Ya no puedo distinguir el mundo real, del páramo blanco en el que estoy.

Recuerdo que la primera vez pensé que se trataba de un sueño. Pero ahora, con los susurros zumbando en mis oídos, no estoy seguro, bien podría ser una treta de mi mente fragmentada o tal vez se trata de mi infierno personal.

—¿A qué viniste?

Ante mi apareció una figura, una silueta oscura que carga gruesas y pesadas cadenas enredadas en sus manos. Levanté la cabeza para poder ver su rostro, pero allí solo encontré un par de relucientes orbes dorados, una mirada rebosante de ego y corroída por la malicia.

...

Sigo deambulando por este maldito bosque, acompañado por el constante roce del viento helado en mi cara y el crujir de la nieve bajo mis botas. Los rugidos desaparecieron, cosa que solo me generó preocupación. No he vuelto ver rastros de sangre, huellas en la nieve o árboles caídos, solamente una que otra marca de arañazos en los troncos de los pinos.

—Tal vez... No es por aquí... ¿A donde carajo fui a parar?

Me preocupé un poco menos que antes, solamente para estresarme y ponerme ansioso. Me perdí al intentar seguir a ese mendigo brujo, y seguramente a él le importó un bledo.

Mis quejas se vieron interrumpidas, pude sentir el abrazo del frío directamente en mi piel. Me abracé a mi mismo en un intento de recuperar calor, pero fue inútil. Ya no siento la cara, tiemblo demasiado y mi cuerpo responde torpemente.

—Creo... Que tomaré un descanso...

Tambaleando me acerqué a uno de los pinos que tenía más cerca. Sentado a sus pies, casi que incapaz de reconocer las figuras de los árboles que me rodean, fue que poco a poco me dí cuenta del problema; hipotermia.

Mis párpados buscan cerrarse, a pesar de mis esfuerzos por mantener los ojos abiertos. No pasó mucho para que me quedara sin fuerzas y justo antes de caer en el que posiblemente sería mi último sueño, pude ver al monstruo que seguíamos; inmenso, con denso pelaje negro y coronado con un par de cuernos grises.

—Eres... Un hijo de puta... Muy feo...

...

Pobre dolboeb, solo me duraste tres añitos. Pero bueno, no eras tan valioso como para mantenerte cerca.

—¿Tiene buen sabor?

Esa cosa no usó palabras para responderme, en su lugar solo obtuve el crujido grotesco y errático de su salvajismo al masticar. Su hambre es tan insaciable como dicen, hasta me ignora con tal de seguir masticando la espalda del tarado que en su momento fue mi subordinado.

—Hmmm... ¡Kafka!

Alcé la voz, consiguiendo con éxito que dejé de tragar y alcé su mirada hacia mi. Ahora puedo verlo bien, no es un Wendigo genuino pero es muy feo; su cráneo de venado estaba desencajando un cráneo humano, le quedó como si fuera un casco; su piel es negra, con un tono grisáceo; su espalda tiene una fila de púas puntiagudas, es posible que la columna esté estirada o simplemente deformada; y tiene una puta cola.

—¿Eres un Wendigo o una Quimera? Dios, eres un desastre de mierda, ¡Jajaja!
Ya no puedo distinguir el mundo real, del páramo blanco en el que estoy. Recuerdo que la primera vez pensé que se trataba de un sueño. Pero ahora, con los susurros zumbando en mis oídos, no estoy seguro, bien podría ser una treta de mi mente fragmentada o tal vez se trata de mi infierno personal. —¿A qué viniste? Ante mi apareció una figura, una silueta oscura que carga gruesas y pesadas cadenas enredadas en sus manos. Levanté la cabeza para poder ver su rostro, pero allí solo encontré un par de relucientes orbes dorados, una mirada rebosante de ego y corroída por la malicia. ... Sigo deambulando por este maldito bosque, acompañado por el constante roce del viento helado en mi cara y el crujir de la nieve bajo mis botas. Los rugidos desaparecieron, cosa que solo me generó preocupación. No he vuelto ver rastros de sangre, huellas en la nieve o árboles caídos, solamente una que otra marca de arañazos en los troncos de los pinos. —Tal vez... No es por aquí... ¿A donde carajo fui a parar? Me preocupé un poco menos que antes, solamente para estresarme y ponerme ansioso. Me perdí al intentar seguir a ese mendigo brujo, y seguramente a él le importó un bledo. Mis quejas se vieron interrumpidas, pude sentir el abrazo del frío directamente en mi piel. Me abracé a mi mismo en un intento de recuperar calor, pero fue inútil. Ya no siento la cara, tiemblo demasiado y mi cuerpo responde torpemente. —Creo... Que tomaré un descanso... Tambaleando me acerqué a uno de los pinos que tenía más cerca. Sentado a sus pies, casi que incapaz de reconocer las figuras de los árboles que me rodean, fue que poco a poco me dí cuenta del problema; hipotermia. Mis párpados buscan cerrarse, a pesar de mis esfuerzos por mantener los ojos abiertos. No pasó mucho para que me quedara sin fuerzas y justo antes de caer en el que posiblemente sería mi último sueño, pude ver al monstruo que seguíamos; inmenso, con denso pelaje negro y coronado con un par de cuernos grises. —Eres... Un hijo de puta... Muy feo... ... Pobre dolboeb, solo me duraste tres añitos. Pero bueno, no eras tan valioso como para mantenerte cerca. —¿Tiene buen sabor? Esa cosa no usó palabras para responderme, en su lugar solo obtuve el crujido grotesco y errático de su salvajismo al masticar. Su hambre es tan insaciable como dicen, hasta me ignora con tal de seguir masticando la espalda del tarado que en su momento fue mi subordinado. —Hmmm... ¡Kafka! Alcé la voz, consiguiendo con éxito que dejé de tragar y alcé su mirada hacia mi. Ahora puedo verlo bien, no es un Wendigo genuino pero es muy feo; su cráneo de venado estaba desencajando un cráneo humano, le quedó como si fuera un casco; su piel es negra, con un tono grisáceo; su espalda tiene una fila de púas puntiagudas, es posible que la columna esté estirada o simplemente deformada; y tiene una puta cola. —¿Eres un Wendigo o una Quimera? Dios, eres un desastre de mierda, ¡Jajaja!
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