Kazuo lucía irascible, algo que no era en absoluto normal en él. Habían mancillado su bosque con tinte carmesí y putrefacción. Su amigo había vuelto a los brazos de quien una vez lo traicionó. El llamado de Inari era aún una incógnita, demasiados asuntos rondado su demoníaca cabeza. Aquello lo tenía en una constante aletar y de mal humor.
Este en las noches, donde el sueño no era su compañero, salía en silencio de su templo a recorrer el bosque de punta a punta, escudriñando este de forma minuciosa. Ya fuera en su forma humana, en su forma animal o híbrida, se deslizaba entre la arboleda y la maleza como una culebra. Siempre atento a cualquier mal acechante.
El zorro estaba de caza. Te convendría no convertirte en su presa.
Este en las noches, donde el sueño no era su compañero, salía en silencio de su templo a recorrer el bosque de punta a punta, escudriñando este de forma minuciosa. Ya fuera en su forma humana, en su forma animal o híbrida, se deslizaba entre la arboleda y la maleza como una culebra. Siempre atento a cualquier mal acechante.
El zorro estaba de caza. Te convendría no convertirte en su presa.
Kazuo lucía irascible, algo que no era en absoluto normal en él. Habían mancillado su bosque con tinte carmesí y putrefacción. Su amigo había vuelto a los brazos de quien una vez lo traicionó. El llamado de Inari era aún una incógnita, demasiados asuntos rondado su demoníaca cabeza. Aquello lo tenía en una constante aletar y de mal humor.
Este en las noches, donde el sueño no era su compañero, salía en silencio de su templo a recorrer el bosque de punta a punta, escudriñando este de forma minuciosa. Ya fuera en su forma humana, en su forma animal o híbrida, se deslizaba entre la arboleda y la maleza como una culebra. Siempre atento a cualquier mal acechante.
El zorro estaba de caza. Te convendría no convertirte en su presa.