"饾暯饾枈饾枅饾枤饾枈饾枟饾枆饾枖饾枠 饾枆饾枈 饾枤饾枔 饾枀饾枖饾枟饾枟饾枖" (Recuerdos pasados de Kazuo).
La primera vez que Kazuo acompañó a sus padres al poblado más cercano para comerciar con sus cultivos, se convirtió en un auténtico espectáculo para quienes lo veían.
Era hermoso... una belleza casi irreal, etérea. Era imposible no fijarse en él y en sus deslumbrantes ojos lapislázuli, algo totalmente fuera de lo común. Por suerte, habían conseguido teñir su cabello lo suficientemente bien como para que no luciera del color de la luna. Eso sí que habría sido demasiado llamativo.
Cuando los Aihara eran interrogados sobre la procedencia del joven apuesto que les acompañaba, respondían que era el hijo de una prima, cuyos padres habían fallecido en la cruel guerra. Habían decidido acogerlo como propio. Kazuo permanecía en silencio; sus padres sabían lo que hacían. Su mutismo era justificado por su madre como una muestra de timidez, resultado de las penurias sufridas durante la guerra. Lo que nadie sabía era que Kazuo aún no dominaba del todo el idioma humano, y por eso prefería callar.
No era un niño, y su llegada no pasó desapercibida. Mientras los Aihara vendían sus productos, no dejaban de llegar jóvenes en edad de casarse, acompañadas de sus madres. Estas se demoraban en la compra, buscando cualquier excusa para preguntar por el estado civil del joven. Las muchachas, ocultas tras abanicos, lanzaban miradas seductoras con fingida timidez, mientras Kazuo, avergonzado por tanta atención, desviaba la mirada. Parecía no importar que los Aihara no tuvieran un gran estatus social; la belleza de Kazuo era suficiente para que incluso familias de alta alcurnia mostraran interés.
Sin embargo, para sorpresa de todos, sus padres no se aprovechaban de la situación. No presionaban a Kazuo en absoluto. Eran humildes y, aun así, no buscaban escalar posiciones sociales. Eran felices con su vida actual.
Para Aihara Reina, la madre de Kazuo, él era un regalo de los dioses. Una bendición para su familia. Al igual que con sus otros dos hijos, solo deseaba su felicidad. No pensaba usar la belleza del joven como moneda de cambio para obtener beneficios. Tenía claro que el futuro de Kazuo sería decidido únicamente por él.
Aquellas visitas al poblado ayudaron al joven zorro a entender más sobre la sociedad que lo rodeaba. Observando, aprendió a convivir, hablar, comportarse con propiedad y mostrar respeto. Pronto fue capaz de atender con soltura el puesto donde sus padres vendían las cosechas de su pequeño campo, convirtiéndose en la atracción principal del mercado. Todo el mundo quería ver al joven bendecido con los ojos del color del cielo.
La primera vez que Kazuo acompañó a sus padres al poblado más cercano para comerciar con sus cultivos, se convirtió en un auténtico espectáculo para quienes lo veían.
Era hermoso... una belleza casi irreal, etérea. Era imposible no fijarse en él y en sus deslumbrantes ojos lapislázuli, algo totalmente fuera de lo común. Por suerte, habían conseguido teñir su cabello lo suficientemente bien como para que no luciera del color de la luna. Eso sí que habría sido demasiado llamativo.
Cuando los Aihara eran interrogados sobre la procedencia del joven apuesto que les acompañaba, respondían que era el hijo de una prima, cuyos padres habían fallecido en la cruel guerra. Habían decidido acogerlo como propio. Kazuo permanecía en silencio; sus padres sabían lo que hacían. Su mutismo era justificado por su madre como una muestra de timidez, resultado de las penurias sufridas durante la guerra. Lo que nadie sabía era que Kazuo aún no dominaba del todo el idioma humano, y por eso prefería callar.
No era un niño, y su llegada no pasó desapercibida. Mientras los Aihara vendían sus productos, no dejaban de llegar jóvenes en edad de casarse, acompañadas de sus madres. Estas se demoraban en la compra, buscando cualquier excusa para preguntar por el estado civil del joven. Las muchachas, ocultas tras abanicos, lanzaban miradas seductoras con fingida timidez, mientras Kazuo, avergonzado por tanta atención, desviaba la mirada. Parecía no importar que los Aihara no tuvieran un gran estatus social; la belleza de Kazuo era suficiente para que incluso familias de alta alcurnia mostraran interés.
Sin embargo, para sorpresa de todos, sus padres no se aprovechaban de la situación. No presionaban a Kazuo en absoluto. Eran humildes y, aun así, no buscaban escalar posiciones sociales. Eran felices con su vida actual.
Para Aihara Reina, la madre de Kazuo, él era un regalo de los dioses. Una bendición para su familia. Al igual que con sus otros dos hijos, solo deseaba su felicidad. No pensaba usar la belleza del joven como moneda de cambio para obtener beneficios. Tenía claro que el futuro de Kazuo sería decidido únicamente por él.
Aquellas visitas al poblado ayudaron al joven zorro a entender más sobre la sociedad que lo rodeaba. Observando, aprendió a convivir, hablar, comportarse con propiedad y mostrar respeto. Pronto fue capaz de atender con soltura el puesto donde sus padres vendían las cosechas de su pequeño campo, convirtiéndose en la atracción principal del mercado. Todo el mundo quería ver al joven bendecido con los ojos del color del cielo.
"饾暯饾枈饾枅饾枤饾枈饾枟饾枆饾枖饾枠 饾枆饾枈 饾枤饾枔 饾枀饾枖饾枟饾枟饾枖" (Recuerdos pasados de Kazuo).
La primera vez que Kazuo acompañó a sus padres al poblado más cercano para comerciar con sus cultivos, se convirtió en un auténtico espectáculo para quienes lo veían.
Era hermoso... una belleza casi irreal, etérea. Era imposible no fijarse en él y en sus deslumbrantes ojos lapislázuli, algo totalmente fuera de lo común. Por suerte, habían conseguido teñir su cabello lo suficientemente bien como para que no luciera del color de la luna. Eso sí que habría sido demasiado llamativo.
Cuando los Aihara eran interrogados sobre la procedencia del joven apuesto que les acompañaba, respondían que era el hijo de una prima, cuyos padres habían fallecido en la cruel guerra. Habían decidido acogerlo como propio. Kazuo permanecía en silencio; sus padres sabían lo que hacían. Su mutismo era justificado por su madre como una muestra de timidez, resultado de las penurias sufridas durante la guerra. Lo que nadie sabía era que Kazuo aún no dominaba del todo el idioma humano, y por eso prefería callar.
No era un niño, y su llegada no pasó desapercibida. Mientras los Aihara vendían sus productos, no dejaban de llegar jóvenes en edad de casarse, acompañadas de sus madres. Estas se demoraban en la compra, buscando cualquier excusa para preguntar por el estado civil del joven. Las muchachas, ocultas tras abanicos, lanzaban miradas seductoras con fingida timidez, mientras Kazuo, avergonzado por tanta atención, desviaba la mirada. Parecía no importar que los Aihara no tuvieran un gran estatus social; la belleza de Kazuo era suficiente para que incluso familias de alta alcurnia mostraran interés.
Sin embargo, para sorpresa de todos, sus padres no se aprovechaban de la situación. No presionaban a Kazuo en absoluto. Eran humildes y, aun así, no buscaban escalar posiciones sociales. Eran felices con su vida actual.
Para Aihara Reina, la madre de Kazuo, él era un regalo de los dioses. Una bendición para su familia. Al igual que con sus otros dos hijos, solo deseaba su felicidad. No pensaba usar la belleza del joven como moneda de cambio para obtener beneficios. Tenía claro que el futuro de Kazuo sería decidido únicamente por él.
Aquellas visitas al poblado ayudaron al joven zorro a entender más sobre la sociedad que lo rodeaba. Observando, aprendió a convivir, hablar, comportarse con propiedad y mostrar respeto. Pronto fue capaz de atender con soltura el puesto donde sus padres vendían las cosechas de su pequeño campo, convirtiéndose en la atracción principal del mercado. Todo el mundo quería ver al joven bendecido con los ojos del color del cielo.