Robin se dejó caer en el pequeño sofá de su estudio, rodeada de partituras y papeles desordenados. Las luces tenues del lugar apenas iluminaban las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas. Frente a ella, el cuaderno de composiciones estaba abierto en una página recién escrita, con las palabras aún frescas en tinta negra. Era una canción de amor, una de las más sinceras que había escrito en toda su vida.
Había volcado en esas líneas todo lo que sentía, un torrente de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Cada estrofa era un reflejo de su alma expuesta, de los momentos que atesoraba y de los silencios que dolían. Sin darse cuenta, había escrito sobre ellos: los recuerdos compartidos, las miradas furtivas, las palabras que nunca se atrevió a decir.
Robin se llevó las manos al rostro, tratando inútilmente de contener el llanto. Era extraño cómo algo tan hermoso podía doler tanto. Las palabras que había escrito parecían gritarle la verdad que había intentado ignorar por tanto tiempo.
—¿Por qué duele así? —susurró con la voz rota.
Sabía que esa canción nunca llegaría a los oídos de nadie más. Era demasiado personal, demasiado honesta. Y, sin embargo, en medio del dolor, encontró un leve alivio. Había transformado sus emociones en algo tangible, algo que podía enfrentar, aunque fuera en soledad.
Las lágrimas seguían cayendo, pero Robin no trató de detenerlas. En ese momento, se permitió ser vulnerable, lejos de las expectativas, las luces y las cámaras. Allí, en la quietud de su estudio, su música se convirtió en un espejo y un refugio, un lugar donde podía ser completamente ella misma.
Había volcado en esas líneas todo lo que sentía, un torrente de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Cada estrofa era un reflejo de su alma expuesta, de los momentos que atesoraba y de los silencios que dolían. Sin darse cuenta, había escrito sobre ellos: los recuerdos compartidos, las miradas furtivas, las palabras que nunca se atrevió a decir.
Robin se llevó las manos al rostro, tratando inútilmente de contener el llanto. Era extraño cómo algo tan hermoso podía doler tanto. Las palabras que había escrito parecían gritarle la verdad que había intentado ignorar por tanto tiempo.
—¿Por qué duele así? —susurró con la voz rota.
Sabía que esa canción nunca llegaría a los oídos de nadie más. Era demasiado personal, demasiado honesta. Y, sin embargo, en medio del dolor, encontró un leve alivio. Había transformado sus emociones en algo tangible, algo que podía enfrentar, aunque fuera en soledad.
Las lágrimas seguían cayendo, pero Robin no trató de detenerlas. En ese momento, se permitió ser vulnerable, lejos de las expectativas, las luces y las cámaras. Allí, en la quietud de su estudio, su música se convirtió en un espejo y un refugio, un lugar donde podía ser completamente ella misma.
Robin se dejó caer en el pequeño sofá de su estudio, rodeada de partituras y papeles desordenados. Las luces tenues del lugar apenas iluminaban las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas. Frente a ella, el cuaderno de composiciones estaba abierto en una página recién escrita, con las palabras aún frescas en tinta negra. Era una canción de amor, una de las más sinceras que había escrito en toda su vida.
Había volcado en esas líneas todo lo que sentía, un torrente de emociones que llevaba tiempo reprimiendo. Cada estrofa era un reflejo de su alma expuesta, de los momentos que atesoraba y de los silencios que dolían. Sin darse cuenta, había escrito sobre ellos: los recuerdos compartidos, las miradas furtivas, las palabras que nunca se atrevió a decir.
Robin se llevó las manos al rostro, tratando inútilmente de contener el llanto. Era extraño cómo algo tan hermoso podía doler tanto. Las palabras que había escrito parecían gritarle la verdad que había intentado ignorar por tanto tiempo.
—¿Por qué duele así? —susurró con la voz rota.
Sabía que esa canción nunca llegaría a los oídos de nadie más. Era demasiado personal, demasiado honesta. Y, sin embargo, en medio del dolor, encontró un leve alivio. Había transformado sus emociones en algo tangible, algo que podía enfrentar, aunque fuera en soledad.
Las lágrimas seguían cayendo, pero Robin no trató de detenerlas. En ese momento, se permitió ser vulnerable, lejos de las expectativas, las luces y las cámaras. Allí, en la quietud de su estudio, su música se convirtió en un espejo y un refugio, un lugar donde podía ser completamente ella misma.