Su alma fue apresada por las oscuras cadenas de la silueta negra, que la sujetaban desde el cuello de su figura blanca. Los espectros que habían atormentado a Kafka, recordándole incansablemente sus atroces actos, observaron en silencio cómo un completo desconocido estaba a punto de cobrar la venganza y la justicia que ellos deberían estar cobrando. El muchacho comenzó a fragmentarse bajo la presión de los eslabones oscuros, hasta que se desmoronó en una montaña de polvo.
...
Los movimientos del pseudo wendigo cesaron, quedó completamente paralizado. Pronto los colores de su cuerpo fueron desapareciendo hasta dejarlo en un tono tan negro como una noche perpetua. Lo escuché crujir, era su cuerpo contrayéndose ante una involuntaria petrificacion.
El intimidante monstruo que cazamos, reducido a piel seca y huesos anormalmente grandes. No había mucho que rescatar, su alma quedó en añicos y su cuerpo está aún peor. No había nada más que hacer, aquí terminó mi búsqueda y culminó de una forma anticlimatica.
Ya había dado la vuelta, estaba más que dispuesto a caminar hasta el pueblo más cercano a ahogarme en alcohol y estafar a los borrachos que me cruzara. Pero la ventisca helada chocó contra mi espalda, mientras arrastraba algo más que los susurros de los árboles; jadeos, tan leves, carentes de fuerza, que provenían de pocos metros atrás de mí.
Una vez más volteé a ver al Wendigo, a la bestia que yacía en posición fetal sobre la blancura helada de la nieve. Su pecho cruje, se desmorona lentamente, deja caer escombros azabaches de su piel negra y deja a la vista al culpable.
—... Vete al carajo. —Exclamé, totalmente sacado de onda ante la escena bizarra que se desarrolla ante mis ojos.
Un pequeño bulto rojizo sobresalió entre el paisaje blanco y el cuerpo negro; era una mano, pequeña, viscosa y rojiza. Poco tiempo después el viento volvió a arrastrar copos de nieve, el susurro de los árboles, junto al llanto de un bebé.
...
Los movimientos del pseudo wendigo cesaron, quedó completamente paralizado. Pronto los colores de su cuerpo fueron desapareciendo hasta dejarlo en un tono tan negro como una noche perpetua. Lo escuché crujir, era su cuerpo contrayéndose ante una involuntaria petrificacion.
El intimidante monstruo que cazamos, reducido a piel seca y huesos anormalmente grandes. No había mucho que rescatar, su alma quedó en añicos y su cuerpo está aún peor. No había nada más que hacer, aquí terminó mi búsqueda y culminó de una forma anticlimatica.
Ya había dado la vuelta, estaba más que dispuesto a caminar hasta el pueblo más cercano a ahogarme en alcohol y estafar a los borrachos que me cruzara. Pero la ventisca helada chocó contra mi espalda, mientras arrastraba algo más que los susurros de los árboles; jadeos, tan leves, carentes de fuerza, que provenían de pocos metros atrás de mí.
Una vez más volteé a ver al Wendigo, a la bestia que yacía en posición fetal sobre la blancura helada de la nieve. Su pecho cruje, se desmorona lentamente, deja caer escombros azabaches de su piel negra y deja a la vista al culpable.
—... Vete al carajo. —Exclamé, totalmente sacado de onda ante la escena bizarra que se desarrolla ante mis ojos.
Un pequeño bulto rojizo sobresalió entre el paisaje blanco y el cuerpo negro; era una mano, pequeña, viscosa y rojiza. Poco tiempo después el viento volvió a arrastrar copos de nieve, el susurro de los árboles, junto al llanto de un bebé.
Su alma fue apresada por las oscuras cadenas de la silueta negra, que la sujetaban desde el cuello de su figura blanca. Los espectros que habían atormentado a Kafka, recordándole incansablemente sus atroces actos, observaron en silencio cómo un completo desconocido estaba a punto de cobrar la venganza y la justicia que ellos deberían estar cobrando. El muchacho comenzó a fragmentarse bajo la presión de los eslabones oscuros, hasta que se desmoronó en una montaña de polvo.
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Los movimientos del pseudo wendigo cesaron, quedó completamente paralizado. Pronto los colores de su cuerpo fueron desapareciendo hasta dejarlo en un tono tan negro como una noche perpetua. Lo escuché crujir, era su cuerpo contrayéndose ante una involuntaria petrificacion.
El intimidante monstruo que cazamos, reducido a piel seca y huesos anormalmente grandes. No había mucho que rescatar, su alma quedó en añicos y su cuerpo está aún peor. No había nada más que hacer, aquí terminó mi búsqueda y culminó de una forma anticlimatica.
Ya había dado la vuelta, estaba más que dispuesto a caminar hasta el pueblo más cercano a ahogarme en alcohol y estafar a los borrachos que me cruzara. Pero la ventisca helada chocó contra mi espalda, mientras arrastraba algo más que los susurros de los árboles; jadeos, tan leves, carentes de fuerza, que provenían de pocos metros atrás de mí.
Una vez más volteé a ver al Wendigo, a la bestia que yacía en posición fetal sobre la blancura helada de la nieve. Su pecho cruje, se desmorona lentamente, deja caer escombros azabaches de su piel negra y deja a la vista al culpable.
—... Vete al carajo. —Exclamé, totalmente sacado de onda ante la escena bizarra que se desarrolla ante mis ojos.
Un pequeño bulto rojizo sobresalió entre el paisaje blanco y el cuerpo negro; era una mano, pequeña, viscosa y rojiza. Poco tiempo después el viento volvió a arrastrar copos de nieve, el susurro de los árboles, junto al llanto de un bebé.