando mantener la compostura. La incomodidad de la conversación, la presión de sus palabras y la actitud invasiva de Sebastian la habían dejado agotada, y solo deseaba llegar a su coche, alejarse de esa situación.

Pero antes de que pudiera llegar al umbral de la puerta, escuchó sus pasos detrás de ella. Sebastian la había seguido.

—¡Agatha! —llamó con tono alto, casi desafiante, mientras se acercaba rápidamente. —¿Ya te vas? ¿A dónde crees que vas tan pronto? La noche apenas ha comenzado, y ni siquiera has probado el plato principal. No puedes irte así.

Agatha detuvo su paso en seco, sintiendo la presión de su presencia detrás de ella. Giró lentamente, intentando mostrar calma, aunque su estómago estaba revuelto.

—Creo que ya he tenido suficiente —dijo, su voz más firme de lo que se sentía. Mantuvo la mirada baja, evitando que él pudiera ver la ansiedad que empezaba a brotar.

Sebastian sonrió, pero no con la amabilidad que había pretendido al principio. Era una sonrisa burlona, llena de presunción.

—¿De verdad crees que puedes irte así, sin más? No me hagas esto, Agatha. Sé que tú y yo podemos... disfrutar mucho más de esta noche. Lo que no te he mostrado aún puede interesarte, créeme. Hay tantas cosas que podríamos compartir.

El tono con el que lo decía era tan insistente que Agatha sintió una corriente fría recorrer su espalda. Se estaba acercando más de lo que debería, demasiado cerca.

—Te lo agradezco, pero... no estoy interesada —respondió, casi sin aliento, con la voz temblando un poco. La sensación de incomodidad se transformaba rápidamente en algo más angustiante, un nudo en su estómago que le impedía moverse con total libertad.

Sebastian, sin embargo, no parecía dispuesto a rendirse. Dio un paso más hacia ella, tocando levemente su brazo con una mano.

—Es solo una cena, Agatha. No te hagas la difícil.

Pero Agatha, asustada y repentinamente decidida, retrocedió un paso, alejándose de su toque. La última chispa de su cordura se encendió en ese instante.

—Déjame ir, Sebastian. No quiero seguir con esto —dijo con firmeza, sin dejar que su miedo la dominara completamente. La puerta del restaurante estaba tan cerca, y con ella, la oportunidad de escapar de esa situación incómoda.

Sin embargo, antes de que pudiera dar otro paso, escuchó la puerta abrirse rápidamente. El sonido de unos pasos firmes acercándose la hizo girarse, y en ese momento vio a un hombre, su figura imponente y el rostro tan tranquilo como peligroso, salir del restaurante. Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la postura firme y segura de quien se acercaba, pero no estaba segura de quién era.

Sebastian se detuvo al instante al ver la mirada penetrante del hombre, que lo observaba con calma, como si evaluara la situación. No hubo palabras, pero el aire cambió, y la tensión entre los tres se palpaba. El desconocido se mantuvo en silencio, simplemente de pie a un lado de Agatha, vigilando a Sebastian con una quietud que no dejaba lugar a dudas.

Sebastian, incómodo, miró al hombre una vez más, luego a Agatha, y finalmente, dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición. Con una última mirada cargada de frustración, dio media vuelta y se alejó rápidamente, sin decir una palabra.

Agatha permaneció en silencio, el alivio llegando en oleadas mientras veía cómo Sebastian se alejaba. El hombre que había intervenido no se movió, pero Agatha sintió su presencia como una barrera protectora entre ella y la amenaza que había sido la cita.

Después de unos momentos, el hombre hizo un leve gesto hacia ella, indicando que podía irse. Agatha, aún con el corazón acelerado, asintió con una mirada agradecida. Sin palabras, comenzó a caminar hacia la salida, y él la siguió de cerca, manteniendo su paso tranquilo y seguro.
Era una noche tranquila en el restaurante, el ambiente cálido con luces suaves que iluminaban los pequeños detalles de la decoración. Agatha se encontraba sentada en una mesa elegante, ajustando con sutileza su colgante favorito, un regalo de su madre que, sin saberlo, albergaba una pequeña cámara instalada por Ryo, su leal guardaespaldas. Aunque Agatha nunca había hablado de estas citas, sus amigas habían insistido en organizarla, y algo en su interior le decía que había sido una mala idea no haberle mencionado nada a Ryo. "Solo será una cena", pensaba, intentando calmar su conciencia. Un mes de planes para hacer algo distinto, algo "divertido", y sus amigas lo habían convencido. Lo que Agatha no sabía era que Ryo había decidido ser cauteloso y no dejarla ir sin estar cerca de alguna forma, aunque no se lo hubiera dicho. De repente, el hombre llegó: Sebastian, alto, con una sonrisa arrogante y el aire de alguien que siempre se cree el centro de atención. Su paso firme resonó al acercarse, y Agatha se sintió instantáneamente incómoda. —Agatha —dijo con un tono altanero, extendiendo la mano—. Encantado de verte por fin fuera de tus... quehaceres domésticos. Me imaginaba que ser ama de llaves no te dejaría tanto tiempo libre. Agatha forzó una sonrisa, el corazón latiendo más rápido de lo que le gustaría admitir. Había algo en su tono que la hizo sentir algo pequeña. —Encantada, Sebastian —respondió, estrechando su mano brevemente y, a pesar de la sensación de incomodidad, haciendo todo lo posible por mantener la calma. Se sentaron, y él comenzó a hablar sin cesar sobre sus logros y las fiestas en las que había estado, como si quisiera demostrarle que su vida era mucho más interesante que la de ella. Agatha trató de no sentirse abrumada. Ella no tenía mucho que compartir sobre grandes fiestas o viajes lujosos, solo su tranquila vida de trabajo en casa y su pequeño círculo de amigos. Mientras el camarero servía el vino, él comenzó a hablar más sobre sí mismo, con una sonrisa burlona. —Siempre he pensado que las mujeres que trabajan en la casa son bastante... limitadas —comentó, tomando un sorbo de su copa, mirando a Agatha con una mezcla de curiosidad y desdén—. Aunque, claro, debe ser interesante ver cómo se pueden organizar tantas cosas al mismo tiempo. ¿No te resulta aburrido? ¿Todo el tiempo con las mismas rutinas? Agatha sintió una leve punzada de incomodidad, pero decidió mantener la calma. La pequeña mentira que se había dicho a sí misma se reafirmó: "Solo es una cena." —Bueno, mi trabajo tiene sus retos —respondió, procurando no sonar defensiva. Miró la copa de vino antes de dar un sorbo, sintiendo la presión de mantener una conversación normal a pesar de la creciente incomodidad. —Sí, claro —dijo él, levantando una ceja con una sonrisa presuntuosa—. Pero, en serio, ¿cómo te las arreglas para no aburrirte? Debe ser una vida monótona, ¿no? —Se recostó en la silla, observándola con esa mirada superior que parecía evaluar cada palabra que ella decía—. ¿Algún pasatiempo interesante fuera de limpiar? El comentario le golpeó, y Agatha sintió un leve calor en sus mejillas. Sin embargo, no quería que él notara lo que realmente pensaba. —No todo es tan... limitado, como lo ves. Los pequeños detalles tienen su valor —respondió con suavidad, pero sin perder el control. —¿Pequeños detalles? —se rió él, negando con la cabeza de forma despectiva—. No sé, Agatha, parece que has invertido tu vida en una ocupación... algo mediocre. No puedo imaginarme perdiendo el tiempo con algo tan trivial. El tono de Sebastian comenzó a volverse más directo, casi desafiante. Agatha, aunque algo alterada por sus palabras, trató de mantenerse serena. La incomodidad se intensificaba con cada palabra. —¿Sabes? A veces me pregunto qué pasaría si fueras un poco más... abierta con tus... pasatiempos. Tal vez una vida menos... reservada podría ser más... satisfactoria. La cercanía de su mirada la hizo sentir aún más incómoda. La inclinación hacia ella no era casual, y Agatha empezó a percibir que él no solo estaba hablando de su trabajo, sino también de su vida personal. —Creo que prefiero disfrutar de las cosas sencillas —respondió con voz firme, sin saber cómo defenderse sin sonar arrogante, mientras intentaba alejar su silla un poco. —¿Sencillas? —insistió él, acercándose un poco más, su tono volviéndose más atrevido—. Agatha, por favor, no te pongas tan... recatada. Estoy seguro de que hay mucho más en ti que un trabajo aburrido y tu vida en esta... casa. Tal vez me equivoqué contigo. De repente, ella sintió que el ambiente se volvía pesado, como si no pudiera respirar correctamente. El tono de él, su mirada invasiva, todo eso la hacía sentir vulnerable. Agatha tenía la sensación de que algo no iba bien, pero no quería ser grosera ni levantar sospechas. Aunque en el fondo deseaba poder salir corriendo, se obligó a mantenerse en su lugar. El peso del colgante sobre su cuello comenzó a sentirse cada vez más pesado, pero no lo pensó mucho. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que la cámara dentro de él estaba transmitiendo en vivo a Ryo, quien observaba la escena con creciente preocupación desde su posición cercana en otro lugar. Agatha, forzando una sonrisa, trató de poner fin a la velada de la manera más educada posible. —Creo que es mejor que dejemos esto aquí, Sebastian —dijo, poniendo su copa con delicadeza sobre la mesa. La incomodidad se notaba claramente en su rostro. Sebastian frunció el ceño, desconcertado por su repentina frialdad. —¿Qué? ¿Ya te vas? Pero si apenas hemos comenzado. Agatha se levantó lentamente, evitando su mirada. Su corazón latía más rápido que nunca. —Creo que me ha dado suficiente... compañía por esta noche —respondió, sus palabras saliendo con una firmeza que no sentía realmente. Necesitaba irse, y lo sabía. Un silencio incómodo se apoderó de la mesa mientras ella se retiraba, deseando no haber tenido que lidiar con esta situación. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar exactamente qué. La sensación de que algo la observaba, como si estuviera siendo vigilada, la hizo sentirse aún más incómoda. Cuando salió del restaurante, la pequeña mentira que se decía a sí misma resonaba una vez más: "Solo era una cena." Agatha se levantó de la mesa con rapidez, su corazón latiendo más fuerte de lo que había imaginado. Sin mirarlo directamente, comenzó a caminar hacia la salida, intentando mantener la compostura. La incomodidad de la conversación, la presión de sus palabras y la actitud invasiva de Sebastian la habían dejado agotada, y solo deseaba llegar a su coche, alejarse de esa situación. Pero antes de que pudiera llegar al umbral de la puerta, escuchó sus pasos detrás de ella. Sebastian la había seguido. —¡Agatha! —llamó con tono alto, casi desafiante, mientras se acercaba rápidamente. —¿Ya te vas? ¿A dónde crees que vas tan pronto? La noche apenas ha comenzado, y ni siquiera has probado el plato principal. No puedes irte así. Agatha detuvo su paso en seco, sintiendo la presión de su presencia detrás de ella. Giró lentamente, intentando mostrar calma, aunque su estómago estaba revuelto. —Creo que ya he tenido suficiente —dijo, su voz más firme de lo que se sentía. Mantuvo la mirada baja, evitando que él pudiera ver la ansiedad que empezaba a brotar. Sebastian sonrió, pero no con la amabilidad que había pretendido al principio. Era una sonrisa burlona, llena de presunción. —¿De verdad crees que puedes irte así, sin más? No me hagas esto, Agatha. Sé que tú y yo podemos... disfrutar mucho más de esta noche. Lo que no te he mostrado aún puede interesarte, créeme. Hay tantas cosas que podríamos compartir. El tono con el que lo decía era tan insistente que Agatha sintió una corriente fría recorrer su espalda. Se estaba acercando más de lo que debería, demasiado cerca. —Te lo agradezco, pero... no estoy interesada —respondió, casi sin aliento, con la voz temblando un poco. La sensación de incomodidad se transformaba rápidamente en algo más angustiante, un nudo en su estómago que le impedía moverse con total libertad. Sebastian, sin embargo, no parecía dispuesto a rendirse. Dio un paso más hacia ella, tocando levemente su brazo con una mano. —Es solo una cena, Agatha. No te hagas la difícil. Pero Agatha, asustada y repentinamente decidida, retrocedió un paso, alejándose de su toque. La última chispa de su cordura se encendió en ese instante. —Déjame ir, Sebastian. No quiero seguir con esto —dijo con firmeza, sin dejar que su miedo la dominara completamente. La puerta del restaurante estaba tan cerca, y con ella, la oportunidad de escapar de esa situación incómoda. Sin embargo, antes de que pudiera dar otro paso, escuchó la puerta abrirse rápidamente. El sonido de unos pasos firmes acercándose la hizo girarse, y en ese momento vio a un hombre, su figura imponente y el rostro tan tranquilo como peligroso, salir del restaurante. Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la postura firme y segura de quien se acercaba, pero no estaba segura de quién era. Sebastian se detuvo al instante al ver la mirada penetrante del hombre, que lo observaba con calma, como si evaluara la situación. No hubo palabras, pero el aire cambió, y la tensión entre los tres se palpaba. El desconocido se mantuvo en silencio, simplemente de pie a un lado de Agatha, vigilando a Sebastian con una quietud que no dejaba lugar a dudas. Sebastian, incómodo, miró al hombre una vez más, luego a Agatha, y finalmente, dio un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición. Con una última mirada cargada de frustración, dio media vuelta y se alejó rápidamente, sin decir una palabra. Agatha permaneció en silencio, el alivio llegando en oleadas mientras veía cómo Sebastian se alejaba. El hombre que había intervenido no se movió, pero Agatha sintió su presencia como una barrera protectora entre ella y la amenaza que había sido la cita. Después de unos momentos, el hombre hizo un leve gesto hacia ella, indicando que podía irse. Agatha, aún con el corazón acelerado, asintió con una mirada agradecida. Sin palabras, comenzó a caminar hacia la salida, y él la siguió de cerca, manteniendo su paso tranquilo y seguro.
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